En la aldea
26 abril 2024

Armando Reverón (10 de mayo de 1889 – 18 de septiembre de 1954).

Reverón, un creador de estatura mundial

El Museo de Arte Moderno de Nueva York hizo una exposición de Armando Reverón en el otoño de 2003 (la primera muestra que se consagraba a un pintor latinoamericano en 60 años, en el MoMa). “Venezuela no conoce a Reverón”.

Lee y comparte
Milagros Socorro | 18 septiembre 2022

«No recuerdo cuándo Reverón apareció en mi vida. Mucho antes de saber que era un pintor, su estampa surgió en medio de esa nebulosa donde habitan los héroes de los cuentos junto a ogros y gigantes, santos y libertadores, lejanos antepasados y los seres amados que han muerto antes de tiempo.

Una mañana que bajábamos al litoral, mi padre nos contó que el abuelo había comprado un garaje en Macuto y uno de los programas durante las vacaciones era ir a visitar “al loco aquel que vive más allá de la quebrada del Cojo”».

Así empieza la novela “Los incurables”, de Federico Vegas (Caracas, Editorial Alfa, 2012). Y aunque estos dos párrafos pertenecen a un texto de ficción, la idea que el país tiene de uno de sus más importantes artistas no difiere mucho de “esa nebulosa” donde flotan seres reales y ficticios, a la que alude Vegas.

Venezuela no conoce a Reverón. La minoría ínfima que tiene conocimiento de su existencia, a lo mejor lo ubica en el saco de los locos geniales que el país ha dado y olvidado. Es probable que los menores de 25 años no hayan visto jamás una obra suya; ni siquiera una reproducción en un libro o lámina escolar. ¿Cuánto hace que no se monta una exposición completa de Armando Reverón?, ¿cuándo fue la última vez que un puñado de sus cuadros (no hablemos de las muñecas, muy complicadas de trasladar) fue llevado por ciudades del interior?, ¿cuál fue el último funcionario de gobierno que tuvo idea de la existencia y dimensiones de este artista…?

Ya en 1939, Mariano Picón Salas advirtió: “Aunque no lo parezca, Reverón es uno de los venezolanos más importantes que en este momento viven”. En el momento del que habla Picón Salas, a Reverón le quedan tres o cuatro años de vida. Y muy poca razón. En un par de años se sumirá en el desvarío y acabará en un sanatorio.

“Su legado es de 450 pinturas, 150 dibujos y decenas de objetos, entre los que se cuentan sus muñecas de trapo de tamaño natural”

Armando Julio Reverón Travieso nació en Caracas el 10 de mayo de 1889. Fue el único de Julio Reverón Garmendia y Dolores Travieso Montilla, una pareja muy mal avenida. Además de la Academia de Bellas Artes, hizo estudios en España y en Francia. En 1917 acepta la invitación de su amigo el educador R.A. Rondón Márquez para pasarse unos días en La Guaira, hospedado en el Colegio “Santos Michelena”, del que Rondón Márquez era director y propietario. Esa estadía cambiaría la vida del joven, porque La Guaira se convertiría en el lugar donde va a sentirse más cómodo y donde va a tener esos festines de luz que marcaron su obra y su devenir síquico.

Así lo describe el artista Luis Alfredo López Méndez: «Era elegante, buenmozo, meticuloso y se vestía muy bien, aunque después llegó a hacerlo de una forma casi primitiva… Era un hombre alegre, le gustaba la zarzuela, bailar y tomar fotografías. Iba a las carreras de caballo, en El Paraíso, a fotografiar. Cosa curiosa que a los pintores les gusten las carreras: por ejemplo, Degas, Arturo Michelena. A mí me gustaban más los toros. Reverón era sumamente agradable y magnífico… pero cambió, se fue a Macuto, a Punta de Mulatos… Apenas tomaba, fumaba mucho y no tuvo sino solo un amor conocido, Juanita, que en un principio era bonita. Él la conoció jovencita y se fue a vivir con ella. Después nosotros los casamos; yo fui testigo de la boda… Aunque eso era una fórmula, llenar un papel».

Armando Reverón conoció a quien sería su mujer, musa y modelo, Juanita Ríos, en los carnavales de La Guaira de 1919. Ella era una muchacha de por allí, humilde y carente de ambiciones. La conexión fue tan súbita y fuerte que a Reverón no se le ocurrió nada mejor que llevársela con él a Caracas, donde residía en casa de su madre, una señora elegante y dueña de una pequeña fortuna (resto de una mayor, que el marido estuvo a punto de despalillar en sus correrías de adicto a la morfina y otras drogas que entonces eran de consumo legal, así como de fácil, aunque costosa, adquisición). El caso es que nada más comenzar la Cuaresma de 1919, el joven y guapo Armando Reverón se presenta en la residencia materna, sita de Pilita a Mamey, con aquella muchacha de tan poco lustre. Ninguno de los dos hizo mayor caso a la oposición de la señora Travieso.

Amancebado con mujer guaireña e intrigado por la luz de esa costa, Reverón se instala definitivamente en el Litoral Central, en 1921. En su libro “Reverón, voces y demonios” (Caracas, 1990), el crítico Juan Calzadilla dice: “El punto de partida es el rancho donde Reverón vivió durante algunos meses en 1920, cerca del lugar llamado Las Quince Letras. Un poco más arriba, en la vertiente, se encontraba un terreno que su madre había comprado para destinarlo a la vivienda de su hijo, una parcela abrupta y empinada, llena de grandes piedras que Reverón utilizaría como elementos de un mobiliario natural. En ese terreno no mayor de 700 metros cuadrados, comenzó a levantar lo que con el tiempo se conocería como El Castillete, residencia del artista durante el resto de sus días”.

“Así lo describe el artista Luis Alfredo López Méndez: «Era elegante, buenmozo, meticuloso y se vestía muy bien, aunque después llegó a hacerlo de una forma casi primitiva… Era un hombre alegre, le gustaba la zarzuela, bailar y tomar fotografías»”

Allí va a hacer gran parte de su obra. La proximidad del mar debe haberle impregnado la idea de un eterno día de playa, porque Reverón no tardaría en dejar atrás su pinta de caraqueño sofisticado y opta ir desmañado y hasta harapiento. “Se va a dejar», escribió Arturo Uslar Pietri, «una barba de Padre Eterno, y de ese periodo hay también una serie de autorretratos, en los que asoma su cabeza, con la terrible barba, con el pelo revuelto, con esa mirada ladeada con que está mirándose a sí mismo y mirándonos a nosotros, y en el fondo de las dos figuras obsesionantes de las muñecas, que por sobre él parecen mirar inexpresivamente a la gente que ha de venir más tarde a querer penetrar en el misterio de esa vida y de esa obra de tan excepcional calidad”.

-Armando Reverón sacrificó su vida a su arte -establece Uslar-. Como los artistas verdaderos, como los hombres que sienten con intensidad, casi mortal, la necesidad de expresión, este hombre sacrificó todo a su arte, su vida y también su razón, porque, como decía el poeta Rimbaud, que termino también en forma parecida a la de Reverón, autodestruyéndose por la intensidad de su sensibilidad, los horribles… Este hombre […] por llegar a una mayor sinceridad y pureza de su arte llega a la destrucción de su razón.

Aun así, Reverón no dejó de trabajar y de innovar sino hasta unos tres años antes de su muerte. Su legado es de 450 pinturas, 150 dibujos y decenas de objetos, entre los que se cuentan sus muñecas de trapo de tamaño natural.

El crítico de arte John Elderfield, especialista de arte moderno del MoMa (Museo de Arte Moderno) de Nueva York, y curador, junto con Luis Enrique Pérez Oramas, de la exposición de Reverón que se hizo en esa institución en el otoño de 2003 (por cierto, la primera muestra que se consagraba a un pintor latinoamericano en 60 años, en el MoMa), dijo en entrevista, en septiembre de 2000, que Reverón era muy distinto a cualquier otro artista del mundo. «No se puede separar el lugar de donde uno proviene de la cultura en que se inscribe. Esa es mi desventaja personal al respecto, que yo no conozco el contexto cultural de Reverón. Lo que sí sé muy bien es que estamos ante un gran creador, de estatura mundial».

Reverón murió el 18 de septiembre de 1954, en el Sanatorio San Jorge de Catia, Caracas, donde había estado recluido varios meses con un diagnóstico de esquizofrenia. Tenía 65 años. Desde 2016, sus restos reposan en el Panteón Nacional de Venezuela.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Históricos