En la aldea
24 abril 2024

Venezuela sin petróleo: ¿De regreso al pasado?

Mucho se ha hablado sobre si el petróleo benefició o perjudicó a Venezuela, los cierto es que los Petroestados no viven del trabajo, sino de la renta. Ahora tendremos que trabajar y la dictadura venezolana se lo comienza a oler. Como en toda situación compleja, el poder avanzar surge de comprender la esencia conceptual de los obstáculos y las necesidades; entonces parte vital de la esencia de saber aprovechar el tiempo presente para el desarrollo del futuro, en la búsqueda de construir una economía más allá del petróleo.

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Juan Pablo Olalquiaga | 07 enero 2021

Dicen que los empresarios en Venezuela estamos en modo supervivencia, lo cual tiene mucho de cierto. Hay dos formas de sobrevivir. La primera es aferrarse a lo que se tiene en la esperanza de no perderlo y valorar cada minuto que se retenga, como un paciente terminal en cuenta regresiva quien niega la realidad que enfrenta. La segunda es aceptar que la vida cambió, que lo que se tuvo es poco probable que se vuelva a tener, otear el horizonte y ver qué de nuevo se puede hacer, como un inmigrante cuando llega descalzo a una tierra nueva.

En lo personal escogí la segunda y entendí que la empresa en la cual trabajo no recuperaría los niveles de ventas del pasado, salvo que se abriese a mercados externos. Además, entendí que los productos que tradicionalmente había vendido podrían no ser atractivos en esos mercados externos. Entonces me dediqué a ver qué podía desarrollar cuya promesa de valor fuese diferente de lo que existe, para así poder competir por atractivo y no por precio. La experticia de esta empresa, en la cual trabajo, es la adhesión. Así, comencé un recorrido que me está conduciendo al desarrollo de cosas tan variadas como tratamientos de metales, hasta adhesivos basados en péptidos de proteínas.  No tengo una definición clara de la promesa de valor de los productos en desarrollo, justamente porque están en desarrollo. Tampoco puedo anticipar qué tan atractivos serán en sus nichos de mercado. Menos puedo saber sus estructuras de costos para poder valorar sus niveles de competitividad. Lo que sí sé, es que la empresa actual, con la comercialización de nuestros productos tradicionales, tiene una sola meta de mediano plazo: La de desarrollar productos que por su diferenciación puedan venderse fuera de Venezuela. ¿Lo lograré? Ese es el reto.

En este camino ha comenzado una etapa de mi vida del comprender el cómo desarrollar. He conocido profesores universitarios brillantes, dedicados, deseosos de desarrollar, de acompañarme en mis necesidades empresariales y deseosos de complementar sus experticias técnicas con mis experticias como hombre de negocios. Digo negocios en la acepción de agregación de valor, negocios que construyen, negocios transparentes, negocios que crean trabajo sofisticado y profesional, en la práctica de la ética y los valores.  Rechazo el negocio como un guiso, como un chanchullo, como un acto desleal o asimétrico. Pongo distancia entre mi persona y aquellos que se disfrazan de empresarios para esconder el que son delincuentes. 

Dar el salto al futuro

En este proceso de aprender cómo desarrollar productos novedosos, he descubierto que no basta un experto. El desarrollo de un producto requiere de expertos de distintas disciplinas, de distintas instituciones nacionales y de los países vecinos, para poder hacer síntesis y luego caracterizarlas, para generar testigos y luego ponerlos a prueba, para entender la naturaleza de lo que se tiene en la mano y cómo esto funciona. Desarrollar es complejo, no es rápido y requiere de estar convencido de quererlo hacer. En el camino hay éxitos y hay fracasos, pero sin transitar este camino, el éxito comercial, el de la monetización, nunca se alcanzará.

Y en este proceso de búsqueda de nuevos caminos y oportunidades, me topé con Fundei, una fundación con capítulos regionales, creada desde la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria) para la búsqueda e inserción de talento en una Venezuela que se quedó congelada en los años ochenta. Mi objetivo para con Fundei, basado en mis requerimientos como empresario, es contribuir con que esta fundación dé el salto hasta la década de los 2020 o 2030, donde las empresas industriales locales requieren de tantas experticias, entre ellas la capacidad de desarrollar productos que puedan competir en este mundo globalizado e hipercompetitivo. Nada fácil remontar 40 o 50 años en esta, nuestra Venezuela atrasada. 

“La institucionalidad y la igualdad ante la ley, son el pilar sobre el cual descansa la capacidad de relacionarnos”

El proceso de transición de la Venezuela rural a la Venezuela industrial, que se dio como respuesta sensata al crecimiento de la importación de bienes que posibilitó la exportación petrolera a mediados del siglo pasado, no maduró sino en algunos nichos para ser una industria capaz de desarrollar tecnología que la hiciese competitiva a escala mundial. El entramado de razones que justifican el estancamiento de la industria venezolana es amplio, es complejo y ha sido analizado y debatido. Como en toda situación compleja, el poder avanzar surge de comprender la esencia conceptual de los obstáculos y las necesidades. A mi modo de ver, estos conceptos, en este momento, son: Tamaño del mercado, Estado de derecho, educación orientada al logro de objetivos, y necesidad de una meta como nación.

Con esto no pretendo infravalorar muchos otros aspectos que frenan o imposibilitan el desarrollo industrial, tales como infraestructuraagua, electricidad, internet, transporte, o servicios públicos como recolección de basura o seguridad personal– los cuales, sin duda, son imperativos para el desarrollo. Tampoco pretendo subestimar los efectos desestimulantes de un marco tributario complejo, confiscatorio y ejercido por medio de un conjunto de funcionarios públicos que han sido llevados a sobrevivir mediante el deleznable ejercicio de la extorsión. O de la carencia de un sistema monetario mediante el cual la moneda sirva de elemento transaccional estable y de ahorro, que, a su vez, posibilite la existencia de un sistema financiero que cree el crédito y permita algo tan esencial como transferencias electrónicas de fondos. Así, podría seguir con el marco laboral o el conjunto interminable de autorizaciones obligatorias que cada ministerio, o instituto, va insertando para empoderarse mediante la obstrucción, como lo son los Códigos de Producto Envasado (CPE) de Sencamer; el Rasda (Autorización para el manejo de sustancias, materiales o desechos peligrosos); los permisos fitosanitarios, y los salvoconductos de circulación, por señalar solo algunos. Todos estos son frenos, pero no forman parte de la esencia.

El tamaño del mercado es lo que define si hay o no interés en un emprendimiento, si podemos conseguir los socios que pongan fondos o si vale la pena invertir tiempo en evaluar el cómo explotar una oportunidad. Si el mercado es pequeño, picar la oportunidad y correr a otra es la conducta. Si el mercado es grande todo tipo cosas se justifican, desde la exploración, la construcción de cadenas de suministro, la capacitación de la gente, los cambios legislativos y el desarrollo tecnológico. Venezuela es hoy un mercado diminuto que difícilmente justifica cosas distintas del comercio de bienes de consumo. De allí los bodegones. Picar y correr a otra oportunidad. Un mercado diminuto puede, inclusive, no ser suficiente como para experimentar productos cuyo interés real sea el de exportación.

El Estado de derecho engloba la institucionalidad, los derechos de propiedad, el sistema de justicia y la formación de políticas públicas. El Estado de derecho establece las reglas del juego, lo que el sistema anglosajón denomina el imperio de la ley. Sin Estado de derecho cualquiera me quita lo mío sin yo tener mecanismos para defenderme. Sin Estado de derecho lo que es permitido hoy es prohibido mañana sin más justificación que el capricho del tirano. Samuel Huntington, el conocido politólogo norteamericano decía: “Dame una economía de mercado y un sistema de justicia imparcial y yo te daré desarrollo”. La institucionalidad y la igualdad ante la ley, son el pilar sobre el cual descansa la capacidad de relacionarnos. En este territorio tienen cabida la propiedad intelectual, los derechos de autor y el sistema de marcas y patentes.

La educación orientada a objetivos define para qué queremos el saber. El saber nos debe servir, el conocimiento nos debe permitir, nos debe posibilitar. Esta se debe focalizar, desde el punto de vista del desarrollo nacional, en aquellas áreas en las cuales lo monetizable se posibilite. La educación que instruye procesos de productividad en labores mecánicas de repetición es parte del pasado ante la robótica. La estadística como elemento predictor queda subordinada a la inteligencia de los algoritmos. El desarrollo es pragmático, pretende usar la tecnología, no siempre comprenderla. Yo no tengo que entender la estequiometría de la combustión para usar mi carro, ni la química de las pilas de litio para usar mi teléfono.  Como sociedad debo ser amplio en el conocimiento y esto parte desde la infancia, pero práctico en sus objetivos

¿Cuál es la meta?

Finalmente, una nación debe tener una meta. Propongo un Producto Interno Bruto (PIB) de 450 mil millones de dólares para el año 2040, es decir un poco menos del doble de la economía chilena; con PIB per cápita de 13.000 dólares al año, basado en exportaciones de unos 150 mil millones de dólares y con balanza comercial positiva. ¿Cómo consigo eso? En el año 2040, empresas como Toyota y las demás automotrices no fabricarán automóviles que consuman petróleo, ni las ciudades permitirán su circulación. ¿Cómo construyo 150 mil millones de dólares en exportaciones distintas del petróleo cuando lo más que ha logrado Venezuela es 8 mil millones en los años ‘90, cuando teníamos una estructura industrial mucho más desarrollada, y aun así estos 8.000 millones estaban fundamentados en materias primas como acero y resinas plásticas?

Sin embargo, puesta en perspectiva esa meta que propongo no representa, en términos comparativos, sino alcanzar las variables de Costa Rica. Costa Rica, en forma agregada, invierte cerca del 20% de su producto interno en educación, alcanzando el puesto 58 en las pruebas de PISA. Formar parte de las pruebas de PISA, sin duda, sería una meta en sí. Costa Rica invirtió 413 millones de dólares en investigación y desarrollo en el año 2018, lo que supondría una equivalencia per cápita a unos 3.000 millones de dólares para Venezuela en el 2040. Nosotros, en el 2018 invertimos apenas 165 millones de dólares en Investigación y Desarrollo. 

A diferencia de los años recientes, hay tres aspectos que son predictores de cambio: El primero es que la era del petróleo se terminó para Venezuela; el segundo es que la emigración como búsqueda de oportunidades en otras tierras puede frenarse como consecuencia de que saturamos las estructuras sociales de nuestros destinos; y la tercera es que con la dolarización la economía se ha logrado independizar de los desatinos del Banco Central, permitiendo a los venezolanos por primera vez en muchísimos años tener capacidad de ahorro. 

“El reinventarse pasa casi excluyentemente por entender cuáles bienes exportables son los que se deben producir”

No son tres cosas banales. Mucho se ha hablado sobre si el petróleo benefició o perjudicó a Venezuela, los cierto es que los Petroestados no viven del trabajo, sino de la renta. Ahora tendremos que trabajar y la dictadura venezolana se lo comienza a oler. Según el dramaturgo americano Arthur Miller, las eras se terminan cuando las ilusiones básicas que las sostienen se extinguen. Así, la era de la revolución bolivariana petrolera también se terminó.

El mundo tiene por delante la descarbonización, lo cual crea la revolución de las energías limpias y pone al petróleo como el petróleo puso al carbón. También los algoritmos como instrumentos de predictibilidad y el uso de la inteligencia para la aplicación de tecnologías. La inteligencia racional, medida como el coeficiente de inteligencia, viene creciendo de manera sostenida en el mundo. En forma agregada ha crecido a razón de 3 puntos por cada década desde 1900, según cifras que reporta Our World in Data, de la Universidad de Oxford. Este aumento, denominado el Efecto Flynn, se le atribuye a mejor alimentación, mucha más educación y el mayor nivel de conceptualización producto de vivir en un mundo más abstracto. Una persona promedio del mundo de hoy sería considerada muy por encima del promedio si esta regresase en el tiempo a 1900. Esta referencia, por sí sola, coloca a Venezuela en una posición de minusvalía frente al continente asiático, donde la alimentación, la educación y la abstracción son mucho mayores.

Ante esto, nuestro país se enfrenta a lo que el psicólogo americano Steven Pinker llama “La tragedia de las creencias de los comunes” y que se traduce en que lo que es racional para las personas en forma individual, no necesariamente lo es para las personas en su conjunto. Pinker lo simplifica con un ejemplo: Correr hacia la salida cuando se produce un incendio. De aquí se deriva la necesidad de nuevas y muy pensadas políticas públicas.

El reto común de industrias y universidades

¿Dónde se encuentra la industria venezolana ahora? En un estadio de tener más estructura de la necesaria para atender al mercado local, fabricando productos que los hay en todos los demás países, sin diferenciación y, debido a la destrucción de las cadenas de suministro, sin niveles de competitividad. Con un bajísimo nivel de investigación y desarrollo y con la equivocada percepción de que la necesidad es de tener ganancias en competitividad en lugar de pensar en cómo reinventarse. Y el reinventarse pasa casi excluyentemente por entender cuáles bienes exportables son los que se deben producir. Es aquí donde la industria requiere, desesperadamente, de aliarse con la universidad para sostener investigación monetizable. Esto incluye entender el estado del arte actual, hacia dónde va el mercado específico de lo que pretendemos producir y formar clústeres de investigación, no sin antes invertir en la reconstrucción de laboratorios y en la capacitación de los operadores de estos. Esto, las empresas industriales venezolanas, salvo contadas excepciones, no lo saben hacer. Tampoco las universidades lo saben hacer. Las empresas venezolanas son expertas contratando tecnología existente con proveedores externos para copiar productos existentes, y así buscar mejoras en competitividad y requiriendo protección del Estado. Pero las universidades, también carentes de visión, se acercan a las empresas con la única oferta de mejora de procesos.

En mi experiencia, la innovación que requiere adoptar la industria venezolana necesita de una fuerte dosis de creatividad, es decir: ¿Qué hago que me diferencie y me atraiga a clientes internacionales? Mezclado con otra fuerte dosis de emprendimiento, es decir ¿cómo, teniendo un producto, hago para presentarme al mercado para enamorarlo? Cuando me haya respondido esas dos preguntas comienza la larga y riesgosa etapa de desarrollo de producto, el cómo conseguir que lo que pretendo ofrecer lo pueda fabricar. Aquí digo riesgosa etapa por diferentes razones. La primera es porque tal vez no logro desarrollar lo que persigo, o tal vez no lo logro desarrollar tal como lo persigo, y cabe preguntarse qué variantes pueden ser atractivas, como le pasó al Viagra o al Teflón. Si desarrollo algo, cuánto me costó ese desarrollo y la duda de si podré recuperar los costos del desarrollo. Finalmente, que nadie se apodere de mi conocimiento, es aquí donde la propiedad mediante patentes es vital.  Realmente, debo proteger mis conocimientos desde su evolución, inclusive de aquellos que contribuyen en el proceso de investigación. Una patente se da sobre una cosa terminada, pero las ideas de las discusiones en el proceso son, igualmente, conocimiento necesario para el producto final. En Venezuela, sin duda, no existe protección para esta propiedad, lo cual hace casi inviable las grandes inversiones en investigación. 

Adicionalmente, Venezuela se encuentra inmersa en una crisis política, económica y social de gran envergadura que se acentuó con la pandemia y se ha convertido en un freno para el crecimiento y el progreso. De acuerdo con las cifras aportadas recientemente por la firma Ecoanalítica, la economía nacional cerró 2020 con una contracción de 32% con respecto de 2019 y apenas es una quinta parte de lo que era en 2012. La inflación del año se ubicó en 2.000% y existe un proceso de dolarización transaccional que obliga a las empresas a trabajar en un sistema multimoneda.

De esta manera, el entorno venezolano tiene mucho en contra para poder servir al desarrollo de tecnologías innovadoras, pero con estos bueyes hay que arar. Por otro lado, existen oportunidades en la forma de necesidades conjuntas entre empresas y universidades que, si aprendemos a relacionarnos de manera constructiva, creyendo en el largo plazo, es decir viendo más allá de los obscuros momentos de la dictadura, y apostando juntos como modelo complejo, podremos explotar. He ahí parte vital de la esencia de saber aprovechar el tiempo presente para el desarrollo del futuro, en la búsqueda de construir una economía más allá del petróleo.

@jpolalquiaga

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