En días recientes John Naughton, periodista e investigador de la Universidad de Cambridge publicó un artículo en The Guardian: “Las universidades necesitan ser inteligentes o arriesgarse a ser relegadas de la historia”, polémico y motivador al mismo tiempo.
En el pasado, la universidad era la institución donde se acudía a buscar información; los campus universitarios albergaban y hoy albergan a miles de estudiantes, las bibliotecas millares de ejemplares. Ahora la información se encuentra en cualquier lugar donde uno tenga acceso a Internet. De grandes construcciones pasaremos a “tiendas de campaña” conectadas en red. El cambio se había anunciado y no todas las universidades se prepararon para la transformación digital.
“No vamos a la universidad para buscar información que se puede encontrar en cualquier otro lugar; vamos a desarrollar competencias que nos habiliten para entender, crear, colaborar, convivir, interactuar, resolver problemas, innovar y mejorar continuamente nuestras vidas”, respondió Benjamín Scharifker, Rector de la Universidad Metropolitana (Unimet) en un “hilo” de Twitter comentando el artículo. Yo agrego: Vamos a la universidad a formarnos como ciudadanos críticos.
El cambio que se venía operando con la introducción de tecnologías digitales en la educación superior ha tenido una evolución asimétrica a nivel mundial dependiendo de las previsiones, capacidades instaladas, inversión, que cada una hiciera. Hemos visto los avances de grandes universidades (Harvard, Cambridge, Tecnológico de Monterrey, entre otros) y el rezago de muchas otras. Con el confinamiento obligado por la pandemia del Covid-19 el cambio de lo presencial a lo virtual se hizo inminente de manera drástica y dramática. También asimétrica. El desafío es tan radical que parece sobrevivirán las universidades que puedan adaptarse.
La virtualización mediada por tecnologías de información no es la única tendencia que se ha acentuado; la infoxicación o excesiva información irrelevante; la distorsión de la misma con fines publicitarios, políticos o de intereses de grandes corporaciones (fake news); la fragilidad ética que experimentamos frente a la opacidad de la información; la ausencia de debate público; la brecha digital; son parte de las tendencias.
En Venezuela las universidades privadas han respondido con mayor agilidad que las universidades autónomas (por múltiples razones). La crisis es de tal magnitud que vemos “un futuro sombrío”, necesitamos un gran debate nacional frente a un asunto tan complejo.
¿Cómo responder a estos desafíos?, ¿cómo contribuir a la formación de competencias pertinentes para enfrentarlos?
En este avance desigual pareciera que hay archipiélagos y grandes continentes, pequeñas islas en las cuales a veces nos sentimos náufragos con el agua en los pies y levantamos una bandera.
En este caso aceptamos el desafío de debatir cuáles son las competencias pertinentes en contextos de alta incertidumbre, complejidad, y nos hemos aventurado (antes de la pandemia) a investigar y a experimentar en la docencia universitaria en “Competencias para el siglo XXI”: Aprendizaje autónomo, pensamientos múltiples (ontológico, complejo, crítico), creatividad, comunicación y cooperación.
Cada quien es responsable de su aprendizaje y es conveniente que lo reconozca y lo potencie; los profesores solo pueden facilitarlo y guiarlo. La capacidad de pensar de manera crítica sobre nosotros mismos y nuestro entorno con una mirada transdisciplinaria, abierta al error y a la incertidumbre. La creatividad para explorar nuevas soluciones ante situaciones inéditas. La comunicación empática del mundo de la vida del cual emergemos. La cooperación en pequeños grupos y gran escala para lograr objetivos o propósitos comunes.
Y durante confinamiento, para estar en el grupo de los sobrevivientes o dar un paso adelante y levantar la bandera desde una isla muy pequeña de la Universidad Central de Venezuela (el Cendes) lanzamos un programa de formación de competencias y capacidades para el Desarrollo Humano. Al menos, nos arriesgamos.