Achicado su espacio político por la ausencia de resultados y las intrigas intra-opositoras, es probable que el futuro de la denominada Presidencia interina no sea demasiado longevo.
El “Acuerdo para Salvar a Venezuela” propuesto por Juan Guaidó ha cristalizado casi milagrosamente, al encontrar una respuesta en el Palacio de Miraflores, y el inicio del diálogo político facilitado por Noruega y respaldado por la comunidad internacional va tomando cuerpo en un contexto en el cual se impone extraña la sanción de que las facciones en pugna, todas, agotan sus últimos cartuchos en medio de la agonía nacional.
En esta encrucijada que se le presenta, pienso que Guaidó tiene un mandato fundamental: Incorporar a sus adversarios internos en las conversaciones, con sus puntos de vista al remolque, y procurar que formen parte de un solo esfuerzo por recuperar la democracia.
Trabajar para alinear, hasta donde sea posible, -y ahora es más posible que nunca- la tesis del “cese de la usurpación” con los enfoques gradualistas que sostienen dirigentes como Henrique Capriles Radonski, e identificar con él un marco mínimo de operaciones y lealtad compartida frente a los desafíos políticos de las próximas elecciones regionales y la cita presidencial de 2024.
Lo anterior, independientemente de las rivalidades personales, las diferencias tácticas y las cuentas pendientes del pasado, todas las cuales podrían quedar dirimidas en una consulta soberana más adelante. Siendo de los pocos dirigentes con tropa detrás que siguen en Venezuela, la obligación de ambos es pensar en el interés nacional y terminar de aceptar que trabajan para la misma causa. Cualquier intento por ensamblar en lo elemental ambas posiciones no tiene por qué escamotear los proyectos personales, las estrategias políticas ni los horizontes de estos actores, ni obligarlos a convivir forzadamente en un espacio organizativo.
Por meritorios que puedan parecernos de cerca los nuevos formatos unitarios que procuran extender el ámbito del G4 a la sociedad civil, Juan Guaidó tiene que tener claro que el ruido creado dentro de sus propias filas ante la falta de resultados lo está perjudicando seriamente. La propia Presidencia interina, dotada de un mandato nacional que parecía incuestionable hace dos años, hoy luce como una facción más en un universo fragmentado y sin coherencia, dominado por el folclor político de las zancadillas y los chismes de las redes sociales, en el cual hay demasiada gente trabajando, no para sustituir a Maduro, sino para deshacerse de él.
El cruce de discursos, oportunidades y costos que se gestan entre el comienzo de las conversaciones con Noruega y las venideras elecciones de gobernadores concretan una buena oportunidad para convocar al país a expresarse masivamente en una dirección y en contra de un estado de cosas. Las condiciones políticas existen. Ese llamado es una responsabilidad que tendrían que asumir ambos dirigentes. La posibilidad de que esto ocurra hoy no luce demasiado alta.
Si los escenarios no se anticipan y no se trabaja para sumar, la cita de gobernadores y alcaldes no será una oportunidad para manifestarse contra esta tragedia, sino un evento descolorido, mediocre y disperso: unas facciones opositoras llamando al país “a seguir con la lucha” en medio de una ensalada de nombres sin perfiles y muy pocas opciones que ofrecer a cambio. Una cita perfecta para que Maduro se anote otro punto a favor similar a las dos últimas elecciones organizadas en el país.
El discurso de Guaidó inevitablemente se agota entre diagnósticos repetidos y horizontes que no se concretan. Los fundamentos de su estrategia tienen necesariamente que ser revisados con espíritu flexible -como en buena medida viene ocurriendo-. Sus opciones continuarán con vida si con sus decisiones logra dotar a las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes del espíritu que se apoderó de las mayorías nacionales con su irrupción en 2019.
De lo contrario, mientras Maduro sostiene sus naipes en el diálogo, los comicios regionales que se aproximan serán tan desabridos e intrascendentes como los que se organizaron en 2004 o 2017. O un poco peor.