Imaginamos antes a Maquiavelo en su mausoleo, asombrado ante las maquinaciones de Pedro Sánchez para llegar a la supremacía. Vimos también entonces que el líder español estaba dispuesto a lidiar con Pablo Iglesias y con su partido para sentarse con comodidad en La Moncloa, pese a las ideas radicales que este divulgaba sobre el cambio en España y a que era enemigo de Juan Guaidó, su joven apadrinado. ¿Cómo hace para convertirlo en aliado? Mientras intuye que su causa personal crecerá en el favor de los votantes españoles, entonces enemigos declarados de un vaivén agotador y deseoso de estabilidad, anuncia que jamás lo tendrá como parte de un futuro gobierno. Mientras aumenta el padrón de sus simpatizantes, proclama su aversión a los podemitas para cambiar de táctica cuando se agiganta hasta sentir a su interlocutor como un pigmeo. Así encuentra una oportunidad de oro, no solo para lograr los votos que lo lleven a la presidencia del Gobierno sino también para meter en la cabeza del sistema a un partido antisistema. A cambio de contadas plazas en el alto gobierno, y olvidando los juramentos de la víspera, hace que Iglesias y sus voceros estelares olviden su extremismo y se conviertan en custodios del establecimiento. Jamás se había visto tal proeza, advierte el secretario florentino desde su atalaya, como lo advierte cualquier observador de la actualidad sin pensar en los problemas que la yunta traerá en el futuro. Porque no producirá problemas, sino sumisiones y concordias que incluyen el caso venezolano, como se tratará de ver en el próximo fragmento.
Continuará el viernes 28 de febrero…