Al preguntarle al poeta y ensayista Miguel Marcotrigiano si cree que la vida y obra de Andrés Eloy Blanco es objeto de estudio en las escuelas de Letras de Venezuela, en la actualidad, expresa una franca duda. El escritor, quien ha sido profesor universitario por más de dos décadas, dice que estudió algo del cumanés, en la Escuela de Letras de la Católica, con el profesor Rubén Darío González, en Literatura Venezolana II. “Vimos Giraluna y algo más, muy por encima, porque la materia trata no de autores sino de periodos. Pero, en general, no tengo la impresión de que sea un autor incluido en los programas de estudios literarios en Venezuela, quizá porque se le asocie a poemas tradicionales más que con la importancia del autor en su contexto. Pero no he investigado a fondo, puedo estar equivocado”. No encontramos ningún otro profesor que dijera lo contrario.
A 124 años de su nacimiento, en Cumaná, el 6 de agosto de 1896, el poeta Andrés Eloy Blanco Meaño, también dramaturgo, humorista y periodista, así como abogado y político, activista por la democracia, miembro de la Generación del 28, no tiene quien lo lea. O, por lo menos, sus lectores, hasta hace poco legiones, están en franca disminución. Por ahí, alguien recuerda “Las uvas del tiempo”, más quizá por evocación de un abuelo aficionado a su recitación que por apego a los versos. Y han dejado de circular, entre risas, sus cuartetas jodedoras, escritas, entendemos, en las horas muertas de las sesiones del Congreso Nacional, donde fue diputado, como: “Las cosas fuera de ley / siempre terminan en fiasco: / mujer orinando en frasco / y negro inscrito en Copei”. Y aquella, compuesta cuando se aprobó el voto femenino, en el Hemiciclo: “La política se inclina / sin excepción de persona / de la fuerza masculina / a la fuerza más culona”. Deliciosos octosílabos embebidos en venezolanismos, como el que le dedicó a uno de los cuatro miembros de la Iglesia que eran representantes en el Congreso Constituyente de 1946 (cuyos debates eran seguidos por mujeres desde los palcos del Hemiciclo): “Hay un cura en las sesiones / que cuando mira las barras / es pariente de los Parras / por parte de los Picones”. Los Parra Picón eran los hijos de Caracciolo Parra y Olmedo, el llamado rector Heroico de la ULA, y Julia del Carmen Picón Febres-Cordero, una familia merideña muy distinguida. En fin, es historia patria.
Andrés Eloy hizo, a la vez, vida literaria y política, que en su época suponía mucho riesgo y sacrificio. Obtuvo importantes reconocimientos y también conoció la cruel prisión en tiempos de Juan Vicente Gómez. Desempeñó altos cargos, viajó por el mundo, fundó partidos políticos y supo de exilio, que tan amargo debió saberle que, en 1953, un año y cinco meses antes de su muerte, escribió este “Soneto a Rómulo Gallegos”, quien también suspiraba en el destierro:
“Rómulo: Ya la patria está muy lejos;
la escucho ya en canciones y relatos,
la busco ya en sus cartas y retratos,
la encuentro ya como al amor los viejos.
No digo aquella de los cien reflejos
en el machete de sus arrebatos,
sino la sin maldad y sin zapatos,
de pie y de agua, como los espejos.
Ya nos queda nomás la que escribiste:
En tus libros su olor y su cadencia,
su azul remoto en tu camino triste,
su rumbo y su paisaje en tu conciencia…
Lo demás es tu pálida Teotiste,
La mitad gloria y la mitad ausencia…”
Cuernavaca, diciembre 1953.
Ya en 1990, cuando Monte Ávila publicó su Antología Popular, Juan Liscano consignó en el prólogo que Andrés Eloy Blanco (1897-1955) gozaba, “junto con algunos otros poetas inferiores a él, de la mayor popularidad en Venezuela. […]. ¡Qué extraordinaria lección para la posteridad que casi nadie recuerde ahora la importancia de Andrés Eloy Blanco como político, pero que millones de personas puedan recordar y recitar su poema Angelitos Negros!”.
Esa aceptación en las masas era fustigada por cronistas como José Ignacio Cabrujas, quien lejos de atribuirle meritos literarios a la poesía de Andrés Eloy, se refería a ella como: “Las babiecadas sentimentales de Andrés Eloy Blanco, el poeta popular de una ciudad de bujías débiles y tratos cordiales”. Muy distinto al concepto del poeta Vicente Gerbasi, quien, en su ensayo “La Rama del Relámpago”, de 1953, escribió: “… nuestro gran poeta Andrés Eloy Blanco decía en cierta ocasión que Cristo, al multiplicar los panes, había hecho una metáfora”.
Con similar devoción escribió la poeta Ana Enriqueta Terán: “Con la intensidad y el magnetismo de Andrés Eloy Blanco nunca he visto a nadie. Era impresionante, con una voz maravillosa, especialmente cuando recitaba poesía. Es extraño. La oía, y cuando llegaba a la casa y buscaba el poema, me decía ‘pero éste no es el mismo poema’. Es que no he conocido a nadie, tantos grandes poetas, Alberti, entre otros, con la fuerza de Andrés Eloy Blanco. Un poeta que me salva”.
Murió el 21 de mayo de 1955, en un accidente de tránsito en la Ciudad de México. El 6 de junio su viuda, Lilina Iturbe, trajo los restos a Caracas, donde fueron sepultados en medio de estrictas medidas de seguridad de las fuerzas represivas del dictador Pérez Jiménez. Aún muerto le temían al pacifista que había escrito: “Por mí, ni un odio, hijo mío, / ni un solo rencor por mí, / no derramar ni la sangre / que cabe en un colibrí, / ni andar cobrándole al hijo / la cuenta del padre ruin / y no olvidar que las hijas / del que me hiciera sufrir / para ti han de ser sagradas /como las hijas del Cid”.
Desde el 2 de julio de 1981, reposan en el Panteón Nacional. Ahí están, esperando, como cuando se fue, la llegada de la democracia en Venezuela.