En la aldea
10 diciembre 2024

Muerte y entierro de los discursos políticos

La historia nuevamente pone de manifiesto el compromiso de voces que han trascendido, y que siguen siendo referencia por generaciones: Rómulo Betancourt, Miguel Otero Silva, Jóvito Villalba, Valmore Rodríguez, entre otros muchos. La narrativa de los políticos de antes con los de ahora, un contraste que hace frente a la absoluta carencia de discursos de naturaleza política que hoy no solo han dejado de tener entusiastas en Venezuela, sino simplemente destinatarios. ¿Dónde está el vínculo solvente del grupo de dirigentes con las vivencias de la sociedad?, ¿es tal la pobreza de sus argumentos que carecen de un entendimiento razonable de la vida venezolana?

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Elías Pino Iturrieta | 10 abril 2022

En Boconó, cuando apenas salía de la adolescencia y me movía en los predios de la juventud copeyana, era habitual que los muchachos más entusiastas nos reuniéramos a escuchar los discursos de nuestros líderes, especialmente los de Rafael Caldera y Luis Herrera Campíns. Llegaban las copias de los más sonoros y los aprendíamos de memoria para repetirlos al caletre en los mítines  pueblerinos, o simplemente como una muestra del orgullo que significaba estar en la vanguardia del partido. Pero no era una actitud insólita, porque lo mismo  hacían los adequitos de la Calle Arriba con las palabras de Rómulo Betancourt y los uerredistas de la Alameda León con las de JóvitoVillalba, mil veces más vehementes y atrayentes. Tal vez no refiera un caso insólito sino un hábito de numerosos militantes juveniles de los años sesenta del siglo pasado, al cual acudo como una posibilidad de contraste frente a la absoluta carencia de discursos de naturaleza política que hoy no solo han dejado de tener entusiastas en Venezuela, sino simplemente destinatarios.

Tal vez la anécdota refiera un entusiasmo pasajero, un sarampión de imberbes o una manera aldeana de pasar el tiempo sin muchas ideas en la cabeza, pero quizá permita también establecer vínculos con un relato de la evolución de un pueblo y con un planteamiento sobre la solución de sus problemas que se alejó  de la superficialidad para marcar los pasos de la gente durante décadas, para probar la existencia de un vínculo solvente de un grupo de dirigentes con las vivencias de la sociedad. Leídos ahora, desde las canas y los achaques, se puede comprobar que han resistido el paso del tiempo, que no solo desembucharon frases triviales y consignas pegajosas para animar a las multitudes. Estaban llenos de latiguillos y de banderillas de animación, desde luego, pero también de un pensamiento capaz de cambiar el rumbo de la República, como en efecto sucedió. Una antología de sus piezas más dignas de atención seguramente nos llevaría a una época singular a la que marcaron las palabras de una dirigencia fundamental, unos vocablos  alejados de la medianía de los anteriores y, desde luego, a distancia sideral de los que hoy suenan o pretenden sonar.

“Las redes sociales, los tuiteros, los influencers y las maquinarias de fakes han hecho de la palabra una banalidad”

Menciono apenas a cuatro oradores memorables, pero es una lista mezquina porque olvida a autores de piezas ineludibles como Rómulo Gallegos, Miguel Otero Silva, Valmore Rodríguez, José Antonio Pérez Díaz, Teodoro Petkoff y Américo Martín, entre otros muchos. Fueron en la  tribuna la encarnación de un pensamiento sólido desde el punto de vista doctrinario y de la captación de las urgencias de sus épocas. De allí que encontraran público de sobra para señalar capítulos inestimables de la historia contemporánea sin necesidad de sentarse a redactar un ensayo, aunque en algunos casos no tanto como sus intervenciones merecían. Pero ahora no se trata de ofrecer una nómina exhaustiva, sino de sugerir a los lectores que establezcan una analogía con los discurseadores de la actualidad, que es como comparar un vergel con el desierto, el cielo con la tierra, el gigante con el enano. Tal vez en estas agitaciones  digitales que han cambiado el fundamento de las comunicaciones se esté proponiendo un cotejo inútil, un pasatiempo anacrónico y pueril, si se considera que las redes sociales, los tuiteros, los influencers y las maquinarias de fakes han hecho de la palabra una banalidad. Por fortuna, de escuchar al presidente de Ucrania en nuestros días se colige lo contrario.

Como conocen mi animadversión por el chavismo tal vez puedan ustedes imaginar que este artículo está remitido con la fulminación del veneno a los portavoces del régimen, que hasta ahora han demostrado no solo su inhabilidad  en el arte de la oratoria, sino también en la simple construcción de frases sueltas, en el breve anuncio de una sola idea digna de atención. Por desdicha, igualmente se refiere a los dirigentes de la oposición que aparecen con mayor asiduidad en los medios. Es tal la pobreza de sus argumentos, la ausencia de ilación entre una frase y la otra cuando se dirigen al púbico, la pereza de pensar, la falta de nexos entre un contexto y el que le sigue, la carencia de un entendimiento razonable de la vida venezolana -en realidad no pueden hilar las palabras y sorprender a los oyentes porque les falta el material de las ideas- que les llevamos una morena los imberbes del pueblo que debutamos más arriba.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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