En la aldea
02 diciembre 2024

Las cuentas por rendir y las taras culturales de la oposición venezolana

Aunque sea cierto que “de todo” se ha intentado, hoy el campo democrático ofrece una lamentable panorámica de proyectos excluyentes conspirando en contra propia, incapaz de desarrollar una narrativa con impacto, sin lineamientos estratégicos. Divorciados, otra vez, del drama social de la población; y es que en la oposición venezolana campea también el personalismo, los cargos vitalicios, la ausencia de democracia interna, las componendas y la retórica sin contenido, ¿lo mismo que se le reclama al chavismo?

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Alonso Moleiro | 12 mayo 2022

La ausencia criterios unitarios, la inmadurez personalista de sus mandos dirigentes, la incapacidad para conservar el criterio de la lealtad en el esfuerzo, aun siendo inevitables las diferencias. Las deficiencias culturales de su gerencia política, la conducta incorregible de algunos de sus políticos, la picaresca criolla expresada también en la corrupción. Ahí está escrito el relato de los fracasos de la Oposición venezolana en estos años.

Por eso es que se afirma que, frente al monstruo de mil cabezas del chavismo, obligados, como estaban, a hacer las cosas bien, la oposición democrática nacional “no ha estado a la altura” del problema que tiene este país, el desafío que tienen frente a sí. Aunque sea cierto que “de todo” se ha intentado, hoy el campo democrático ofrece una lamentable panorámica de proyectos excluyentes conspirando en contra propia, incapaz de desarrollar una narrativa con impacto, sin lineamientos estratégicos. Divorciados, otra vez, del drama social de la población.

“Los discursos que yacen en la arena de la oposición democrática venezolana existen sólo para defender su fuero y rebatir la tesis de la comarca vecina”

La Oposición venezolana dejó perdido el criterio unitario como valor supremo allá por 2015, no mucho después de la salida de Ramón Guillermo Aveledo de la Secretaría Ejecutiva de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Sobre todo, una vez que a sus integrantes les fue quedando claro que las victorias electorales no se iban a traducir en resultados y no iba a ser posible el ejercicio de gobierno luego de ganar las elecciones legislativas de aquel año, como era lo habitual en Venezuela. La ausencia de certidumbre en torno a los mecanismos legales disponibles para ejercer el poder con legitimidad y fuero, que cristalizó completamente en 2016, produjo una atomización sistémica que se tradujo en una circunstancia crónica: de ser un solo cuerpo político, el campo democrático antichavista regresó a su estado primigenio: pasó a estar formado por una suma de facciones. Una suma en la cual el todo no es más que la suma de las partes, y que, en muchos casos, como ha quedado claro, tiene presente diferencias irreconciliables entre sí.

La atomización opositora actual tiene carácter sistémico. Se expresa en las crisis internas de Acción Democrática, y Avanzada Progresista; en la incomprensible mutación de Copei; en las escisiones de Un Nuevo Tiempo, en las deserciones de Voluntad Popular. El propio G4 es hoy, en muy buena medida, apenas una formalidad. Se expresa también a través de los enfrentamientos, crónicos e inexplicables, entre Voluntad Popular y Primero Justicia.

La migración intrapartidista, el frágil sentido de pertenencia hacia las organizaciones políticas, produce además un fenómeno curioso, infrecuente y poco comentado: importantes dirigentes políticos opositores han militado en dos, tres y hasta cuatro organizaciones políticas en todos estos años. El proyecto no son los partidos, una institución o una idea, como lo fue Acción Democrática al ser fundada por Rómulo Betancourt. El proyecto son ellos mismos: de Primero Justicia a Voluntad Popular, de Fuerza Vecinal a Copei, de Proyecto Venezuela a Causa Radical y de ahí, a líder regional. Es cierto que algunas de estas distorsiones son el resultado de un marco institucional fraudulento e impuesto a la fuerza, trastornado y contra natura, que impide a los partidos disidentes financiarse, cobrar políticamente, desarrollarse y expandirse, y en el cual existe un diseño de Estado para hacer posible el fracaso y evitarles el acceso al poder.

“Hay que decir que el carácter conuquero y la identidad facciosa trasciende la identidad partidista y se cuela con enorme facilidad en los sectores civiles de la disidencia democrática”

Cuando el terreno electoral todavía era una certidumbre en Venezuela, pero, de manera más amplia, cuando han existido parámetros compartidos para obrar en la misma dirección, los partidos opositores han podido producir acuerdos satisfactorios de diseño nacional, convocantes, con respaldo programático, acordes con la emergencia que vive este país, que han movilizado a millones de personas. Pero también es verdad que la ausencia de compañerismo, la incapacidad para dotar estos esfuerzos de una interpretación nacional, totalizadora, la sobredosis de vanidad del liderazgo que tiene pretensiones presidenciales, hace muy difícil que cristalice la identificación de la ciudadanía.

Hay que decir que el carácter conuquero y la identidad facciosa trasciende la identidad partidista y se cuela con enorme facilidad en los sectores civiles de la disidencia democrática, haciendo de estas insuficiencias un problema nacional: muchos periodistas, politólogos, economistas y activistas, muchos activistas internautas, han convertido los debates intra-opositores en una especie de razón de vida, olvidando la existencia del chavismo: perdidos en el vicio de la intriga, sin claridad de miras en torno al verdadero fondo del problema nacional y sus prioridades.

Los discursos que yacen en la arena de la oposición democrática venezolana existen sólo para defender su fuero y rebatir la tesis de la comarca vecina. Se ha institucionalizado la zancadilla como habito de relación. Se especula demasiado con la ansiedad de la población. Se prometen horizontes que no se pueden cumplir. Se procede con enorme imprudencia, con indiscreción, incluso frente a los periodistas: termina siendo cierto que, movidos por el celo y la envidia personal, muchos dirigentes del campo democrático podrían terminar prefiriendo que las cosas se queden en manos de Nicolás Maduro antes que sea el enemigo interno el que libre por todos.

“El proyecto son ellos mismos: de Primero Justicia a Voluntad Popular, de Fuerza Vecinal a Copei, de Proyecto Venezuela a Causa Radical y de ahí, a líder regional”

Historias como las que se recogen en la gerencia de Monómeros, teóricamente administrada por el Gobierno interino, lo único que nos reportan es lo dolorosamente lejos que estamos, como nación, de aspirar a tener una democracia moderna, eficiente y limpia en la ejecución como las del mundo desarrollado. Monómeros es un recordatorio del país que tenemos. Los relatos que salpican de la gestión de Monómeros son un recorrido por todas nuestras taras culturales como sociedad, los testimonios del folclórico subdesarrollo político que acabó con nuestra democracia: gerentes públicos -designados por los partidos del G4- que pusieron por delante sus intereses, que administraron la cosa pública como si fuera una gallera; piratas especialistas en empresas de maletín, intermediaciones fraudulentas y licitaciones amañadas. Exponentes incorregibles del amiguismo.

Truchimanes esclarecidos en la ley y la trampa, que son perfectamente capaces de proponerse negocios lucrativos a la sombra de la administración pública, aunque frente a ellos haya un país languideciendo en necesidades, que había depositado en estas personas su confianza. A ese país que espera respuestas debería dar la cara Acción Democrática, Voluntad Popular, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo como responsables de ese fraude.

En la oposición venezolana campea también el personalismo, los cargos vitalicios, la ausencia de democracia interna, las componendas y la retórica sin contenido que le reclamamos al chavismo. Hay demasiados dirigentes enamorados de su propio relato, adheridos a sus cargos como un derecho adquirido. Demasiadas reputaciones consagradas y nulidades engreídas. En las entrañas de la Oposición venezolana se ha hecho un esfuerzo descomunal, desigual, con enormes costos y sacrificios, para intentar sacar al país de esta fosa que ha construido el fanatismo y la maldad del chavismo.

Esos esfuerzos han sido traicionados por ciertos dirigentes de criterios ubicuos, especializados en medrar en la insuficiencia, en sobrevivir sin dignidad, en sacarle provechos personales a las circunstancias. No ha fracasado un político, un relato, o un diagnóstico: hasta el momento, han fracasado todos los políticos, todos los partidos, todos los relatos y todas las estrategias para recuperar la democracia.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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