En enero de 2018, un grupo terrorista irrumpió en el Hotel Intercontinental Kabul, Afganistán, y fue, de cuarto en cuarto, fusilando a los huéspedes. Por nada. Por ser occidentales o por estar allí. Entre las víctimas había dos venezolanos, los pilotos Adelsis Ramos y Pablo Ernesto Chiossone Ríos.
Yuyita Ríos Carmona de Chiossone, la madre de Pablo Ernesto, es una figura de la cultura larense, conocida por su sensibilidad, sobriedad y disposición para el trabajo artístico y comunitario. Su enjuta imagen, cerrada en negro, se hizo frecuente en aquellos días, cuando al duelo se sumaba la espera por la entrega de los restos. La temblorosa serenidad de sus declaraciones nos dejó ver las ominosas fantasías que la atormentaban. “¿Habrán entrado como locos?, ¿habrá tenido miedo mi muchachito?, ¿habrá tenido dolor?…”. Venezuela es el país donde los periodistas entrevistamos personas por quienes hemos rezado en secreto.
Formada desde la infancia en piano y ballet. Pianista con rango de concertista y licenciada en Educación, con especialidad en Dificultades del Aprendizaje, Yuyita de Chiossone es mucho más que la madre de una víctima. Durante su carrera llegó a conocer a los más grandes pianistas del mundo, algunos de los cuales fueron sus maestros. Por 28 años fue directora del Conservatorio de Música “Vicente Emilio Sojo”. Gran viajera, llegó a visitar con su esposo, Pablo Chiossone, 72 países. Es un roble.
Conozco muy bien el estado Lara
“Mi madre nos inculcó que uno tiene la obligación de devolver, en servicio para los demás, los privilegios que Dios nos ha hado. Y aprendí también de ella que uno no viene al mundo a hacer lo que a uno le gusta, sino lo que hay que hacer. Esos privilegios, por cierto, venían no por dinero, porque mi familia nunca fue rica. De hecho, yo empecé a trabajar a los 18 años. Eran los privilegios de la educación y de los valores.
Conozco muy bien mi ciudad, Barquisimeto, y todo el estado Lara. Por muchas razones. Tengo una vida en la educación y en la gerencia cultural. He sido presidente de Bandesir del estado Lara, por mucho tiempo, lo que me ha dado acceso, cercano y frecuente, a los nueve municipios del estado y a todas las barriadas populares. Y también lo he recorrido como activista política, porque siempre he sido militante de Acción Democrática, aún cuando no siempre siga la línea partidista, porque no acepto la disciplina a ultranza cuando tengo reservas de conciencia. Pero, desde luego, soy adeca de corazón. Y me desempeño como directora general de la Fundación de Amigos del Casco Histórico de Barquisimeto para rescatar esa área, que está en el colmo del abandono. No solamente la cuadra fundacional, donde se cayeron cinco casas (entre ellas, la mía), que son herencia del general, oficial del ejército libertador, Juan Bautista Rodríguez, tatarabuelo de mi esposo. Esta fundación se propone no solo rehabilitar la cuadra fundacional, hoy reducida a ruinas, invasiones y toda clase de degradación, sino también por la preservación del camposanto más antiguo del estado Lara, donde han violentado las tumbas y profanado los restos de nuestros héroes y deudos.
Pude darle la bendición
Estoy bien, porque uno tiene que sobreponerse a las circunstancias. Yo nada más tengo dos hijos, Pablo Ernesto era el menor. Se fue a buscar trabajo en el exterior. Era muy buen piloto, pero ya estaba muy fuerte el problema de los bajos salarios en Venezuela y, en fin, todas las dificultades. Yo le había aconsejado que nunca fuera al Medio Oriente, pero le ofrecieron ir a Afganistán con muy buen salario y pensó que valdría la pena por poco tiempo, para ganarse un dinerito.
El 20 de enero de 2018, vi por televisión el atentado en el hotel, pero no se me ocurrió que ahí estuvieran matando a mi hijo. Yo pensaba que él estaba en África del Sur.
Inmediatamente empecé las gestiones para traer sus restos. No me podía resignar a que quedará allá… como un trapo. Acudí a las autoridades regionales y a Cancillería y encontré mucha receptividad. El avión que trajo los restos llegó por la Rampa 4. Allí, sus compañeros de Aeropostal los envolvieron con la Bandera Nacional y les hicieron un homenaje muy lindo. Se hizo la nacionalización de los cuerpos. Nos trataron con mucha gentileza. A los Chiossone, incluso, nos pusieron a la orden un avión de la parte aérea de la Marina, para que nos trajera hasta Barquisimeto con Pablo Ernesto. De hecho, desde que está Maduro en el poder, el único traslado de restos mortuorios de venezolanos caídos en el extranjero, hecho por el Estado venezolano, fue el de los dos capitanes, Pablo Ernesto y Adelsis. De resto, cada quien ha tenido que ver cómo trae los restos de sus deudos. Muchas veces, simplemente, ha sido imposible.
A Dios gracias, me trajeron a mi muchacho completo. En la funeraria, abrí la caja para verlo, darle su bendición y despedirlo. Pude ver que él peleó. Tenía los puños morados. Él era karateca. Cinturón negro. Y creo que trató de defenderse. Los médicos de la familia y colegas de mi hija Juana Inés, me explicaron que él tenía un solo tiro, en el pecho, muy letal. Murió en el acto.
Estas cosas son producto de la diáspora a la que han tenido que salir los jóvenes venezolanos. Unos tendrán la satisfacción de volver en algún momento, pero otros no. Mi hijo no volverá. Y como mi hijo, muchos otros, porque han ocurrido muchas tragedias en la emigración provocada por la pésima situación económica y social a que nos han llevado con este sistema tan equivocado y cruel.
A los seis meses de muerto Pablo Ernesto, soñé que me llegaba a la cocina. Era un sueño tan vívido que yo me sorprendía y le preguntaba qué hacía él allí, si estaba muerto. Y él me decía: “Volví”. Lo abracé y lo besé. Era el abrazo que no le di para despedirlo en la muerte. Al despertar, sentí paz. Acepté la realidad. A los días leí en el periódico que los americanos habían matado en Kabul, al jefe del terrorismo afgano responsable de los atentados desde enero hasta julio de 2018. “Sí hay justicia divina”, pensé.
La vida en Barquisimeto
Uno amanece pensando cómo va a salir de la casa. Si estarán cerradas las calles por las alcabalas del FAES o de la GNB o de la Policía Bolivariana…. En este momento, en la zona donde vivo, hay seis alcabalas: Tres en la avenida Lara; dos en Los Leones; y una en el Tiuna… Una cosa infranqueable. Dicen que es por la cuarentena, pero no dan un margen para la circulación de quienes trabajan en sectores prioritarios, como la salud o la producción y distribución de alimentos y medicinas. No. Nada de eso está previsto. Como tampoco se han tomado previsiones para que la población busque alimentos. Cada quien tiene que ver cómo se las arregla. Si es a pie, en bicicleta o si anda escondido… Los traficantes de drogas pasan muy tranquilos y los ciudadanos tenemos que andar escondidos en nuestras propias ciudades. Yo ando a pie, porque el carro me lo robaron a punta de pistola hace unos años. Voy a comprar comida y a la farmacia a tomarme la tensión, a pie. De manera que la primera lucha del día es ver cómo voy a salir. Mi hija, que es médico, enfrenta la pesadilla de la gasolina, porque no hay una política de gasolina para personal sanitario. Solo hay eso que llaman ahora “premium”, que debe pagarse en dólares, de los que la gran mayoría carece. Los pocos ingresos que tenemos son en bolívares.
De manera que la segunda lucha de las mañanas es: Cuántas cuadras de cola habrá para la gasolina o cuánto tendré que esperar por un transporte. Cuando debo hacer trayectos largos, sufro, porque no quiero tomar transporte público. Les he cogido miedo por la cantidad de atracos en sus unidades. Y el Transbarca, que es lo que queda por parte del Gobierno, es solo para quienes gozan de un salvoconducto, que dicen que los venden a precios muy altos. No lo sé con seguridad. Lo que sí sé es que hay que hacer colas de siete cuadras para entrar a la oficina donde están los militares que controlan los salvoconductos.
Antes del mediodía ya tenemos que vernos con la tercera lucha: Cómo hago para hacer el almuerzo. Yo tengo una cocina eléctrica y muchas veces me quedo a la mitad del proceso, porque sufrimos cortes de energía sin previo aviso. No hay un horario para quitarnos la luz. Es como por capricho. Y si hoy no cortan la energía, estamos nerviosos porque sabemos que mañana la falta de electricidad será el doble. Por eso, se sospecha que los cortes de energía se los han dejado a los asesores malignos, para mantenernos en desasosiego. Y quienes tienen cocina a gas, no tienen bombonas, a pesar de que las pagan hasta con seis meses de anticipación. Las empresas de gas que todavía quedan, se ven obligadas a hacer colas de hasta dos días para cargar el gas y, a muchas, el Gobierno les ha decomisado los camiones… El resultado es que mucha gente está cocinando con leña, lo que ha incrementado los problemas respiratorios, a causa del humo.
En la cuarentena tenemos que confinarnos después de las dos de la tarde, pero ya veníamos encerrándonos por la inseguridad y por la falta de dinero para salir. Eso ha disparado los casos de claustrofobia, ataques de pánico y otras formas de ansiedad. De hecho, se ha incrementado la tasa de suicidios en Barquisimeto.
El cuento de las CLAP y de las clases a distancia
Las madres larenses están desesperadas con sus muchachos, porque la educación, que ya venía muy mal, sufrió horriblemente con la pandemia. El cuento de que las clases serían a distancia es una mentira, porque la mayoría no tiene computadoras ni teléfonos inteligentes. Y quienes tienen equipos, carecen de conexión a internet. Aún así, deciden promover a unos estudiantes que no han recibido clases, ni adquirido los conocimientos para acceder al grado siguiente. Eso es una estafa. Al paso que vamos, saldrán de sexto grado sin saber leer ni escribir.
Como educadora, estoy horrorizada al ver la estafa en que se ha convertido la educación en Venezuela. Sobre todo, la educación “superior”. Son flagrantes los casos de gente que quiere estudiar una carrera y que en uno o dos años les dan una credencial, ¡sin haber visto cómo se pone una inyección, cómo se redacta un documento legal o cómo se hace un cálculo!
Pero lo que más me angustia es la desnutrición infantil. Una tragedia generalizada en Venezuela, que ya se está reflejando en la capacidad de aprendizaje y de desarrollo de inteligencia de nuestros niños. Tenemos una generación condenada a ser discapacitada y, por tanto, a una grave desventaja con respecto a los otros países, donde sí han tenido acceso a alimentación y a educación.
La gente de las barriadas populares come de manera muy irregular, sin proteínas. A veces, arepa sola, sin relleno. Lo que les venden en las CLAP es escaso, de mala calidad y sin el más mínimo balance. Algunos están gordos, pero de gordura falsa. El larense promedio está mal nutrido y está enfermo, porque no tiene acceso a la atención médica, porque no tiene cómo pagar las consultas y porque en los hospitales quedan pocos médicos.
Claro que a mí se me ha limitado mucho la alimentación: Uno no compra lo que quiere o necesita. Antes, porque no había; y ahora, cuando hay un grupo privilegiado que importa alimentos, porque los precios son para un grupito mínimo que puede pagarlos, casi siempre en dólares. Quienes tenemos una nómina de jubilados y carecemos de otros ingresos, no tenemos acceso a eso.
¿Miedo?, Yo no
No tengo miedo de decir todas estas cosas. Qué me puede pasar. ¿Que me secuestren, me torturen y me maten?, como han hecho con tantos venezolanos. ¿Qué vengan los cuerpos represivos y se roben todo lo que tengo en mi casa?, como han hecho con tantos venezolanos… A mis 77 años, y después de haber perdido un hijo, ya no tengo nada que perder. Además, no estoy diciendo ninguna mentira.
No siento odio ni resentimiento hacia nadie. En las ciudades pequeñas todos nos conocemos. Y, en mayor o menor grado, nos hemos tenido aprecio. Algunos, callados la boca, admiten que ya no tienen argumentos para defender un régimen que ha devastado a Venezuela, los ha sometido a las mismas precariedades que todos, y ha expulsado a sus hijos a la diáspora. Y están unos pocos, muy pocos, que sacan ventaja de la destrucción del país. Y a esos los conocemos también. A algunos de esos, que llaman enchufados, los conocí desde chiquitos, en las aulas, y no los puedo despreciar, porque les tengo cariño. La rabia y el odio corroen. A veces, por supuesto, me enfurece una nueva injusticia, pero al poco tiempo se me pasa. La música me ayuda mucho.
El pueblo larense es tan guapo, tan valiente, con tanta fe que, a pesar de veinte años de atropellos, abusos y burlas, no nos han podido arrodillar. Los venezolanos no estamos arrodillados. Seguimos resistiendo. Todo el mundo sabe qué clase de régimen oprime a Venezuela, y que ya el país dejó de funcionar como Estado y como Nación. Y, sin embargo, manifestamos, reclamamos. Apresan y matan a unos y salen otros. Las madres de los muchachos presos, torturados y asesinados, siguen en pie de lucha. No claudican. Una sola conozco, en Barquisimeto, que no es que se entregó, es que la tristeza la enfermó y murió. Pero, de resto, lo que vemos es mujeres luchando por los ideales de sus hijos asesinados. Los venezolanos somos un pueblo heroico.
*Las fotografías fueron facilitadas por la entrevistada, Yuyita de Chiossone, al editor de La Gran Aldea.