En la aldea
07 mayo 2024

Los reformadores

Tres ejemplos, tres líderes, tres políticos. Uno desde Chile, otro desde Rusia y el tercero desde España, sirven de referencia para poner en contexto lo que significan los acuerdos, los procesos de transición y los cambios necesarios que deben surgir de adentro hacia afuera. “Los reformadores”, aquellos hombres y mujeres que están llamados a rescatar la democracia a través de mecanismos que garanticen los cambios necesarios de manera pacífica y duradera. Está dirigido a políticos. “Sin representación real difícilmente habrá espacios de encuentro, confiables y eficientes”.

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Alcanzar la democracia a través de acuerdos políticos que garanticen cambios pacíficos y duraderos es una aspiración frecuente entre quienes luchamos por la restitución de nuestros derechos. Concretar este anhelo es una tarea compleja en la que intervienen factores estructurales y coyunturales. Los primeros refieren a las condiciones preestablecidas en la realidad, como el sistema económico o el orden social. Los segundos refieren a los asuntos que dependen del ejercicio de la libertad personal. Es en este ámbito coyuntural en donde se debe desplegar la calidad humana de la sociedad entera, especialmente la de quienes tienen la responsabilidad de liderar el proceso de liberación. Este es el espacio de la política y este artículo está dirigido a los venezolanos que intervienen allí.

Al profundizar en procesos de transición hacia la democracia que se concretaron en pactos políticos, encontramos aspectos importantes como la unidad de las fuerzas opositoras o la solidaridad internacional. Y, junto a estos asuntos que no son menores, se encuentra una realidad insustituible: Los reformadores. Sin duda, hay numerosos asuntos que son relevantes y merecen nuestra atención, pero este componente no debe faltar. Me refiero a quienes, siendo parte de la estructura de dominación, se disponen a cambiar el curso de la historia. Son figuras enigmáticas y opacas. Sus nombres ocupan pocas líneas en los libros de texto. Detrás de cada pacto se puede encontrar una persona o un grupo de personas que -por diversas razones- han vivido un proceso de conversión personal hacia la libertad, y logran doblegar la voluntad de quienes aspiran a permanecer en el poder.

“Una apertura audaz que anime a una unidad extensa y el regreso a los rasgos más nobles de nuestra cultura republicana y criolla”

Es importante tener en cuenta -al menos- dos asuntos sobre estos personajes: primero, generalmente han nacido y crecido en la dictadura. Nunca han sido agentes externos ni impuestos por movimientos adversos. Y, segundo, cuentan con un peso interno específico que les permite articular corrientes reformistas que buscan cambios desde adentro hacia afuera. Referiré tres casos: Torcuato Fernández-Miranda, Carlos Cáceres y Alexander Yakovlev. El primero construyó la arquitectura jurídica que permitió ir “de la ley a la ley” en España; el segundo fue el representante de Augusto Pinochet en las negociaciones con la concertación; el tercero, fue el cerebro que animó a Mikhail Gorbachev en el glasnost y la perestroika.

Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980) fue ministro secretario general del Movimiento, vicepresidente de Gobierno y mentor del joven Juan Carlos de Borbón. Inmediatamente después de la muerte del caudillo, asumió la presidencia de las Cortes e impulsó la reforma de las leyes fundamentales del Reino a través de la “Ley para la reforma política”. No se limitó a escribirla, también la muñequeó. Creó un ambiente favorable para que se aprobara en las Cortes y pasara a un plebiscito popular, el cual ganó. Este itinerario estuvo marcado por graves dificultades: la resistencia de sectores inmovilistas del franquismo, el recelo de las fuerzas democráticas, las amenazas de ETA y los recuerdos de la guerra civil, entre otros. Fernández-Miranda logró motorizar las reformas porque contaba con la confianza de los sectores de la dictadura, con el respeto de algunos opositores y con la pericia jurídica y política para canalizar esas voluntades.

Veamos ahora a Carlos Cáceres. Estudió en Cornell y en Harvard. Fue presidente del Banco Central, ministro de Hacienda y ministro del Interior durante la dictadura de Augusto Pinochet. El 5 de octubre de 1988 triunfó el “No”. El “Sí” obtuvo 44% de los votos y el “No” 56%. La sociedad chilena estaba dividida por doce puntos. Y, en ese ambiente de esperanza y crispación, se iniciaron las negociaciones para reformar la Constitución de 1980. Carlos Cáceres fue designado por la dictadura para esa tarea. Fue un proceso formal, duro y complejo. Hubo momentos de graves tensiones. En una oportunidad, fue apartado del cargo por manifestar su desacuerdo con Augusto Pinochet. Sin embargo, prontamente fue reincorporado a sus funciones. En 2017 tuve la oportunidad de ir a un conversatorio con él y representantes de la oposición. Aún después de 30 años, se podía respirar la tensión y el respeto. Al terminar la sesión, la mayoría de los asistentes se acercaron a quienes lideraron el cambio político. Cáceres caminó lentamente hacia la salida. Me le acerqué y le manifesté mi respeto por el modo en el que había canalizado los impulsos de libertad de su país. Se sonrío. Me dijo que pocas veces recibía esos comentarios. Después, se fue.

Alexander Yakovlev (1923-2005) nació y creció en la Unión Soviética. Escaló posiciones hasta convertirse en uno de los líderes más prominentes del partido comunista. En 1958 obtuvo una beca Fulbright para estudiar en la Universidad de Columbia. Se dice que allí conoció teorías y realidades que interpelaron sus fibras marxistas. Diez años después fue designado embajador de la Unión Soviética en Canadá. En 1983 recibió a Mikhail Gorbachev, joven ministro de agricultura. Juntos conocieron los avances canadienses en esa materia y forjaron una amistad que sería el quicio para lo que vendría después. Poco después fue llamado por Moscú, asignado a responsabilidades académicas y apartado de los espacios políticos. En 1985, cuando Gorbachev fue nombrado secretario general del Partido Comunista, fue convocado en calidad de asesor para asuntos exteriores. El resto, es historia. Creó y lideró el glasnost y la perestroika. Fue el cerebro detrás de las reformas. A diferencia de los casos descritos anteriormente y por razones que no profundizaré en este artículo, sus iniciativas fracasaron y llevaron a la disolución de la URSS. Hay quienes indican que les faltó pericia política, otros refieren al carácter estructuralmente inmovilista del comunismo. Lo que quiero destacar en esta referencia es la particularidad y la importancia de los “Yakovlev” de este mundo en los procesos de cambio político.

Aspirar a un cambio político negociado que se fundamente en pactos duraderos es deseable. Y esa noble aspiración debe acogerse con esperanza responsable. En ese sentido, conviene distinguir con humildad cuáles asuntos dependen de nosotros y cuáles reposan en el azar (o en la Providencia). De nosotros depende fortalecer y crear espacios que representen verdaderamente a la sociedad venezolana y tengan la capacidad de encarnarla en eventuales escenarios de negociación. Sin representación real difícilmente habrá espacios de encuentro, confiables y eficientes, que puedan contar con el respeto y el impulso de eventuales reformadores. Durante años he pensado en este tema. Y, después de reflexionar y recorrer el país, creo que la tarea de construir una representación real capaz de articular nuestros deseos de democracia debe sostenerse en cinco pilares: el predominio de un liderazgo moral, la preeminencia de la conciencia libre, un sentido de laboriosidad generoso, una apertura audaz que anime a una unidad extensa y el regreso a los rasgos más nobles de nuestra cultura republicana y criolla. El horizonte está abierto. El país y los reformadores que puede esconder la estructura del mal, que no ha logrado dominarnos, nos espera.

*Periodista, política e intelectual venezolana. Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Rostock (Alemania). Presidente del Instituto de Estudios Políticos FORMA y editora de la revista “Democratización”.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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