Un quiste, según la RAE, es una “vejiga membranosa que se desarrolla anormalmente en diferentes regiones del cuerpo, o que contiene líquido o materias alteradas”. Y el verbo enquistar, también según el diccionario de la venerable institución, sirve para hablar de la parálisis de un asunto. Por ejemplo: “Las negociaciones se han enquistado”. Pese a que no se orientan hacia la política, las definiciones acomodan al entendimiento del continuismo chavista del cual hemos presenciado un alarde en el estreno de la nueva Asamblea Nacional, que domina a placer después de triunfar en unas elecciones amañadas. Y de otros continuismos.
No hace falta el microscopio para el descubrimiento de la “vejiga membranosa”, ni para detectar la presencia de su alterado líquido. Basta leer la nómina de la directiva del nuevo “parlamento” para descubrir la persistencia de la antigua adherencia que resiste todos los tratamientos; la viscosidad que se ha pegado al pellejo de la sociedad desde hace dos décadas, sin que ningún remedio, profano o santo, la haya expulsado: Jorge Rodríguez, Iris Varela y Didalco Bolívar, ovacionados por la mujer del patrón y por los capitanes Cabello y Carreño. Encabezan el repertorio de un anquilosamiento que reta a la ciudadanía, de un empeño en echarnos en cara la decisión más grosera de permanecer en la cúpula con todo el descaro del mundo sin necesidad de afeites, sin maquillar las arrugas de la ajada piel. Ni siquiera buscaron la alternativa de una simulación colocando en algún lugar del elenco a los maromeros que habían captado para que hicieran el rol de oposición, como los deplorables adecos del opaco Bernabé Gutiérrez, tan dispuestos a la docilidad. O como alguno de los curiosos evangélicos bajados del púlpito para estrenarse en el ágora con poca Biblia y mucho apetito. Ciertamente no debían poner en primer plano a los alacranes que abandonaron las filas de Primero Justicia: Demasiado vulgar y excesivamente jugosa la cabriola que hicieron en la víspera, para que la refresquen los espectadores al verlos de nuevo en primer plano. Sin aproximarse a semejante riesgo, pudieron valerse de algún amago de novedad para trasmitir la sensación de mudanza que habitualmente se busca cuando se inaugura una legislatura, pero prefirieron la exhibición de una hegemonía que no tiene postigos para el aire vivificador. He aquí nuestro exquisito quiste, nuestra espléndida vejiga membranosa, gritaron sin recato.
Aunque en apariencia carezcan de la antigüedad de la que hacen gala los “revolucionarios”, las decisiones continuistas de los jefes de la oposición tienen vocación quística. Como, en el último lustro, cuando se esperaba lo mejor de sus esfuerzos y cuando ofrecieron villas y castillas, se dedicaron a contemplar y alimentar el creciente quiste de la otra orilla, tal vez se hayan aficionado a la idea de que pueden intentar el mismo plan para mantenerse con vida. La alimentación del primer quiste, hecha con una fruición digna de mejor causa, tal vez les haya inducido un designio de imitación. Si con nuestro auxilio le dio resultado a un enemigo que sigue tan campante en las alturas, también puede funcionar desde nuestras agonizantes bajuras, han podido pensar para aferrarse a una sobrevivencia esquiva. La posibilidad de que veamos a esos líderes como partes de un quiste no depende de su partida de nacimiento, porque el oficio de la política, y especialmente los errores cometidos en su ejercicio, castigan más que el paso del almanaque. No es un problema de cronología, sino del hastío que producen en la sociedad los malos pasos de quienes se anunciaron como sus redentores, como los abanderados de una época dorada que se hace cada vez más lejana. Si agregamos el leguleyismo al cual han acudido para permanecer en la escena, para semejarse cada vez más a un quiste, y las historias sobre sus malos pasos que no publica Últimas Noticias, ni comentan los dúctiles entrevistadores de Globovisión, sino The Washington Post, no solo nos acercamos a los límites de la inoperancia, sino también de la purulencia. El más rudimentario de los laboratorios puede probar la existencia de la anomalía.
Pero también puede demostrar que todavía no se trata de un quiste duro, parecido a la mole rocosa del chavismo. Parece un quistecito de primera fase que no se ha adherido a todos los pellejos opositores, sino solamente al cuero de los miembros de una camarilla. Así lo demuestran la compostura de los opositores que no votaron por la extensión de un período legislativo que concluía sin paliativos y que solo se podía estirar con argumentos especiosos, la decisión de muchos parlamentarios que prefieren que los traten como ex diputados, sin complicarse la vida en explicaciones; y el silencio de muchas voces opuestas a la dictadura que hasta hace poco sonaban a menudo. Lo cual no quiere decir que desde esta columna se apueste por una decapitación generalizada de incompetentes, por una purga de mediocres y de probables pillos, sino solo porque los alejados, los distanciados, los silenciosos, los media lengua, los veteranos probos, los disidentes y los desconocidos que merecen tribuna, detengan la multiplicación de la patología. Como la del chavismo no tiene solución, tal vez la nuestra se pueda remediar.