En la aldea
17 abril 2024

Un país de maltratadores

Las hordas de las redes sociales son como los ejércitos de alquiler de los que hablaba Maquiavelo. Conozco su fanatismo, su odio, su brutalidad, así como su indigencia lexical y pésima ortografía. La agresión a Érika de La Vega por expresar su simpatía por la opción del aspirante demócrata, Joe Biden, da muestra de un escrutinio feroz y, muchas veces, de una envidia indisimulada. Los venezolanos que aspiramos a un cambio y a una recuperación física y espiritual del país, debemos hacer un esfuerzo enorme por convocar la democracia en cada gesto.

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Milagros Socorro | 13 octubre 2020

-Me queda el alma mallugada por tanta violencia -confesó la humorista y periodista Érika de La Vega, en el editorial que escribió, en su página web, acerca de los ataques de que fue objeto luego de hacer críticas al presidente de los Estados Unidos, y candidato a la reelección, Donald Trump, y expresar su simpatía por la opción del aspirante demócrata, Joe Biden.

No me asomé a la algazara de la jauría. No leí, pues, ni uno solo de los mensajes. Pero, créanme, los conozco muy bien. Conozco su fanatismo, su odio, su brutalidad, así como su indigencia lexical y pésima ortografía. Las hordas de las redes sociales son como los ejércitos de alquiler de los que hablaba Maquiavelo, milicias mercenarias prestas a atacar sin saber muy bien cuál es la causa que defienden o la que combaten.

En el caso de la agresión a Érika de La Vega se combinan dos motivos. El más antiguo es la tradicional falta de respeto que ha habido en Venezuela por las figuras del entretenimiento, sobre todo si son mujeres, a quienes se puede aplaudir, cómo no, pero al mismo tiempo que se hace mofa de ellas por alguna característica física o de su ropa, por su edad, por estar “explotadas” o por no estarlo, porque son incultas o porque lo son demasiado para el gusto de la canalla, porque tienen éxito o porque han dejado de tenerlo… Desde luego, esta es una manifestación del machismo, que incluye a las mujeres de todos los oficios, pero no hay duda de que quienes tienen exposición audiovisual son blanco de un escrutinio más feroz y, muchas veces, de una envidia indisimulada. Es como si, por el hecho de mostrarse en fotografías y en la pantalla, su cuerpo quedara ofrecido para el desgarramiento. Lo cierto es que, mientras en otras sociedades, los actores y comediantes gozan de respeto como personajes de la cultura que son, en Venezuela, país poco dado a premiar el éxito, se les trata con irreverencia rayana en la ruindad.

A esto se superpone la actual realidad, degradada por el chavismo en todos los aspectos de la vida nacional. Érika de La Vega está residenciada desde hace casi una década en los Estados Unidos, país democrático donde cualquiera expresa sus preferencias políticas y de todo orden sin que eso le acarree consecuencias negativas. Lo contrario de Venezuela, donde las opiniones y perspectivas pueden ser castigadas por el régimen y por sus retoños, las turbas de radicales de todo signo.

“Las redes sociales son espejo de la depauperación del país, que el chavismo se propuso con éxito”

Tan inciviles son los bots de la dictadura como los “defensores” de ciertos liderazgos minoritarios de la oposición, (quienes parecen pensar que, como son pocos, deben redoblar sus esfuerzos furibundos). Terriblemente feroces son los convencidos de que en cualquier momento Trump mandará una invasión, una operación quirúrgica y quimérica, que no dañará a más nadie sino a los verdugos de Venezuela (como diría Héctor Lavoe: “Y va a llegar un demonio atómico y te va a limpiar”). Diversos voceros estadounidenses han repetido en todos los tonos que eso no va a suceder, pero si lo dice un venezolano, la caterva odiadora se encrespa. Y, si lo dice una venezolana, bueno, se ve asaltada de un cardumen de pirañas, como le ocurrió a de La Vega.

Las redes sociales son espejo de la depauperación del país, que el chavismo se propuso con éxito. El arco va de la condena de la libertad de expresión, que Chávez rubricó desde el primer día con sus grotescas actitudes de gorila, a la actual alianza del poder comunal con la delincuencia. Igual que en las calles de todas las ciudades y pueblos de Venezuela, donde impera el modelo de pran, favorecido y protegido por el Estado, en los espacios virtuales se escarmienta a quien se perciba divergente. De lo que se trata es que no haya debate, de ahogar el diálogo, la disidencia, la diversidad de percepciones. Eso debe sancionarse de raíz.

Si, en las calles, las bandas organizadas (que incluyen uniformados) controlan el tejido social, someten a las comunidades mediante la regulación de la comida y el acceso a ayudas, en las redes sociales se condena la autonomía de criterio. El poder malandro de la tiranía encuentra réplica en Twitter, donde el odiador vive una ilusión de poder al lanzarse sobre el otro con sus ultrajes y amenazas.

Si en el país la noción de liderazgo se sustituyó por la de cabecilla, en las redes cualquier manifestación de discrepancia es atacada por los círculos bolivarianos virtuales. De lo que se trata, en las calles y en las redes, es de dinamitar toda evocación de los rituales democráticos, de los consensos. Que no haya polémica ni mucho menos acuerdos, sino solo imposición, obediencia, linchamientos. Terror.

Chávez llegó maltratando. Acallando. Cayapeando. Veinte años después, los venezolanos que aspiramos a un cambio y a una recuperación física y espiritual del país, debemos hacer un esfuerzo enorme por convocar la democracia en cada gesto. Debemos recordar cómo era, cómo se ponía en práctica. Podemos empezar estableciendo la diferencia entre autoridad y pranato.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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