En la aldea
10 diciembre 2024

“Un antes y un después que nos alejó por completo de la zona de la abundancia petrolera”.

Del chavismo al madurismo

¿Habría llegado la nación a esta necrosis generalizada con Chávez al mando?, tal vez con sus bemoles y habilidad de palabra habría logrado salvar algo de su discurso inicial; pero lo que es la destrucción del proyecto nacional venezolano se habría consumado de cualquier manera. Con Chávez y/o Maduro, la dirección habría sido la misma: Garantizar la continuidad de la revolución en el poder a toda costa.

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Alonso Moleiro | 30 abril 2020

Cuando las quejas en torno a la gestión de Nicolás Maduro suben de tono, siempre aparecerá una voz que se encargará de recordarnos que el padre de la criatura es Hugo Chávez. Nunca será admisible, y no vale la pena evaluar a aquel sin tener presente que antes existió este.

Muchas personas temen que, victimizado luego de su prematura muerte, Chávez pueda salir indemne del juicio histórico que condene su responsabilidad ante el actual estado de cosas en el país. A algunos opositores particularmente enfadados les atormenta que el comandante pueda ser interpretado en el futuro como el padre traicionado de un proyecto que se desvirtuó en el camino.

De hecho, Maduro no ha dejado de ser visto en estos años como una oración subordinada que emanó del propio chavismo. El continuador del mandado, el heredero de una situación que ya existía. Para otros ha sido una especie de hiato, una circunstancia del devenir nacional no del todo asumida, que se suponía temporal en virtud de sus insuficiencias.

“Con Maduro, y muy a su pesar, el chavismo dejó de ser un movimiento de masas. El desarrollo de la gestión oficial achicó mucho su espectro e influencia social”

Este sobre aviso se fortalece cuando advertimos que todavía quedan en el país capas de la población que conservan un buen recuerdo del carismático Chávez. En medio de las penurias impuestas en los años de Maduro, alguna vez habremos sido pillados de sorpresa rememorando el humor del finado militar, e incluso teniendo que reconocer de mala gana que no era el memo inofensivo que parecía al comienzo, sino un temible adversario político.

Apreciada integralmente, después de todo, esta es una sola administración. Desde 1999, como tanto se ha dicho, Venezuela ingresó a un nuevo capítulo de su historia: La hegemonía chavista. Un equipo dirigente que ha logrado trascender la presencia de su líder promotor, y ha develado para siempre el mito del alguna vez invocado “chavismo sin Chávez”.

Cabello, Rangel, Jaua, Istúriz, Cilia Flores, Darío Vivas, Iris Varela, Bernal, Pedro Carreño, Alí y Jorge Rodríguez: Con las salvedades, las rupturas y las ausencias inventariadas, los hombres de Chávez son los hombres de Maduro. El “chavomadurismo”, como acertadamente lo llamara Teodoro Petkoff, es una corriente, un gobierno, una sola cosa. La clase dirigente que ha ejercido la tutela política de estos años, primero democráticamente, y luego, como tantos temían, de manera impuesta. 

El fin de la eficacia, el momento de la fuerza

El tiempo que tiene Maduro en el poder, sin embargo, ya facultaría -y, en ocasiones, obligaría- a cualquier historiador a interpretar los hitos y el legado de su gestión de forma individual, desgajada de su tronco matriz. Los hechos nos colocan ante la eventualidad de pasarle revista a los años de Maduro con sus propios aditivos y mutaciones.

Por mucho que sea cierto que es el propio Maduro quién reivindique a Hugo Chávez como el inspirador de sus ejecutorias. Asumiendo como natural que parte importante de sus decisiones y excesos -tomar el poder por la fuerza, sacrificando la legalidad, pero salvando la revolución- formen parte de una prescripción dejada por el Comandante en Jefe.

“El chavismo radical anda ahora disimulando su fracaso, lejos del descontento urbano, hablando de semillas y arengando en la vida rural”

Con Maduro, y muy a su pesar, el chavismo dejó de ser un movimiento de masas. El desarrollo de la gestión oficial achicó mucho su espectro e influencia social. Como movimiento perdió mucho de su tejido y su empaque político con la marcha de su líder. Todos los programas bandera oficialistas, los que fundamentaban su prestigio en las zonas populares, conocieron un grave declive desde 2013. El mito del empoderamiento popular se disolvió casi por completo. El chavismo radical anda ahora disimulando su fracaso, lejos del descontento urbano, hablando de semillas y arengando en la vida rural. Barrio Adentro, Mercal, Vuelvan Caras, Ribas, Robinson, los CDI, Mi Casa Bien Equipada. Aquello es muy poco respecto a lo que era. Únicamente, quizás, la Misión Vivienda conoció alguna solución de continuidad.

De hecho, el epicentro del colapso económico del país, si bien tuvo una cocción previa, se concretó en el lapso comprendido entre la agonía y la muerte de Chávez y la jura de Maduro en la Presidencia en 2013. Fue entonces que emergió el colapso de Cadivi, la instancia que captara la millonaria renta nacional durante 15 años, uno de los pilares de la estrategia económica de Chávez. Miraflores hizo todo lo posible por disimular y maquillar sus efectos, pero en los confines de este gigantesco fraude patrimonial a la nación comenzó también la crisis económica del país, la precarización del salario, el descontrol de los precios, el receso económico y las alteraciones en el abastecimiento, agravada luego con la Ley de Precios Justos.

Con Maduro se consolidó la influencia de los hermanos Rodríguez en la sala de mando y Vladimir Padrino López dejó de ser un temporal ministro de la Defensa para fungir por 5 años seguidos como general en jefe de las Fuerzas Armadas, una circunstancia inédita en la Venezuela contemporánea. El estado chavista dejó de prestarle atención a las encuestas. Bajo el mando de Padrino, terminadas las crisis de 2014 y 2017, se concretó la temida ruptura entre los intereses de los militares y el deseo de las mayorías nacionales. Además, la pérdida de la fe popular en el voto como instrumento de la alternancia política, un supuesto que todos los ciudadanos consideraron un derecho adquirido desde 1958.

“El epicentro del colapso económico del país, si bien tuvo una cocción previa, se concretó en el lapso comprendido entre la agonía y la muerte de Chávez y la jura de Maduro en la Presidencia en 2013”

A pesar de que ahora nunca declara, el protagonismo de Cilia Flores en la gestión de poder, con toda su leyenda al remolque, aumentó notablemente. Con Maduro creció también Diosdado Cabello, agigantado con su estilo hostil y radical. Su zona de influencia obtuvo una legitimidad heredada. Ha asumido a plena consciencia su papel como segundo líder al mando, conservando un espacio de maniobra nada desdeñable. En la yunta Maduro-Cabello reposa la fuente de poder del chavismo.

El gobierno de Maduro, por lo demás, ha perdido todo el crédito político internacional que llegó a tener Hugo Chávez. El colapso económico y el aumento del descontento le han obligado a endurecer sus procedimientos y a multiplicar la dimensión armada de la gestión. Los actos de masas de Maduro están integrados hoy por milicianos. La brutalidad de los procedimientos en el madurismo, inventariada por Naciones Unidas en el informe Bachelet, alejaron a la izquierda europea, a Podemos en España; a los uruguayos, a Alberto Fernández en Argentina, a López Obrador, a Bernie Sanders, a Noam Chomsky. La radicalización de Maduro ha fortalecido sus lazos con el mundo radical.

Las historias más sórdidas de corrupción en el chavismo, las que ocasionaron el colapso de PDVSA, tomaron el sistema nervioso central del Gobierno en los años de Maduro.

“Bajo el mando de Padrino, terminadas las crisis de 2014 y 2017, se concretó la temida ruptura entre los intereses de los militares y el deseo de las mayorías nacionales”

Maduro, es pues, lejos de una excepción, todo un espacio en la vida de la República. Los años de su mandato exigen un estudio muy detallado, separado del legado previo. Es la personificación de la decadencia venezolana, del colapso abyecto expresado en la diáspora de millones de personas caminando por las fronteras. Es un antes y un después que nos alejó por completo de la zona de la abundancia petrolera.

¿Habría llegado la nación a esta necrosis generalizada con Chávez al mando? Es posible que el finado dirigente barinés haya procedido con más astucia; que hubiera ensayado algún esguince reformista temporal y que se hubiera animado a adelantar alguna purga anticorrupción para mantener en pie a su proyecto.

El arponazo al proyecto nacional venezolano, sin embargo, se habría consumado de cualquier manera. La dirección habría sido la misma: Garantizar la continuidad de la revolución a todo evento, con fórmulas paralegales, con hojas de parra y con el uso progresivo de la fuerza. Con sus contrapuntos, con sus amagos, con denuncias antimperialistas y jornadas de solidaridad. Aunque el país haya decidido cambiar de opinión. Aunque la gente creyera que todavía era posible ir a unas elecciones y cambiar de gobierno.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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