En la aldea
10 diciembre 2024

Ibsen Martínez: “La idea de que el petróleo es la llave para el futuro aún pervive, de eso habla quien dice que hay que privatizarla para que funcione, para que genere riqueza”.

Oil Story, la novela “de unos carajos que le quieren sacar real a una petrolera”

Diez años después de su última novela, Ibsen Martínez regresa a la narrativa con esta historia de petroleros en un contexto político latinoamericano, que desde la adolescencia intuyó que algún día escribiría. Con la madurez supo que no cabía una épica y que resultaba suficientemente valioso colocar a sus personajes -Jerry, Mayimbe, el “negro” Altuna- en el mundo corporativo de una petrolera para explorar conflictos humanos.

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Javier Conde | 27 septiembre 2023

Es 1997, una noche cualquiera del año que presagia el ascenso de Hugo Chávez al poder. Jerry Espinoza, un alto ejecutivo de Petróleos de Venezuela, va a matar de un balazo a un tipo que intenta atracarlo. Un viejo amigo de la juventud -el submalandro Mayimbe- “le come el coco” para arrojar el cadáver a un terreno baldío y luego se convierte en su extorsionador. El desfile de historias y situaciones que discurren a velocidad de vértigo retratan ambiciones, vidas rotas, traiciones y venganzas, en paralelo con el desplazamiento de la élite gerencial y el célebre y fallido paro. Editada por Planeta, en el sello Tusquets, Oil Story cuenta un trozo de la historia petrolera venezolana. Es culta y popular, adelanta su promoción. Y adictiva.

Ibsen Martínez (Caracas, 1951), dramaturgo y periodista, narrador y articulista, pasó parte de su infancia y adolescencia en campos petroleros. Atribuye a ese hecho y a sus padres -Luis Roberto Martínez, trabajador petrolero de impecable inglés, y María Teresa Pimentel, maestra  normalista y gran lectora- que el “oro negro” estuviera siempre entre sus intereses. “Cada uno experimentó en carne propia los cambios que el fin del ciclo del café trajo a nuestro país”, dice el autor de suOil Story, cuarta novela después de El mono aullador de los manglares (Ramdon House – Mondadori, 2000), El señor Marx no está en casa (Norma Bogotá, 2009), y Simpatía por King Kong (Planeta Bogotá, 2013).

Las piezas teatrales La hora Texaco (1985) y Petroleros suicidas (2011), fueron un adelanto temprano de esta historia de petroleros.

“El petroestado tercermundista, latinoamericano, venezolano, adeco-copeyano no estaba en condiciones de sacarle provecho al boom, pero retóricamente sigue siendo bonito decir que hay que recuperar el petróleo para sembrarlo”

Ibsen Martínez

-¿Cómo es el comeback de Ibsen Martínez a la narrativa?

-Mi última novela fue Simpatía por King Kong que se publicó en el 2013 en Caracas. Ese fue un año malhadado para el mundo editorial. Fue el año cuando murió Chávez y también empezó una crisis mía, personal, depresiva, que la saqué a pasear, la traje para Bogotá. Hace cinco años estaba realmente ya muy preocupado por la sequía. Pensaba que esa expresión “el bloqueo del escritor” era una superchería snob de intelectuales, para hacerse interesantes; pero no, efectivamente es un trastorno propio del oficio, sobre todo en la narrativa. Un maleficio que para tratar de resolverlo de una manera que no sea escribiendo es muy difícil. Mi vocación ha sido siempre la de un narrador. De la literatura dramática me he tenido que retirar porque no hay actividad teatral a mi gusto en Venezuela. Volver a la narrativa no me resultó difícil una vez que tomé la decisión y decidí el tema.

-Ha explicado que desde hacía mucho tiempo sabía que escribiría algo como Oil Story. Parece una idea tan novelesca como la novela misma.

-Es una idea que viene desde la adolescencia. Mi papá salía todos los días con una lonchera como en las películas americanas, una loncherita con su almuerzo. No iba para ningún campamento petrolero, sino para las oficinas de una petrolera, su ambiente era estrictamente petrolero. Estoy hablando de los años ‘50. Un amigo que él hizo, muy querido, que después nos adoptó un poco a mi hermano mayor y a mí, pero más a mí, fue un vínculo muy valioso. El señor (Brandon) Hatch era un geólogo, un personaje infrecuente porque era un gringo amistoso con los nativos (jajaja). Culto, melómano, él le dejó unas cosas a mi papá en un momento que volvió a Estados Unidos. Una caja con  libros y discos, pero Hatch murió en aquel espantoso accidente aéreo de Tenerife. Yo me apoderé de la caja, y en la caja estaba un libro que cambió mi vida. Es la historia de Ralph Arnold, el jefe del primer catastro geológico en Venezuela. Arnold y su equipo de 43 geólogos peinaron 18 estados del país en el curso de cuatro años y ahí encontraron Mene Grande, entre otras cosas. Él recabó los testimonios de esos 43 hombres, que son caóticos y contradictorios, en muchos casos; muy exhaustivos, en otros. Escrito en inglés, Arnold está todo el tiempo hablando de localidades venezolanas y están las fotos que tomó, porque era un gran fotógrafo y usó la fotografía como una herramienta de su trabajo geológico. Quizás sean las imágenes más verosímiles y genuinas de lo que era Venezuela en 1911, a cien años de su Independencia. Un país palúdico, enfermo, despoblado, sojuzgado por dos dictaduras. Ese es el país del que habla (Arturo) Uslar Pietri. Éramos un país cafetero y llegó el petróleo, toda la leyenda negra del petróleo, que el petróleo acabó con el café, que si fue una maldición. Cuando estaba leyendo el  libro de Arnold, de adolescente, ahí se desmentía la leyenda negra, porque el país era una mierda. Los geólogos de Arnold estaban recorriendo el estado Falcón en 1912 y se encontraron con una hambruna, una hambruna con todas sus letras. Cadáveres en la calles de Coro y en el istmo también se encontraron cadáveres, de mujeres y niños que huían de la langosta y el hambre. Ese libro me impactó muchísimo, y luego constaté para mi sorpresa que todo lo que se dice que es la novela petrolera, la poca que se escribió y es muy deficiente, es una denuncia alambicada del petróleo, una exaltación de lo agrícola y de lo cafetero que no se correspondía con la realidad. Pensaba entonces que debía saber todo lo que necesitaba saber para escribir sobre este tema. Imaginaba una novela  ambientada en los años cuarenta o cincuenta pero todo muy vagaroso, hasta que ya en la madurez me di cuenta de que no era necesario escribir una épica, que no cabía una épica, sino que el mundo corporativo de una empresa petrolera en funciones era suficientemente valioso para situar ahí conflictos humanos.

-En esta novela Ibsen Martínez dice hallar su verdadero talante de escritor, ¿cuál es su verdadero talante de escritor?

-El verdadero talante para decirlo puntualmente es un tipo que escribe como habla Ibsen Martínez. Es decir, erudito pero amistoso, que se interesa en muchas cosas al mismo tiempo y las escudriña en profundidad. Hay un personaje en Oil Story, que es Altuna, que es para mí un polímata, un tipo que se interesa en muchas cosas, autodidáctamente. La escritura de Ibsen Martínez está ahí trasfundida y en todo lo que son sus personajes, personajes de extracción popular como es Mayimbe, y otro tipo también popular pero ilustrado que es Jerry, y el lector omnívoro que es Altuna. No fue deliberado este desglose de personalidades que puedo hacer a posteriori, pero no cuando estaba escribiendo la novela.

“El leitmotiv de Mayimbe es que él quiere entrar en la industria propiamente dicha, pero le dicen que no está calificado y explota cuando oye la palabra meritocracia”

Ibsen Martínez

-Se puede llegar a pensar que esos personajes que fueron surgiendo mientras contaba esta historia petrolera, se parecen a su autor.

-No quiero que el lector piense que esta es una novela narcisista. Estos personajes los conozco muy bien y advierto que mi simpatía, mi comprensión, mi compasión por ellos forman parte de universos de los que yo he formado parte. Son de la clase media, son gentes de los años ‘50, gente vinculada con la actividad petrolera y con el periodismo, que tiene intereses distintos al meramente comer pan y cagar. Tienen la rugosidad y la complejidad de la clase media a la que pertenece mi generación. No se parecen a mí, yo me parezco a ellos. Mi escritura está muy atenta a lo que yo siempre consideré modelos. Saul Bellow, por ejemplo, me enseñó muchas cosas, muchas estrategias, y triquiñuelas y actitudes y posturas que experimenté en Simpatía por King Kong, que es para mi gusto la novela en la que decidí que iba a ser solamente novelista, que iba a aplazar la escritura teatral por tanto tiempo como me hiciera falta para concretar el anhelo de escribir buenas novelas. La mejor primera novela mía es Simpatía… y esta es la que le sigue. También (Jorge) Ibargüengoitia, el mexicano a quien no me canso de alabar porque tiene una disposición para expresar la irrisión de la vida, la vocación satírica que hay en el género novela desde que apareció en el mundo, que es acercarse con un ojo cándido y, a la vez, un ojo censor. Es lo que a mí me hace algunas mañana, no todas, cuando uno está escribiendo una novela, decir “coño, esto es la vida, esto que está surgiendo ante mí es verdad”. Un novelista que me gusta mucho y que seguí muchísimo es John le Carré. Me fueron muy iluminadoras sus estrategias de cuando describe un mundo burocrático. En mi caso, la burocracia de una transnacional petrolera.

-Durante generaciones escuchamos la idea de “sembrar el petróleo”, pero Ibsen Martínez se rebela contra esa idea.

-Creo que es una de las cosas más dañinas que ha hecho (Arturo) Uslar Pietri. Se pueden documentar paso a paso las mentiras de esa leyenda negra del petróleo. Hay que leer a la gran politóloga e historiadora que es Terry Lynn Karl, quien estaba en Venezuela cuando comenzó el boom de 1973 y fue a entrevistar a (Juan Pablo) Pérez Alfonzo, porque en esa época de los setenta había en el mundo académico y en los think tank mundiales un fuerte interés por la OPEP, que había sido desdeñada en los años ‘60 pero que luego se convierte en un arma para que los árabes impusieran a Occidente un embargo de precios. Pues bien, Pérez Alfonzo le dijo a Terry Lynn que no le hiciera caso a la OPEP, que estudiara lo que el petróleo le hace a países como los nuestros, porque él anticipaba que iba a venir la ruina. Ella escribió un libro, que no ha sido traducido, una cosa típica en nuestro país, que se llama La paradoja de la abundancia que es el estudio de cuál es la conducta de los gobiernos de los petroestados cuando tienen la dicha de que los sorprenda un boom. De lo que Lynn indagó salió un estudio comparado de siete países, algunos miembros de la OPEP, otros no, en la que en todos se da la misma vaina, la incapacidad para aprovechar los booms y también la parálisis frente a las vacas flacas.

El submalandro, el impertinente y la figura tutelar

-Su narrador, Memo, el periodista que cobra por la editorial de la petrolera, dice en un pasaje de Oil Story: “Dios sabe cuán bien me cayó siempre Mayimbe”, ¿de dónde sale Mayimbe?

-En el capítulo cuatro está la historia de Mayimbe, es un recogido. No me propuse, en rigor, escribir una novela venezolana, si no la de unos carajos que le quieren sacar real a una petrolera. Jerry Espinoza, el gerente de medios, hace una editorial para la cual trabaja Memo, que es el agente de prensa y de imagen de su amigo Jerry. La aspiración del venezolano del siglo XX es participar de esa riqueza petrolera aunque no la entienda ni comprenda sus mecanismos. El leitmotiv de Mayimbe es que él quiere entrar en la industria propiamente dicha, pero le dicen que no está calificado y explota cuando oye la palabra meritocracia.

-Y le sangran las encías cuando le mencionan meritocracia.

-No solamente a Mayimbe. A los venezolanos que apoyaron a Chávez les sangraban las encías cuando le hablaban de la meritocracia petrolera. Como somos clasemedieros y tenemos amigos en las petroleras pensamos que es una barbaridad botar a 20 mil técnicos pero el pueblo de Chávez estaba satisfecho, y en ese momento pensaba que se estaba haciendo justicia.

-El recuerdo de la meritocracia aún perdura entre nosotros como una aspiración.

-Hay toda una literatura económica que le ha caído encima a la meritocracia. Los protagonistas de esta novela forman parte de ese estamento petrolero. Un estamento social que se percibía a sí mismo como algo distinto. Uno de sus blasones fue la meritocracia, somos mejores personas, nos preparamos, no somos improvisados como el resto del país. Nadie lo dice así en Oil Story. Mi novela no tiene tesis pero en el primer capítulo se anuncia la catástrofe, cuando se dice que entre el momento en que Jerry Espinoza mató a un asaltante y se jode la petrolera pasaron 7 años bíblicos. ¿Qué ocurre en esos siete años?, que una élite de supergerentes -ahora yo añado, ignorantes, incultos, arrogantes, con ideas zombie sobre la política; la idea zombie es un invento de Moisés Naím que a mí me parece muy útil, porque son ideas que ya están muertas, pero siguen por ahí, como sembrar el petróleo-. Y la idea zombie de estos supergerentes era que Chávez “no puede prescindir de nosotros porque nosotros somos la meritocracia, la eficiencia, somos el petróleo, va a tener que hacer lo que nosotros decimos”. Y eso que no pudieron hacerlo en la Exxon o en la Shell, como eran venezolanos lo hicieron en la empresa propiamente dicha. Y, además, tratar de derrotar a algo inderrotable, un caudillo del siglo XIX, con ideas zombie sobre la economía, de una gran parvedad, porque son las mismas ideas de Mayimbe, puesto que hay riqueza debería haberla para todos.

-¿Cree que esas ideas zombie todavía perviven entre los venezolanos?

-La idea de que el petróleo es la llave para el futuro aún pervive, de eso habla quien dice que hay que privatizarla para que funcione, para que genere riqueza. Toda visión del futuro, de lo que hay que hacer con la empresa familiar pasa por el petróleo en el caso venezolano. Todo el mundo sabe qué hay que hacer con esa riqueza, pero después cuando llegan al poder la toma de decisiones está muy pervadida por cuando éramos una pretendida democracia, con separación de poderes y competencias muy bien definidas. El petroestado tercermundista, latinoamericano, venezolano, adeco-copeyano no estaba en condiciones de sacarle provecho al boom, pero retóricamente sigue siendo bonito decir que hay que recuperar el petróleo para sembrarlo.

-Jerry Espinoza, el gerente impertinente, es seguramente el personaje más complejo de Oil Story.

-Jerry es culturalmente superior a sus pares en la industria, pero no es aceptado. Es un tipo incómodo, molesto, que hace un documento interno que lo hunde. No cumple con la conducta corporativa. El oficio de novelista me dice que mi personaje no puede ser un héroe positivo. No creo en los héroes positivos. Jerry es disruptivo, sin él la historia que cuento sería muy banal. Sale de la clase media en ascenso, de donde sale el contingente que se forma en la Gran Mariscal, que estudiaron ingeniería catalítica petrolera en Glasgow, que son de los bloques de La Trinidad, que son los que nutren el programa de becas. Y esos son los que forman la petrolea de los años ochenta, una clase media empoderada, inculta.

-Jerry Espinoza tiene roce político y popular.

-Hubiera querido dedicarle más tiempo dramático para contar la historia política de Jerry. Es un masista de la primera hora, pero después que se acomodó dejó de serlo. Él entró a estudiar ingeniería cuando se formó el MAS en el ‘71, por eso es capaz de relacionarse con el medio izquierdoso que se adueñó de PDVSA. En Oklahoma lo abordan los tipos de la guayabera roja y le dicen “el comandante te salvó, tú estabas botado”. Él los conoce, estudió con ellos, militó con ellos, se apoderó de su jerga que es como sobreviven los que se quedaron en PDVSA, adoptando la jerga, pareciéndose.

-Jerry puede parecer un tipo amoral, no quiere ser reconocido, está viviendo su vida.

-Jerry lo que no quiere es que lo boten, está en la mira, pueden salir de él, pero es más inteligente, más culto. Acabando de matar un carajo que lo iba a asaltar, escribe un informe de coyuntura para la directiva y les dice que va a ganar fulano y puede que los boten a todos. En el documento uno puede imaginar que dijo una pila de vainas inconvenientes como podría haber sido “la gente nos tiene en la mira, aquí va a pasar una vaina”.

-En ese conjunto de personajes sobre los que gira Oil Story, surge la figura del “negro Altuna”, que comparte y cuida del submalandro, del propio Jerry y de Memo,  pero es de otra cualidad.

-Para mí es el intelectual no reconocido, no forma parte del mundo académico, de ninguna capilla literaria. Es un gran lector y tiene una tertulia de amigos, en la que es el animador y ha escrito un libro sobre el descubridor del petróleo en Venezuela, Viajes de Arnold, que remite a 1911. Me propuse que la novela navegara con el periscopio bajo. La novela no quiere zanjar todos problemas del país en 300 páginas, pero creo que el lector agradecerá que se le hable de Arnold y de un tipo que está reducido a una silla de ruedas porque es un inválido.

-Altuna es el protector de aquellos muchachos, ¿algún parentesco con la realidad en su hechura?

-Es una figura tutelar. Viene del mundo petrolero, está pensionado porque perdió una pierna en una explosión y se ha dedicado en su retiro forzoso a leer y escribir, sus textos salen en publicaciones sindicales, también en la revista corporativa. No es un escritor en el sentido convencional pero es una referencia intelectual. Cuando muere, deja en su computadora el libro Viajes de Arnold, que es el que va a editar Memo con Jerry en la petrolera. Altuna es un compendio de gente que he ido conociendo en mi vida, un personaje experimentado en lecturas, alguien de quien no te puedes jactar en público pero que te dio lecciones de vida, alguna virtud moral.

Oil Story tiene los ingredientes para convertirse en una serie televisiva, para una película, la concibió así.

-Nunca lo pensé así. Me propuse que comenzase como un thriller porque sino la gente no se queda. Luego quiere saber qué va a pasar con el Duncan, que es el asaltante, con Mayimbe y Jerrry para deshacerse del cadáver, y cuando se entera ya está en el capítulo siete. Yo tengo mucho lío con la TV, está llena de gente muy ignorante y no solo en Venezuela. Hay que educarlos para vender una buena idea. Es muy agotador, te dicen “esto está del carajo pero vamos cambiar aquí y allá”. No quiero volver. En todo caso que me compren los derechos y que luego hagan lo que se les ocurra.

-¿Contribuyó en algo la escritura de telenovelas a su talante de escritor?

-El teatro, la literatura dramática por la formación que exige, sí. La televisión que a mí me tocó hacer no me enseñó nada, es un campo que abomino. Me enseñó Saul Bellow.


*La fotografía, autoría de Omaira Abinadé, es cortesía del entrevistado, Ibsen Martínez, y dada por Javier Conde al editor de La Gran Aldea.

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