Alguien recibió un salario por ponerle un sello a la planilla donde constaba que los supuestos periodistas de TVES (una planta televisora de la que solo se habla cuando superan el desastre anterior) habían cursado una asignatura. Alguien cobró unos honorarios sufragados por el Estado para darles un diploma a estas personas, que entonces quedaban facultadas para llamarse “licenciadas en Comunicación Social”. Alguien usó el nombre de Venezuela para forjar un título fraudulento: los presuntos egresados universitarios han demostrado, en documento audiovisual, carecer de las habilidades que califican a alguien para llamarse periodista; han evidenciado que, más que hacer un uso deficiente del castellano de Venezuela, lo desconocen y desprecian; así como ofenden y ultrajan a la audiencia, a la que están obligados a servir, informar, orientar y educar.
El mensaje que un profesional del periodismo emite a través de la radio o la televisión, o difunde mediante una nota escrita, es la punta de un iceberg, la cúspide visible de una montaña sumergida en la que se arrellana su formación remota (la que ha acumulado en una vida de estudio y sostenida actualización) y la formación cercana (la recabada de cara al hecho específico sobre que el que va a informar). Un periodista profesional no se planta ante las audiencias a proferir ocurrencias, lo que se venga a la cabeza, mucho menos en una jerga de botiquín que constituye una agresión al emisor y un desmedro a la cultura del país. Llamarse periodista es admitir la obligación de hacer todo lo posible para escudriñar y diseminar la verdad, y, ya que se ostenta una posición de vocería pública, hacerlo en términos que no vulneren el lenguaje, cual es el gran patrimonio simbólico de la Nación.
Llamarse periodista es comprometerse a investigar, cotejar y presentar de la manera más inteligible de que se sea capaz los eventos que afecten a la comunidad en el pasado (si es que se descubre una irregularidad de antiguo cometida); en el presente o que sean susceptibles de afectar de forma negativa el devenir de la colectividad. Exponer el abandono, el absoluto desamparo, al que han sido condenados los atletas venezolanos, es un gravamen al que estamos amarrados. No es una margarita que se deshoje. Eso hay que hacerlo. Para eso te han formado en la universidad, para eso te contratan en un medio y, lo más importante, eso es lo que espera de ti la sociedad, tanto la audiencia que exige información como los atletas, los entrenadores, sus familias y seguidores. Llamarse periodista es consentir que no hay aspecto del país que no sea tu problema. Los periodistas somos responsables del país, de la manera como este es percibido y de la forma como lo vamos a narrar, analizar, fotografiar, filmar y, si toca, denunciar. ¿No haces esto? No eres periodista. Eres una estafa.
Este miércoles 4 de agosto vimos unos segundos de video, grabados en TVES, donde se veía a un entrevistado haciendo maromas para explicar un hecho de inmensa gravedad: los atletas que portaron la bandera de Venezuela en Tokio lo hicieron a pulmón, puesto que no contaron con apoyo del Estado para su entrenamiento, soporte físico y sicológico, así como adquisición de insumos y equipos. El invitado, director técnico de deportes de combate del IND, daba mil rodeos y se valía de un arsenal de eufemismos para no exponer la realidad: sabía que no estaba entre periodistas sino entre esbirros.
Muy pronto veríamos cuánta razón llevaba al sentirse cohibido. Uno de los ¿presentadores?, ¿policías políticos disfrazados de entrevistador?, un tal Fondi o algo así, mandó interrumpir la grabación porque las declaraciones, aún tibias, todavía le parecían peligrosas para la censura. Debe tener mucha presión, eso seguro.
No contento con arrebatar el derecho de expresión del entrevistado, Fondi se permite indicarle, en los términos más soeces y con la dicción de quien aprende danés con un buñuelo hirviendo en la boca, lo que debe decir en lugar de la verdad. Y lo que debe decir es una sarta de babiecadas sentimentaloides, muy probablemente aprendidas en la “materia” Chávez I, II, III o IV, impartida en esas “universidades” que malbaratan los recursos del país para graduar de zafios a unos pobres muchachos que luego van a los medios a hablar como amanecidos de cantina y a hacer un ridículo que los perseguirá por siempre.
«Tienes que decir que sí, que es importante para Latinoamérica y ya…», le dice Fondi al invitado. Es decir, limítate a la propaganda, no hables por los oprimidos, acalla las exigencias de la gente, restríngete a mentir, que para eso están los medios confiscados por el Estado.
Fondi dista mucho ser el único. Hay una máquina de graduar mentirosos, una “institución” que emplea dinero de todos los venezolanos para entrenar aduladores del régimen, para ocultar la tragedia y para terminan de destrozar el idioma, ya pisoteado por Maduro, Cabello y los otros jerarcas de la tiranía que parecen tener en los libros y al periodismo la ristra de ajos para los vampiros.