Como circula el rumor en torno a la intención del régimen de incluir nuevas fiestas nacionales en el calendario anual, de seguidas se presentará un boceto de cómo se trató de manipularlas en Venezuela durante el siglo XIX. En teoría se trata de jornadas que reúnen a la sociedad en la celebración de sucesos que la juntan sin imposición, en memorias que deben revivirse de manera formal y solemne sin diferencias entre los ciudadanos de una República. Según se ha conocido sin que ningún vocero de la dictadura lo haya desmentido, en el repertorio de efemérides solemnes se pretende ahora, a través de un mandato del Poder Legislativo, destacar en términos oficiales y obligantes sucesos como el nacimiento del teniente coronel Hugo Chávez y como su fallido alzamiento de un 4 de febrero.
Tales hechos se deben parangonar en adelante con ejecutorias como el triunfo de Carabobo contra los realistas y como el natalicio del héroe fundamental de las guerras de Independencia, en torno a cuya conmemoración ha reinado la unanimidad desde los inicios del Estado nacional. A nadie le ha pasado por la cabeza, ni antes ni ahora, ponerse a discutir sobre la conveniencia de tales fastos debido a que nadie tiene dudas razonables sobre cómo influyeron en la conformación de la República y sobre cómo también animaron sucesos posteriores de inocultable trascendencia. Nadie se siente ni se ha podido sentir incómodo, ni ofendido, por semejante tipo de celebraciones cuyo objeto es la animación de sentimientos nacionales que se deben ventilar en fecha precisa porque remiten a hechos de importancia histórica en torno a los cuales se produce un aglutinamiento colectivo y masivo. Cuando se estorba el repertorio por la intromisión de intereses banderizos, los hilos se desatan en lugar de tejerse.
Las fiestas patrias se comienzan a realizar de manera espontánea desde 1832, cuando en Achaguas se celebra una procesión en homenaje a Simón Bolívar sin intervención de las autoridades. Como actos de ese tipo comienzan a repetirse en otras localidades, el Congreso determina que, aparte del natalicio del héroe, se conmemorarán los sucesos del 19 de abril de 1810 y la declaratoria de Independencia. La rutina, hasta entonces confinada a reuniones modestas debido a la pobreza de las finanzas públicas, cambia en forma abrupta cuando se promulga la Ley de Fiestas Nacionales de 1849, para que se fomenten diferencias de envergadura que jamás habían ocurrido. Ahora, debido a la grosera intervención de la dictadura recién estrenada de José Tadeo Monagas, desaparece la concordia que reinaba en torno a las solemnidades patrióticas.
La Ley de Fiestas Nacionales de 1849 establece que, aparte de las fechas que ya contaban con el concurso habitual de la sociedad, se incluya la solemnidad del 24 de enero de 1848 como Día de la Libertad. ¿Por qué?: “En 24 de enero de 1848, agotado el sufrimiento bajo una nueva y odiosa tiranía que rebosaba en abusos y pretensiones retrogradantes y destructoras, supo el pueblo espontánea y valientemente recobrar su dignidad sosteniendo los fueros de la libertad”. Tal es la lectura que la nueva ley hace de un suceso que ya se conocía como el “asesinato del Congreso”, es decir, como la nefasta jornada en la cual las turbas enviadas por José Tadeo Monagas penetraron con violencia en el Parlamento para evitar la deliberación de los diputados que pretendían promover un juicio contra el jefe del Estado por diversas violaciones de la Constitución. Un hecho banderizo, por supuesto, un testimonio de violencia deliberada que lleva a cabo un sector político contra sus rivales congregados en la Cámara, una sangrienta presión sin atenuantes, un desmán fraguado por la prepotencia de un mandón… se convierte en fiesta nacional.
En adelante, no solo grandes sectores de la ciudadanía, sino también empleados de la Administración Pública en Caracas y en numerosas ciudades de provincia se niegan a participar en la celebración del 24 enero. No promueven movimientos hostiles por temor a la represión, pero hacen elocuente ostentación de su ausencia en el nuevo e injustificado jolgorio. El Ministerio del Interior ordena el despido de los burócratas discordantes y persecuciones tan lamentables como la que dispone para arrestar a unos activistas “alevosos” que pretendían la venta de una pomada para la piel en cuyo envase aparecía la efigie del general José Antonio Páez, rival estelar de Monagas y cabeza del partido llamado conservador o godo. La persecución de la pomada paecista nos habla de los límites que estaba dispuesto a traspasar un régimen que inauguraba su hegemonía con una nueva Ley de Fiestas Nacionales. Por fortuna, esa deplorable regulación solo rigió hasta cuando un movimiento unitario de godos y liberales echó a José Tadeo de la casa de gobierno.
Si la conmemoración del asesinato del Congreso recibió la repulsa de la sociedad a partir de 1849, si un episodio subalterno y doloroso se estrelló contra la naciente sensibilidad ciudadana cuando lo quisieron comparar con la declaración de la Independencia, ¿qué pasará hoy con la exaltación del natalicio de un comandante golpista que no brilló por sus virtudes republicanas, y con la conversión oficial de una militarada fracasada en epopeya digna de reverencia masiva? No lo sabemos, si el disparate de las esperpénticas efemérides se concreta, el siglo XXI venezolano tiene la posibilidad de mirarse en el espejo de su siglo XIX habitualmente desconocido y despreciado.