En la aldea
06 diciembre 2024

El “cambio de estrategia” opositor y otros mitos

Reflexiones sobre el vicio venezolano del eterno recomienzo

A Venezuela se le ha ido toda su vida institucional en la cultura del síncope y el recomienzo. Sin cultivar aprendizajes, sumergida en el aborto de iniciativas de vigencia trimestral y la sustitución de élites. Juan Guaidó ha concretado un respaldo internacional monolítico, no visto antes. Los logros diplomáticos del momento deben ser cultivados con criterio de Estado y vocación de continuidad. Debe hacerse un esfuerzo especial por reconectar las aspiraciones de democracia con los graves problemas sociales y cotidianos del venezolano.

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Alonso Moleiro | 01 julio 2020

El estancamiento general de la oposición venezolana en su pugna por forzar una transición política hacia la democracia ha desencadenado una consecuencia previsible: La proliferación de voces que demandan una rectificación.

Se habla hoy, con más frecuencia que hace unos meses, de un “cambio de estrategia”. Es un clamor que expresa un descontento que ya no luce tan aislado. Ha sido expresado, además, no sólo por políticos, sino por personalidades e intelectuales, y ha tomado aliento, en particular, a partir del estrepitoso fracaso de la denominada “Operación Gedeón”.

Parece fundamentarse en un pesimismo que ya luce crónico hacia las propias posibilidades futuras de la Presidencia interina, estando ya cerca unas nuevas elecciones parlamentarias convocadas, como se sabe, en los términos de Nicolás Maduro. Los disparos, habitualmente, procuran trascender a Juan Guaidó para fijar su verdadero objetivo en Leopoldo López.

“Es rigurosamente cierto que en un momento como este hace falta debatir, como en efecto se viene haciendo. En un marco como el actual no debe haber posturas, ni credos, ni liderazgos sacrosantos indemnes de un juicio crítico”

Los llamados a reorientar los esfuerzos en la fragua opositora se formulan en ocasiones con un cierto dramatismo ampuloso, del tipo “llegó el momento histórico de asumir nuestro fracaso”. Se insiste en la importancia “de estructurar un proyecto de poder”. Demandas que, por de pronto, con todo su perfume retórico, no termina de entender uno qué es lo que quieren decir.

¿Cuál estrategia?

El replanteamiento de las hipótesis, la revisión de los resultados y el debate estratégico siempre será un ejercicio recomendable entre dirigentes políticos, sobre todo cuando alguno de los presupuestos que sostienen la ofensiva de las fuerzas democráticas ofrece evidencias de agotamiento, como sucede ahora. La dinámica de la crisis venezolana ha entrado en un congelador y la política se ha desnaturalizado con la profundización de la dictadura. En muy buena medida, gracias a las causas exógenas de la pandemia, un mal que trae su carga añadida de inconvenientes tanto para Venezuela como para aquellos países que puedan ayudarla en su tragedia.

Como muy bien lo afirman algunos voceros del revisionismo, la solicitud de un debate abierto sobre las causas del estancamiento actual no debe ser asumida con prepotencia ni con mal talante por nadie. Es rigurosamente cierto que en un momento como este hace falta debatir, como en efecto se viene haciendo.  En un marco como el actual no debe haber posturas, ni credos, ni liderazgos sacrosantos indemnes de un juicio crítico.

Quienes plantean un cambio de estrategia a Juan Guaidó y al equipo dirigente del G4, deberán primero remontar un obstáculo: Explicar en qué consistirá el cambio. Consignar, luego de la queja, unas coordenadas nuevas de desplazamiento que presente un horizonte creíble. ¿Qué es lo que vamos a modificar? La alternativa de una nueva estrategia política para conjurar la usurpación actual debe venir con su relato y sus nuevas proposiciones. No tiene sentido tocar el timbre sin entrar. No será suficiente pedir otra estrategia, como quien pide otras verduras, puesto que “la anterior ha fracasado”.

Porque, por lo demás, las decisiones tomadas por el equipo dirigente opositor a partir de enero de 2019 no han emergido de la nada. La estrategia política que fundamenta la Presidencia interina es el fruto de desarrollos anteriores, de informaciones que emana la realidad a partir de presupuestos. Son la consecuencia de la interpretación de hipótesis previas, que también han quedado superadas, producto de un aprendizaje que tuvo hitos aleccionadores en los años 2015, 2017, 2018 y 2019. ¿Vamos a hablarle a la gente como si esta fuera la Venezuela de 2012?

¿Tiene sentido regresar a la zona de la MUD? Tomar la decisión de participar formalmente en las próximas elecciones legislativas es una eventualidad particularmente compleja. Será un paso que presente importantes costos.  Particularmente desde que el Tribunal Supremo de Justicia ha decidido otorgarle la legalidad partidista a elementos disidentes y hostiles a Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo o Voluntad Popular, y desconociera la indiscutible legitimidad de sus directivas actuales.

“No tiene sentido tocar el timbre sin entrar. No será suficiente pedir otra estrategia, como quien pide otras verduras, puesto que ‘la anterior ha fracasado’”

Estos partidos deberán presentar planchas, obligadas a ser unitarias para honrar el diseño estratégico de este tiempo, y abrirse paso en medio de un panorama confuso, en el cual estarán compitiendo otros movimientos que se han apropiado de sus propios nombres y símbolos, y de otras fuerzas opositoras de signo moderado que asisten a esta consulta con sus propios nortes. Habría que diseñar todo un nuevo modelo organizativo de participación que puede perfectamente ser vetado de nuevo por el oficialismo. No luce una tarea nada sencilla.

El elemento rescatable de todo el esfuerzo que está detrás de la Presidencia interina consiste en su carácter multidimensional. El mérito actual de la oposición venezolana ha consistido en que ha decidido no engañarse con diseños electorales sin alcance y ha luchado por buscar el juego ahí donde este se disputa, esto es, en el marco de las entrañas del Estado chavista.  Venezuela tiene una crisis de estado, no un problema electoral. Es en esto, realmente, más allá de los discursos grandilocuentes, que consiste plantearse una “estrategia de poder”. La irrupción de Juan Guaidó ha concretado un respaldo internacional monolítico, no visto antes, que ha servido para privilegiar escenarios de diálogo fundamentados, como el de Oslo, junto a las multitudinarias movilizaciones del año pasado.

Porque, por otro lado, la propuesta de ir a las elecciones parlamentarias de Maduro puede tener sus fundamentos, pero difícilmente puede ser ofrecida a la ciudadanía como una “salida”: Es harto probable que los participantes se repartan las bancadas disponibles, felices cada una con el crecimiento que experimentan como partidos desde la nada, y el chavismo pueda administrar una mayoría que le permita recobrar el control de los tentáculos estatales rutinizando la ruina nacional y la impunidad.

Los esfuerzos y logros del G4 (y Causa R, Proyecto Venezuela y Encuentro Ciudadano) pueden ser revisados, recreados, juzgados, y, a acaso, rediseñados. Pero, ¿modificados?, ¿qué vamos a modificar? Contrariamente a lo que se piensa, el vicio histórico más acentuado de la política venezolana no consiste en persistir en el diseño, o empeñarse en la constancia, sino en desandar lo andado. A Venezuela se le ha ido toda su vida institucional en la cultura del síncope y el recomienzo. Sin cultivar aprendizajes, sumergida en el aborto de iniciativas de vigencia trimestral y la sustitución de élites.

Porque, viéndolo bien, parte del llamado de atención por aproximarse puede estar orientado a conservar y mejorar aquello que ya se ha intentado, y que no por no haber logrado debamos abortar.

Los logros diplomáticos del momento deben ser cultivados con criterio de Estado y vocación de continuidad. El planteamiento sobre el contenido fraudulento de la elección presidencial de mayo de 2018, así como el de la propia Constituyente, debe mantener su coherencia. La proposición para unas elecciones libres que dejen a todos sus ciudadanos satisfechos, como era en el pasado, debe ser desarrollada de manera aguerrida y constante. Debe hacerse un esfuerzo especial por reconectar las aspiraciones de democracia con los graves problemas sociales cotidianos del venezolano. Debe desarrollarse un discurso diseñado para las entrañas mismas del Estado bolivariano.

Y si algo de esto vamos a cambiar, mejor nos explican antes para qué.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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