En la aldea
30 abril 2024

El 2024, año de esperanza

“Un cambio político abriría las puertas al desmontaje de estructuras que hoy sirven a quienes ejercen el poder, y sustituirlas por otras que estén al servicio del ciudadano. Reglas claras para todos, sin privilegios”.

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Henkel García U. | 22 noviembre 2023

Después de vivir décadas de esplendor económico entre 1930 y 1980, no exentas de eventos políticos de relevancia, Venezuela entró en una fase de estancamiento y contracción económica, que vino acompañada de una crisis política y social que todavía padecemos. Una situación de esta magnitud nos hace pensar que la causa de tal debacle es sistémica, por tanto, su solución debe ser en ese tono.

Mi introducción anterior no busca subestimar los logros alcanzados durante el siglo pasado y lo que va de este, pero sí centrar la atención en el destino final de ese transitar lleno de altos y bajos. Por ejemplo, es indudable que a finales de los ‘70 del siglo pasado y que en el período 2006-2013 vivimos unos notables booms de bienestar y crecimiento económico, pero el mal sistémico al que me refiero hizo que esa realidad fuese efímera y que resultara inevitable el colapso multisectorial.

Sí, en todas estas décadas tuvimos un gran desarrollo en infraestructura, sí, logramos desarrollar una red exitosa de escuelas públicas y hospitales; sí, tuvimos electricidad y agua con limitaciones, pero que llegó de forma relativamente estable a buena parte del país; sí, tuvimos un sistema democrático durante un tiempo histórico en el que abundaban los regímenes autoritarios. Todo eso pasó, pero lo que vivimos nos lleva a pensar que todo ello poco valió la pena.

“Si buena parte de la ciudadanía venezolana se involucra de forma convencida, 2024 puede marcar nuestro destino, y para mejor, para mucho mejor”

Para entender qué sucedió, pasa por comprender la relación que hemos tenido con nuestro principal recurso natural y fuente de ingreso de divisas: el petróleo. Buena parte de lo mencionado anteriormente se debe a los ingresos que tuvimos por dicho recurso. Pero también, la precariedad institucional y la disfuncionalidad de la relación Estado-Ciudadano se la debemos a esa condición. No, no hemos dejado de ser un país petrolero, hoy lo somos más que nunca, y lo enana de nuestra economía, va acorde con lo diminuta de la actual actividad petrolera.

Venezuela no fue, ni es una economía con exportaciones diversificadas. Por otro lado, tiene una significativa dependencia a la importación de bienes de consumo intermedio (materia prima, etc.) para llevar adelante su ciclo productivo. Es decir, la producción venezolana, en buena medida, depende de la generación de divisas por parte del petróleo para poder hacer crecer su economía. Debido a esta dinámica bailamos en el pasado, y seguimos bailando, al son de la magnitud de nuestros ingresos petroleros. Y no solo es por el lado de venta de divisas al sector privado en el que se crea tal dependencia hacia el petróleo, también pasa con los ingresos del Estado para realizar su gasto público.

Además, esos mismos ingresos petroleros dan un margen de maniobra inmenso para sobrevaluar la moneda local, lo que hace que las importaciones (de consumo intermedio) se abaraten, y que se haga muy difícil la exportación de otros bienes y servicios distintos al petróleo. Es decir, fue y es un mal que se retroalimenta.

El mal se extiende también a lo político. Venezuela fue un país con marcado sesgo presidencialista, el cual fue exacerbado por el chavismo durante los últimos 25 años, hasta el punto de crear una figura tan aborrecible como la reelección indefinida. A esa realidad política tenemos que sumarle que existe un manejo completamente discrecional por parte de la Presidencia de los recursos provenientes de la actividad petrolera. Esa discrecionalidad facilitó la toma institucional por parte del chavismo para ponerlas a la orden del grupo que hoy ejerce el poder de manera hegemónica y autoritaria, instituciones que han trabajado de manera ardua, y de espaldas a la ciudadanía, para el sostenimiento del sistema.

El 2024 es un año de inflexión y uno que marcará el destino político e institucional de Venezuela de las próximas décadas. Un cambio político abriría las puertas al desmontaje de estructuras que hoy sirven a quienes ejercen el poder, y sustituirlas por otras que estén al servicio del ciudadano. Un año que pudiese representar el comienzo de la liberación de las fuerzas productivas del país, el comienzo de la conformación de un ambiente propicio para que cada ciudadano pueda desarrollar todas sus capacidades de manera plena, un ambiente en el que prepondere la libertad, lo cual no significa un mundo sin normas, sino que más bien viene de la mano con reglas claras para todos, sin privilegios. Un sistema que tenga al ciudadano como centro, un sistema que le da un inmenso valor a las fuerzas de mercado, pero que también considera que hay una necesidad imperiosa de igualación de oportunidades para todos, proceso que requiere un país con redes óptimas de educación, de salud, de protección a la población vulnerable y de servicios públicos.

Será un año en el que se abre la posibilidad de replantearnos nuestro arreglo institucional. Finalmente podemos preguntarnos cómo limitar la intromisión del Estado en la actividad económica, definir cómo será la nueva dinámica política y democrática, cómo replantearemos la relación entre el Estado y el Ciudadano.

Si buena parte de la ciudadanía venezolana se involucra de forma convencida, 2024 puede marcar nuestro destino, y para mejor, para mucho mejor. El 2024 será un año de esperanza bien fundamentada, no de ilusiones infantiles, una esperanza que apunta a lo que sabemos que podemos lograr al participar activamente del proceso de cambio.


@HenkelGarcia

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