Imagine desear algo desde muy pequeño. Trabajar duro para conseguirlo consciente de que tienes el talento necesario. Llegar cerca, muy cerca de la meta. Tan cerca que sientes su brisa en el rostro y respiras su aroma. Y sin embargo, durante años, diecisiete largos años, la delgada puerta que te separa de ello jamás se abre. Entonces, llega el día en el que aceptas que no sucederá porque el cuerpo ya no es el mismo, porque es tarde: tu hora pasó.
Esta es la historia de Francisco José Obregón, conocido por todos como Teodoro Obregón, uno de los mejores campocorto que haya nacido en Venezuela.
Teodoro debutó en la Liga de Béisbol Profesional de Venezuela (LVBP) con Industriales de Valencia en la campaña 1956-1957. La divisa valenciana venía de conquistar el cetro en su temporada inaugural en la que trajo al importado Robert Durnbaugh para que se ocupara de las paradas cortas. Entonces estaba este negrito, como le decían en su casa desde que nació en Caracas el 17 de diciembre de 1936, dueño de un guante excepcional limado en faenas de las menores criollas junto a Domingo Carrasquel, Gustavo Gil, Víctor Davalillo y Carlos Castillo, su amigo entrañable. ¿Cómo podía Industriales ignorar este talento local que podía lograr la estabilidad de su infield? Contaba Obregón que el Caracas, equipo del cual él y su familia eran fervientes fanáticos, llegó tarde para su firma: cuando el cazatalentos del equipo capitalino contactó al negrito ya el Valencia había cerrado el trato.
Teodoro empezó su trajinar en la pelota infantil como un destacado lanzador, hasta que, jugando doble A con el INOS, Ramón “Dumbo” Fernández le pidió que se integrase al cuadro. Entonces comenzó a probar la segunda y la tercera, pero la posición que mejor se adecuaba a su destreza era el short stop.
En su campaña debut con el Valencia, Obregón conectó para .283 con ocho empujadas. Ese rendimiento y sus maromas con el guante hicieron que todos los focos apuntaran hacia él y terminara haciéndose con el premio Novato del Año, distinción esta que había probado ser una especie de aura que presagiaba grandes cosas para quien la obtuviese.
La actuación de Obregón tampoco pasó desapercibida para las organizaciones del norte. El sistema de las Grandes Ligas puso de inmediato su mirada sobre el negrito y los Rojos de Cincinnati, por recomendación del mánager de Industriales, Regino Otero, se arrojó sobre él y lo firmó para que ese mismo año 1957 iniciara su formación en Las Menores.
Teodoro fue asignado al Wausau Lumberjacks, equipo clase C de la Northern League. El caraqueño, que nunca había salido del país, hizo aquel primer viaje junto a Carlos Castillo, quien un año antes había firmado también con la organización de Cincinnati, y quien además le llevaba tres años de edad a Teodoro. Contaba Obregón en una amena entrevista con el periodista Ramón Corro que al llegar al aeropuerto de Atlanta, Carlos y él se sentaron en la sala de espera del terminal, y que fue ahí donde la realidad en torno a la discriminación racial que existía por aquellos años en el norte golpeó su cara de forma violenta. Resulta que un policía se acercó a ellos exaltado por la presencia de un hombre de color en tan sagrado lugar destinado solo a caras pálidas. Carlos Castillo era blanco y dominaba algo el idioma, así que fue él quien lidió con el oficial, y emulando pasajes de la película “La vida es bella” intentó ocultar lo evidente a su amigo. «Vamos afuera a tomar aire», le dijo.
La situación se repitió en el autobús que abordaron para ir a la ciudad donde estaba el campo de entrenamiento, y de nuevo Carlos sorteó el momento al convidar a su compañero a sentarse atrás, con la excusa de que ahí podrían dormir más cómodos durante el viaje que era largo. Cuando el autobús se puso en marcha, Obregón miró a su alrededor y vio que él estaba sentado donde había solo gente de piel oscura, y que Carlos se encontraba donde estaban los blancos. El muchacho de veinte años hizo cuentas, despertó a Castillo y le dijo con lágrimas en los ojos: «No puedo creer que esto pueda existir. Cuando lleguemos a donde vamos busco pasaje para regresar a Venezuela». «Mira, chico», le contestó Carlos, «¿Tú vienes a jugar pelota o a ver quién es blanco y quién es negro? Cuando llegues al campo de entrenamiento usted se mete en su terreno a jugar y verá que se le va a olvidar todo». Y así fue. El muchacho se bajó del autobús decidido a buscar al coach de la organización, el mismísimo Regino Otero, para que lo regresara al país. Sin embargo, cuando Obregón entró al complejo y vio los cuatro terrenos de béisbol que lo conformaban y a todos los peloteros que allí se encontraban, sus ojos brillaron de emoción. «Ahí se me olvidó todo», recordaba el negrito con una sonrisa.
Ese mismo día se le acercó a Obregón otro muchacho de color, dos años menor que él, quien también estaba llegando al campo de entrenamiento en su primer año en las menores. «¿Tú hablas español?». Y así el de Caracas hizo su primer amigo en la organización. Se trataba del cubano Leo Cárdenas, también jugador de las paradas cortas, y que al igual que Teodoro contaba con un guante prodigioso. «¡Quién iba pensar que ese era el que me iba a tener trancado para poder llegar a las Grandes Ligas!» exclamaba Teodoro entre sonrisas.
Cárdenas era más lento que Obregón en las bases como lo demuestran sus números: el tope de bases robadas en una campaña en su carrera en Las Mayores fue de nueve. Sin embargo, el cubano tenía un mejor bate y eso debe haber marcado la diferencia entre ambos torpederos. Ese año Leo fue asignado al equipo clase A de la organización, donde sacó diez pelotas del parque e impulsó 63 rayitas. Nada mal para un short stop de la época. El rival de Teodoro pasó dos años en clase A para entonces ser ascendido a triple A, donde estuvo año y medio antes de hacer el grado con el equipo grande. Cárdenas jamás regresaría a Las Menores. Con los Rojos jugó nueve temporadas, asistió a tres Juegos de Estrellas y obtuvo un Guante de Oro. De ahí pasó a la Liga Americana: tres años con los de Minnesota, un año con California, otro con Cleveland y dos más con Texas, para una sobresaliente carrera de dieciséis campañas en Las Mayores.
Por su parte, el caraqueño obtuvo el ascenso a triple AAA cuando Leo pasó al equipo grande (1960). Ya para entonces los Rojos consideraban a Obregón como el inminente reemplazo de Cárdenas, cuya conducta causaba algunos problemas dentro de la organización. Sin embargo, aquello jamás sucedió. Cuando a Teodoro le otorgaron el ascenso a triple A, la organización de los Cardenales de San Luis ofreció cuatro peloteros por su contrato. Los planes de los Cardenales eran hacerse del criollo para estabilizar el campocorto del equipo grande, que llevaba rato dando tumbos. Por ahí habían desfilado en cosa de tres años Lee Tate, Gene Freese, Eddie Kasko, Alex Grammas, Daryl Spencer y Bob Lillis, todos pasajeros, todos “tapando el hueco”. Así que Obregón significaba una pieza interesante para la organización y el pasaporte seguro del caraqueño a las Grandes Ligas. Sin embargo, Cincinnati no cedió. El venezolano era sin duda una especie de “seguro” que el equipo no estaba dispuesto perder.
Hubo otras dos oportunidades para que Teodoro hiciera el grado. En 1962, dos años después de que San Luis hiciera la primera oferta, la Major League Baseball (MLB) se expandió y como parte del proceso los equipos establecidos llegaron a acuerdos económicos para surtir el sistema de los equipos nacientes. Así llegó Teodoro en calidad de préstamo a los Syracuse Chiefs, filial triple A de los Mets de Nueva York, quienes quisieron comprar su contrato para que o bien fuese el respaldo de su compatriota Elio Chacón o sustituyera a este en las paradas cortas. Los Rojos, de nuevo, no quisieron sellar el trato.
La tercera ocasión se presentó en 1969, cuando por fin Cincinnati vendió la ficha de Obregón. El destino del criollo fue la organización de los Bravos de Atlanta, que lo habían traído convencidos de que sería ese año el campocorto del equipo. Sin embargo, el destino jugó otra mala pasada al caraqueño que para entonces contaba ya con 32 años. Sonny Jackson, jugador siete años menor que el venezolano y que había llegado a Atlanta desde Houston el año anterior, logró una sobresaliente actuación en la pretemporada y fue ratificado en el puesto por la directiva. No se puede culpar a los Bravos: apostar por el desarrollo de un muchacho de 25 años cuyo talento podía estar a punto de explotar tenía más sentido en aquel momento que jugársela con un pelotero cuyo rendimiento físico estaba a las puertas de la curva descendente. Así, Obregón pasó siete años en Las Menores con Atlanta hasta que en 1973 fue dejado en libertad.
En Venezuela Teodoro Obregón tuvo una carrera digna de las estrellas. Luego de obtener el premio Novato del Año y de debutar también en Las Menores en los Estados Unidos, el muchacho regreso al país y experimentó la peor de sus temporadas con el bate en la pelota local. De ahí en adelante fue consistente y se convirtió en uno de los mejores campocorto que haya pasado por nuestra Liga. Con el Valencia jugó doce temporadas, con el Caracas seis y las dos últimas las vivió con Cardenales. Junto a Gustavo Gil formó durante años una de las más pintorescas duplas alrededor de la segunda almohadilla, cuando impusieron un particular estilo de hacer doble matanzas brincando de forma atlética sobre la base para lanzar a primera así el corredor se hubiese detenido a mitad de camino. Dichosos los ojos que los vieron, así como dichosos los que disfrutaron de la dupla Teodoro Obregón y César Tovar en sus años con el Caracas.
Obregón colgó los spikes en 1975 luego de 19 temporadas en Venezuela y 17 en Las Menores en los Estados Unidos. El sueño de llegar a las Grandes Ligas no se materializó, pero su brillante carrera en nuestra pelota lo llevó directo al Salón de la Fama del Béisbol Venezolano. Nada mal para aquel muchacho que se enteró que no se llamaba como su papá cuando a los doce años fue al registro a buscar su partida de nacimiento, y al que la tía Petrica le quemó sus dos primeros uniformes cuando se iniciaba en el béisbol infantil porque no quería que el sobrino jugara pelota y descuidara los estudios. Ese niño al que el papá, Teodoro, lo llevó por vez primera a un terreno de pelota pero que jamás, ni siquiera de niño, lo vio uniformado, hoy es inmortal.
«Viejo, no jugué en las Grandes Ligas. Pero tu nombre ya es inmortal».
Francisco José “Teodoro” Obregón (1936-2013) en la ceremonia de exaltación al Salón de la Fama y Museo del Béisbol Venezolano (2010), según reseña del periodista deportivo Ignacio Serrano.