El año que viene es el centenario de Alejandro Otero. Increíble ¿verdad? Venezuela ya es grande en la inteligencia.
Pintor y escultor, también escritor y memorialista, Alejandro Otero Rodríguez nació en El Manteco, estado Bolívar, el 7 de marzo de 1921. Suele decirse que es, junto a Jesús Soto y Carlos Cruz-Diez, uno de los artistas cinéticos más importantes del país.
La curadora venezolana María Elena Ramos es una de las más importantes conocedoras de la obra y figura de Otero. De hecho, acaba de salir de imprenta su libro “Alejandro Otero: Dibujos para esculturas. La dimensión del vuelo”, editado por la Fundación Alejandro Otero-Mercedes Pardo y por la Fundación ArtesanoGroup.
Esta publicación no es, ni de lejos, la primera vez que María Elena Ramos estudia el trabajo del prodigio de El Manteco. En su conferencia “Soto, Otero, Gego: Tres maestros de la abstracción en Venezuela”, dictada en la Universidad de Essex, Colchester, Reino Unido, en 2012, Ramos aludió a “la pasión por el espacio” del artista. “Otero creó sus esculturas cívicas con estructuras romboidales que el viento y la luz van transformando lentamente. […] Su obra estableció, como pocas, un diálogo sostenido entre el espacio inmenso y el espacio ínfimo. Las formas que Otero creó pueden parecer tan cotidianas y sensibles como un alicate o una espátula, un cuerpo humano o una montaña, pero pueden evocar, a la misma vez, el espacio sideral lejano e inmenso”.
María Elena Ramos ha explicado en varias oportunidades que a partir de 1952, cuando Alejandro Otero trabajó en el proyecto de integración de las artes que dirigió el arquitecto Carlos Raúl Villanueva en la Universidad Central de Venezuela, “la ciudad apasiona progresivamente al artista y este hace obras de integración a la arquitectura. Entre 1955 y 1960 crea su amplia serie de Coloritmos, un nuevo proyecto pictórico que da y recibe de aquellas intervenciones urbanas”.
En 1967, ya convierte, como dice la propia Ramos, la ciudad en escenario.
Ese año, escribió la curadora, Otero “comienza un camino que ya nunca se detuvo hacia las estructuras espaciales a escala cívica, que se integraron a plazas y otros lugares públicos, ávido como estaba de inventar metáforas sobre el espacio sideral, que tanto relieve cobró para la humanidad a partir de esa década con el desarrollo de la tecnología aeroespacial y la llegada del hombre a la Luna”.
-En paralelo a su producción plástica, -apunta Ramos- Otero dejó significativas reflexiones sobre el arte y la cultura. En 1950, editó la revista Los Disidentes, junto a Mateo Manaure, Carlos González Bogen, Pascual Navarro, Perán Erminy, Rubén Núñez, Narciso Debourg y otros. Muchos de sus ensayos están reunidos en el libro Memoria crítica de Alejandro Otero, editado por Monte Ávila Editores y la Galería de Arte Nacional, en 1993, y reeditado por ArtesanoGroup Editores, en 2008.
“Tuve el privilegio”, dice María Elena Ramos, en entrevista, “de compartir con él desde que comencé a trabajar en museos, en los años ‘70; y de intercambiar conversaciones muy enriquecedoras para mí, que era entonces una joven investigadora”.
En 1988, dos años antes de su fallecimiento, Otero le dijo: “Siendo la abstracción en estas esculturas [Esculturas Cívicas] todavía más pura, ahora resulta, sin embargo, que nunca mi trabajo había sido más objeto, más cosa. Esa escultura es tan cosa como una mata de mango. Es un objeto que tiene una significación en sí, una realidad en sí. Tiene su vida propia, su modo de ser propio. Existe. Se hizo su lugar en el mundo de las cosas. Y ahí está”.
-¿Cuál es la importancia de Alejandro Otero en el arte?
-Otero ha sido un artista esencial en el arte venezolano, y latinoamericano. La comprensión del arte de la modernidad, así como de los procesos del arte abstracto, le debe mucho en nuestra región. Desde muy temprano, supo interpretar liberadoramente las guías de los maestros modernos a quienes admiraba, como Cézanne y Mondrian, y comenzó a inventar su propio universo estético, orientado por su apasionada intuición y por su racionalidad constructiva. Tenía, además, clara conciencia sobre la necesidad de ser vivazmente contemporáneo con su época. Lúcido pensador sobre el arte y la cultura, Otero dejó importante legado en prensa, manifiestos, ensayos, creando obra de reflexión en paralelo a su producción plástica. Si bien fue severo y confrontador, sus cuestionamientos no se enfocaban simplemente hacia un arte anterior, como se da con frecuencia en las sucesiones generacionales, sino que se dirigía contra cualquier forma artística que considerara vaciada de vitalidad y sentido.
-Cómo cree que será la consideración que se hará en el futuro de la obra de Alejandro Otero, ¿cabe esperar que pase de moda o, por el contrario, que haya una nueva revalorización de su obra?
-Las grandes obras no pasan de moda pues son capaces de inaugurar, cada vez para cada espectador, la mirada y el asombro. He tenido la experiencia, cuando doy charlas en el exterior, llevando artistas como Otero, Soto, Gego, y se repitió muchas veces: La gente conocía algo más la obra de Soto y la de Gego, pero la de Otero la conocían menos. Suelen comentarme con sorpresa lo maravillados que están con esa parte de mis charlas, y se sorprenden de no haberlo conocido mejor antes. Alejandro, a pesar de haber sido un espíritu cosmopolita, y de haber vivido y trabajado por años en Francia o Estados Unidos, no es aún tan conocido internacionalmente como su trayectoria merece. Creo que la labor que comienza a hacer la Fundación Otero/Pardo va a dar un impulso muy merecido a su creación.
-Como conocedora y observadora sensible, ¿cuál es la etapa de la obra de Alejandro Otero que más le gusta o le conmueve?
-Me gusta el encadenamiento de sus procesos, las reiteraciones en distintos registros, manteniendo obsesiones esenciales, sin ser repetitivo nunca. Me gusta eso que él mismo llamaba “las obsesiones fundamentales”, y decía que, en rigor, son solo unas pocas las que tienen los artistas. Ah, ¡pero qué obsesiones tienen los verdaderos artistas! Por ejemplo, en la exposición que hice en 1990, que llamé “Las estructuras de la realidad”, quise rastrear el concepto de estructura, precisamente una de sus obsesiones a lo largo de toda su trayectoria, expresada de modos muy distintos: Desde sus dibujos figurativos y más académicos del inicio, pasando por sus paisajes de síntesis figurativa y abstracta, sus pinturas esenciales como las Cafeteras y Cacerolas, continuando con sus Composiciones ortogonales, sus Coloritmos y luego con sus esculturas cívicas, esos inmensos monumentos aireados que se levantan a la vez filosos y leves en distintas ciudades del mundo. Si tú ves una Cacerola y ves un Ala o un Delta Solar, con tantos años de distancia entre ellas, con materias tan distintas, desde una pequeña pintura hasta una escultura monumental, notas ciertas estructuras diamantinas muy afines, formas que son uno de los signos de su obra.
-¿Se está planificando una celebración para el centenario de Alejandro?
-Sí, la Fundación Alejandro Otero-Mercedes Pardo está organizando varios eventos de celebración para este año y el siguiente. Uno inminente, inaugura el domingo 15 de marzo, es la apertura de la muestra “Alejandro Otero: Trazos en movimiento”, que presentará numerosos dibujos para esculturas en la Sala TAC, en el sótano del C.C. Paseo Las Mercedes. A partir de 1967 (y hasta 1987), Otero desarrolló una serie de dibujos preparatorios para sus esculturas cívicas. Algunos llegaron a materializarse, otros quedaron solo como proyectos o como dibujos con valor estético propio. Esta exposición, con la curaduría de Rafael Romero y Juan Ignacio Parra, y museografía de Rafael Santana, se basa en mi libro de reciente publicación, por cierto, en doble edición, una en español y otra en inglés, y que será presentado con palabras de José Balza, en la misma Sala TAC (aun sin fecha) en el contexto de la exposición. La Fundación Otero-Pardo está organizando algunos eventos en Venezuela y en el exterior.
-Las Esculturas Cívicas de Alejandro Otero se encuentran en Venecia, Bogotá, Florencia, entre otras ciudades, incluyendo la monumental frente al Museo del Aire y el Espacio, en Washington D.C. ¿A dónde puede ir un venezolano que quiera ver la obra de Alejandro Otero?
-A la Plaza Venezuela, donde pueden ver la estructura cívica Abra Solar. Al Jardín de Esculturas del Museo de Bellas Artes, con su Estructura Solar. Al Museo de Arte Contemporáneo, frente al cual está la escultura “Una flor para el desierto”. A la Universidad Simón Bolívar, donde está su Espejo Solar, en la laguna de las zonas verdes. Al Guri, para ver su inmensa Torre Solar, en la Represa Raúl Leoni. A Ciudad Guayana, para visitar su Aguja Solar. A la Galería de Arte Nacional, en su colección de pintura. Y en el Museo Alejandro Otero pueden tener acceso a mayor información sobre la obra del artista.
Alejandro Otero murió en Caracas, el 13 de agosto de 1990.