Las peripecias de Alex Saab tienen todos los ingredientes para convertirse en una historia internacional, en un imán para la política y para la atención de la opinión pública de cualquier lugar. Proveniente de una oscuridad provinciana de Colombia, un empresario en bancarrota se abre paso en las alturas del poder venezolano para orquestar grandes negociados en otros continentes, trajines que desembocan en una corte de Cabo Verde y en una jaula de Miami por requerimiento de la justicia de Estados Unidos debido a los graves delitos que le adjudica.
De una medianía soportada en Barranquilla a copar el centro de la escena en el Palacio de Miraflores; de la plataforma caraqueña del poder a multimillonarios acuerdos en México, en Italia y en países del oriente musulmán; de hacer antesala en los bancos locales buscando la salvación de una empresa familiar hasta convertirse, con la velocidad del rayo, en inesperado zar de los hidrocarburos y del trasporte transnacional de alimentos, o en supuesto fabricante de centenares de viviendas para las clases humildes, o en “Embajador” de la República Bolivariana, un negociante opaco e ineducado asciende al estrellato porque mueve palancas poderosas que abren puertas de acero, multiplican amistades pudientes, cierran bocas incómodas y producen cuantiosas ganancias a escala mundial. ¿Los manejos de ese insólito personaje no están necesariamente destinados a convertirse en médula de una narración sin confines?
“Mientras la dictadura politiza excesivamente el caso Saab, la oposición lo expulsa de sus intervenciones sobre el bien común, lo despolitiza”
Una historia tan fulgurante contrasta con la indiferencia que la ha recibido en Venezuela, su cuna. Empecemos por los medios de comunicación social, a los cuales una biografía tan generosa en pormenores escabrosos les cae como anillo al dedo. Los canales de televisión y los espacios radiales con mayor audiencia, o la aplastante mayoría de los programas de opinión que mantienen, pasan a pie juntillas por la parcela del señor Saab, como si se tratara de un patio yermo que apenas merece abono marginal. Los analistas de mayor postín ni siquiera lo condenan al rincón de sus editoriales, como si no les hubiera llovido del cielo la oportunidad de ser útiles y de no ser excesivamente anodinos. Una media docena de portales que se manejan con independencia han considerado con seriedad la trascendencia del tema y la oportunidad que les ofrece, pero en los vehículos de recepción masiva apenas se ha tocado con el pétalo sutil de las rosas. Se puede pensar que esos comunicadores no son capaces de manejar su oficio, de lidiar con el huracán cuando les golpea la cara, o en una decisión premeditada para no enfrentar los intereses del régimen en el cual encuentra origen un negociado capaz de acaparar millones de miradas. En los dos casos merecen repudio, no en balde escurren clamorosamente el bulto en tres áreas esenciales para su oficio: informar con honestidad, aumentar la clientela y regar el terreno del análisis para reacciones lícitas y necesarias de sus destinatarios.
El escurrimiento del bulto se vuelve más grosero porque la solidez de las acusaciones contra el señor Saab dependió en buena medida de la autonomía del portal venezolano Armando.info y de la osada tenacidad de Roberto Deniz, uno de sus periodistas, que se metieron a fondo en una meticulosa investigación hasta presentar evidencias contundentes sobre lo que parece un delito de proporciones descomunales. Desde sus primeros capítulos armaron las piezas de un rompecabezas que cada vez se volvió más heterogéneo, más lleno de cómplices y de pasos oscuros que solo un compromiso vital con la ética del periodismo pudo soldar sin dejar piezas dislocadas. Cómo el trabajo ha provocado una persecución infame contra Deniz, contra sus familiares y contra sus compañeros de emprendimiento, llama la atención esa curiosa neutralidad de la prensa escrita que se hace en el país, esa vergonzosa indiferencia de los canales privados de televisión y el tartamudeo de los íconos del micrófono que no solo han perdido la ocasión de hacer la disección de un suculento elefante noticioso, sino también de envanecerse por la conducta heroica de unos colegas.
“Se supone que es un caso que se debe machacar en la campaña electoral que está en desarrollo porque puede multiplicar la simpatía de los votantes”
En el espacio de la política ha sucedido algo parecido. Como si no les tocara de cerca, o como si fuera una aventura de marcianos, con contadas excepciones los líderes de la oposición han preferido otros objetivos para su elocuencia. Como si la dictadura no hubiera convertido los supuestos desafueros de Saab en un punto de honor nacional, en una estrafalaria defensa de la reputación de la República. Como si se tratara de una circunstancia que por su pequeñez puede pasar por debajo de la mesa. Como si no involucrara al propio dictador y a miembros de su camarilla, de acuerdo con las acusaciones de las autoridades de Estados Unidos y con las noticias más dignas de crédito, todas ventiladas en forma pormenorizada por periódicos célebres del extranjero. Como si no hiciera falta el dinero escamoteado, en medio de las urgencias populares.
Tiene sentido que los voceros de la oposición estén pendientes del debido proceso del reo porque es lo obligante en cualquier caso, y porque han sufrido en carne propia los caprichos de los tribunales venezolanos que hacen lo quieren con los perseguidos políticos, condenándolos antes de enjuiciarlos sin alternativas de defensa; pero de las interpretaciones equilibradas al enmudecimiento casi absoluto hay un trecho sobre cuyo empecinamiento no existen justificaciones convincentes. Mientras la dictadura politiza excesivamente el caso Saab, la oposición lo expulsa de sus intervenciones sobre el bien común, lo despolitiza. Se supone que es un caso que se debe machacar en la campaña electoral que está en desarrollo porque puede multiplicar la simpatía de los votantes. Mientras pasan hambre y trabajos, esos votantes no estarán dispuestos a congeniar con un villano extranjero de siete suelas convertido en testaferro de un mandatario rapaz. Pero, ¡qué curioso!, o ¡qué lamentable y sospechoso!, nuestros candidatos eluden el tema.
En México ya hubieran compuesto un corrido sobre la aventura de un mercader de medio pelo que dejó de viajar en mula para surcar los aires en jet privado; y en Colombia un vallenato para el hombrecito que cambió su domicilio de Barranquillapor una estancia de gentilhombre en la Via Condotti; y en Irlanda una balada sobre el tipo suertudo de la taberna que se convirtió en anfitrión de unos magnates que no conocía en la víspera de su lotería. Sin embargo, ante un grave asunto que la tiene como eje y que cuenta con materiales de sobra para una excavación infinita, en Venezuela los que debían animar esos géneros tan populares y atrayentes se han negado a su amplificación. Se trata de una singularidad que, en lugar de enorgullecernos, debe invitar a una meditación sobre la indigencia de la cual hacemos gala en el barrio del republicanismo mendicante.