¡Vaya torbellino el de los últimos años! Era 1956. Tan solo habían transcurrido diez años desde la creación de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP) y ya ningún equipo estaba en manos de los propietarios fundadores de la Liga. Es más, como franquicia, solo el Caracas BBC sobrevivía. Y esto es decir bastante. Ese año, dos meses antes de iniciar la temporada 1956-1957, se oficializó la salida del circuito de uno de los grandes: El Magallanes. En su lugar llegaban los Indios de Oriente, una nueva divisa. Los debutantes se medirían con Leones del Caracas, Industriales de Valencia y Licoreros de Pampero.
Es posible que el origen de tantos cambios fuese diverso. Sin embargo, en la mayoría de los casos el tema económico era el principal responsable. No hay duda de que la liga fue fundada por románticos del béisbol, pero también es cierto que la popularidad de la bien conocida frase que reza “amor con hambre no dura” no es gratis. Así, cuando lo financiero se tornaba rudo, el romance cedía y eran los empresarios los que aparecían en escena.
Con la salida del Magallanes en 1956, el Caracas pasó a ser quizás la única franquicia administrada por dueños cuyo amor por la pelota estaba por encima de la palabra negocio. No obstante, como ya lo hemos dicho, amor con hambre no dura, y Oscar Prieto y Pablo Morales, propietarios del equipo capitalino, como buenos empresarios lo sabían. A la liga le urgía ser más rentable, y para ello necesitaba dar con una fórmula atractiva para los fanáticos. La respuesta podía estar en la experiencia de las Grandes Ligas (MLB) en los Estados Unidos de América, que desde su creación en 1903 había mantenido como principal elemento de atracción una serie final entre los campeones de la Nacional y la Liga Americana, en la que se dilucidaba el campeón absoluto. Sí, nos referimos a esa que todos conocemos con el pomposo nombre de Serie Mundial.
Ahora bien, nuestra LVBP estaba conformada por tan solo cuatro equipos y un esquema como el norteamericano no se podía replicar. Sin embargo, el formato de una sola ronda que operaba en la Liga, en la que el equipo que ganara más juegos era declarado campeón, debía ser modificado para introducir una serie final. ¿Cómo hacerlo en estas circunstancias? Había diferentes opciones, como por ejemplo disputarla entre los dos equipos que llegasen en el primer y segundo lugar, así como también la que en definitiva fue elegida: dividir el torneo en dos rondas independientes y consecutivas, cada una de las cuales generaría un campeón, para luego celebrar la final entre ellos.
Uno puede suponer que alrededor del tema se dieron distintas discusiones, así como también podemos imaginar que la decisión final estuvo ligada al hecho de que este formato se había aplicado en una oportunidad en la LVBP. Esto ocurrió en la segunda temporada de la liga, en la zafra 1946-1947, la primera y única vez que un sistema distinto al de una sola ronda había sido implementado. La primera mitad de aquel torneo fue conquistada por Sabios del Vargas, mientras que la segunda se la llevó el Cervecería Caracas. La final se jugó al mejor de cinco encuentros, y fue dominada por Sabios tres victorias por una. Con este triunfo, el Vargas concretaba tres hechos históricos en los dos primeros años de la joven liga: primer campeón de la LVBP -venía de obtener el cetro en la campaña inaugural de la liga celebrada a principios de 1946-, primer equipo bicampeón, y primera divisa ganadora de una final.
Tuvieron que pasar diez años para que los seguidores de la liga pudiesen presenciar otra campaña que se resolviese en una serie final. Leones del Caracas, al mando de Clay Bryant, un exlanzador ganador de 19 juegos con los Cachorros de Chicago en 1938, conquistó la primera vuelta del torneo. En la segunda, los Industriales de Valencia, que habían terminado últimos en la primera mitad, encendieron los motores y montaron un impresionante récord de 18 victorias por ocho reveses para llevarse la vuelta y ganar el derecho de disputar la final con los Leones. En esta ocasión el asunto se jugaría a siete encuentros para ganar cuatro. Los Leones se llevaron el primer desafío. Industriales, al mando de Regino Otero, ripostó en el segundo para igualar la serie a una victoria por lado. El Caracas no volvería a perder. Los de la capital ganaron los siguientes tres encuentros para conquistar su quinta corona el cinco de febrero de 1957, con blanqueo en labor completa del lanzador norteamericano de ligas menores John Jancse, que solo permitió tres imparables.
A partir de aquel torneo 1956-1957 la LVBP ha experimentado diferentes formatos de postemporada. Eso sí, siempre con la celebración de una final, hoy llamada Gran Final, como colofón de cada zafra. Estas disputas de cierre generan expectativas que atraen al público. La misma Serie del Caribe, a partir de 2013, adoptó dentro de su formato un juego final que, si bien es un todo o nada, genera un atractivo indiscutible.
Podemos decir entonces que las grandes finales en nuestra liga tienen la misma edad de obras inauguradas ese año como el Distribuidor La Bandera y la Avenida Fuerzas Armadas de Caracas, o el Hotel Humboldt en El Ávila y su teleférico. O de la creación de la Liga Venezolana de Fútbol. Y, por supuesto, del Premio Nacional de Literatura a Miguel Otero Silva por su obra Casas Muertas, cuya trama, por cierto, parece perseguirnos.
No cabe la menor duda de que seguiremos teniendo grandes finales en Venezuela. En frío, nadie discutiría que lo más justo es que el campeón sea el equipo con el mejor récord a lo largo de todo el esfuerzo realizado durante una campaña, y que la sola posibilidad de perder aquello en una suerte de siete juegos finales suene algo terrible. ¿Pero quién dijo que en el Caribe somos fríos? Al negocio le gustan las finales porque a la gente le atrae, y nosotros, los fanáticos, mandamos. ¡Que viva la emoción de la postemporada, y en especial de la Gran Final! Esos días de la segunda quincena de enero son especiales.