Nunca se sabrá cuántos venezolanos han muerto por falta de insumos médicos en el periodo en que el chavismo desvió los presupuestos de salud hacia otros rubros que para los jerarcas del régimen tenían mayor prioridad, como el gasto bélico, las transferencias a Cuba y los depósitos a sus propias cuentas. La cifra es desconocida y jamás podrá precisarse con exactitud, pero sabemos que son muchos. Miles. Como cientos de miles son los que no queriendo sufrir la misma suerte, optaron por huir, incluso caminando, para buscar en otros países los alimentos, las medicinas y las atenciones sanitarias que en Venezuela se les niega.
Muchas familias lloran un miembro que, aquejado de Covid-19, sucumbió no tanto al mal, que quizá le hubiera dado tregua, sino a la falta de la ambulancia, el respirador o la cama hospitalaria, que supuso su condena. Y lo mismo se aplica a los pacientes de todas las enfermedades.
En Venezuela la muerte puede sobrevenir por carencia de algo tan simple como una bolsa para transfusiones, accesorio que parece simbolizar a todos los materiales de diagnóstico, tratamiento y prevención de enfermedades, e incluso a la atención en general. Es el símbolo de la salvación misma. Que en Venezuela está negada para la gente.
Por eso, porque centenares de niños venezolanos han muerto por falta de un aditamento como ese, ver un saquito de transfusiones en el lujoso bar del Hotel Humboldt usado como surtidor del que gotea un coctel, ha causado… ¿qué ha causado?… ¿se llama indignación?, ¿dolor?, ¿ira? Es todo eso más humillación. Los jerarcas del chavismo se comportan como un ejército de ocupación, que no experimenta la menor sensibilidad ante el sufrimiento de un país reducido al hambre y la extenuación. Un invasor que no se inhibe para restregar sus lujos y excesos al pueblo derrotado; al contrario, lo hace con la intención de mostrar su poder, una supremacía que llega al extremo de quitarte la bolsa de transfusión que puede mantener vivo a tu hijo o a tu madre para usarlo como válvula de aguardiente.
Las fuerzas de ocupación allanan, apresan y torturan de día y por las noches instalan sus huestes en los bares, donde la música atrona. En la Francia ocupada por los nazis, es fama que los oficiales alemanes bailaban, bebían champán y coqueteaban como no lo hacían en sus lares. Viene con las guerras. El ocupante celebra cada noche los combates de la víspera y la conquista del botín. Este video incorpora, como para que no quepa duda, la voz de una mujer, que da el toque frívolo y decadente en una situación de guerra no declarada. Todo el video tiene un aire de vampirismo, de ámbito ominoso, de burla sangrienta.
¿Para eso devastaron el país?, dicen algunos todavía. ¿Esa era la redención que nos depararía la revolución de Chávez? Ahora la gente desfallece de ayuno en las colas, mientras ellos se rehabilitan hasta el infinito con cranberry, esa frutilla color sangre. La sangre de nosotros es lo que beben.
A eso vinieron. El video viralizado, donde aparece un cantinero que revela el lugar (‘La boite’ del Hotel Humboldt) y ofrece detalles del trago que sirve, me remitió a otro saqueo, el de febrero de 1989, en Caracas.
En un informe hecho por el general (Ej.) Manuel Heinz Azpúrua, -entonces jefe de la Disip (Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención), actual Sebin, pero en democracia– estableció que “la casi totalidad de las bodegas, pequeñas panaderías, carnicerías, y pequeñas tiendas de electrodomésticos de los barrios populares y del casco central de Caracas fueron saqueadas y destruidas. Y, por supuesto, todas las licorerías del Área Metropolitana fueron saqueadas; así por ejemplo, los almacenes de la “Proveeduría del Empleado Público”, ubicada en la Av. Andrés Bello, al final del día 27 de febrero, habitantes del Barrio Santa Rosa la saquearon totalmente, llevándose todas las mercancías en existencia, incluyendo 10.000 cajas de bebidas alcohólicas. Todo lo dicho puede ser comprobado en el Informe de la Cámara de Aseguradores de Caracas, entre otros”.
Demolieron, pues, lo que encontraron a su paso para echarle garra a la caña. El video viralizado es metáfora del vandalismo descrito por el general Heinz Azpúrua; desde luego, con el añadido estremecedor de la bolsa de sangre, que en vez de estar en el sistema de salud -donde brilla por su ausencia, porque se lo arrebataron a los venezolanos-, está en los botiquines de lujo, adonde solamente ellos pueden ascender.