El compromiso estaba ahí. Los III Juegos Bolivarianos llegarían a Caracas en diciembre de 1951 y la capital necesitaba instalaciones deportivas modernas a la altura de los estándares internacionales. Por aquellos días la construcción de la Ciudad Universitaria de Caracas en los terrenos de la Hacienda Ibarra marchaba viento en popa. Si bien el proyecto contemplaba un complejo deportivo, este componente se encontraba relegado en el fondo de la lista de tareas por hacer. La inminencia de los Juegos Bolivarianos cambió el orden de prioridades. La oportunidad para materializar las edificaciones más importantes para la cita internacional jugueteaba ahora entre planos y maquinarias en la ribera sur del Guaire. Dos pájaros de un solo tiro. El Estadio Olímpico que necesitaba el evento sería el de la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuyo diseño tendría que ser ajustado para llevarlo de una instalación concebida para servir a una casa de estudios, a un complejo destinado a albergar un evento de carácter internacional.
A su lado crecería también el Estadio Universitario de Béisbol. Más cerca, las canchas de tenis. Al otro extremo, las residencias estudiantiles, que alojarían a los deportistas masculinos de las diversas selecciones que acudirían a los Juegos. Las atletas femeninas, de menor número, se alojarían en otra dependencia cercana a la Ciudad Universitaria. Otras disciplinas como la natación, el ciclismo y la gimnasia se desarrollarían en instalaciones a construirse en el extremo occidental de la urbanización El Paraíso y en los terrenos de la Escuela Militar. Qué lástima que la construcción de la piscina olímpica y la de saltos ornamentales de la UCV no estuvo incluida en aquel momento en el proyecto del evento; esas debieron esperar ocho años más para unirse al complejo deportivo de la UCV. Quizás era mucho trabajo para el poco tiempo del que se disponía, pues el proyecto y la construcción debían estar listos en cuestión de dos años. Hoy nos parece imposible tal empresa, sin embargo hace 70 años nadie dudaba de ello. Tampoco hace 60, cuando en tan solo cinco años se construyó y comenzó a operar la hidroeléctrica del Guri en su primera etapa, que durante un largo período fue la más grande del mundo y aún hoy ocupa un sitial de prestigio como la cuarta del planeta, y sin la cual hoy Venezuela estaría, sin dudas, a oscuras.
“El béisbol no forma parte de la tradición olímpica, aunque constituye una de las especialidades de los Juegos Bolivarianos desde su primera edición en 1938 en la ciudad de Bogotá”
Que la proyección original del Estadio Olímpico fuese ajustada para cumplir con los estándares requeridos para un certamen como los Juegos Bolivarianos, era de esperarse: estas instalaciones son las protagonistas en este tipo de eventos. En ellas se desarrollan las competencias de pista y campo, que son consideradas las disciplinas deportivas más antiguas del mundo; y alrededor de las cuales se celebraron las primeras justas olímpicas en Atenas. Estos espacios son los huéspedes de los actos de inauguración y clausura de los juegos, y en su pebetero albergan la llama que aviva el espíritu deportivo. Si incluimos el fútbol, en estos estadios se desarrollan alrededor de 24 disciplinas para hombres y mujeres. Es decir, en ellos se decide el destino de cerca de 48 medallas de oro.
Pero el béisbol no forma parte de la tradición olímpica, aunque constituye una de las especialidades de los Juegos Bolivarianos desde su primera edición en 1938 en la ciudad de Bogotá. En todo caso, el deporte de las cuatro esquinas era solo una de las disciplinas de estos juegos; él representaba una sola presea de oro en el medallero. Y en Caracas ya existía el Estadio Cerveza Caracas, en San Agustín, sede de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional y escenario de la futura Serie del Caribe de 1951. Aunque el coso de San Agustín tenía ya sus años y además era un Estadio privado, resultaba económico llegar a un acuerdo para que este albergara el torneo. Sin embargo, los militares querían más. Ellos querían mostrar su mejor rostro y el béisbol tenía mucho peso en nuestra sociedad. ¡Construyan algo grande, algo digno de nuestra pasión! El Estadio Universitario de Béisbol no debía ser menos que nadie. Sin duda, la importancia del béisbol en el país quedó plasmada en la historia de las obras deportivas de la Ciudad Universitaria.

Luego de haber realizado los ajustes en el diseño de los estadios Olímpico y de Béisbol, así como en las instalaciones de tenis y las residencias estudiantiles de la Ciudad Universitaria de Caracas, el 19 de abril de 1950 se iniciaron las obras para su construcción. La ceremonia que marcó el inicio del trabajo en el terreno consistió en la colocación del primer pilote de lo que sería el Estadio Olímpico. El acto estuvo liderado por el presidente de la Junta Militar en el poder, el coronel Carlos Delgado Chalbaud, acompañado de los tenientes coroneles Marcos Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez, ambos integrantes de la Junta. En el sitio se encontraban también representantes del Instituto Autónomo de la Ciudad Universitaria, algunos ministros del Gabinete, y directivos del Comité Olímpico Venezolano, además de invitados y periodistas.
Ese día se pronunciaron algunas palabras, que fueron breves, según las reseñas de la época. De inmediato las máquinas empezaron a trabajar. Todo debía estar listo para la inauguración de los Juegos pautada para el miércoles 5 de diciembre del siguiente año: El complejo deportivo y las residencias debían pasar de los planos del arquitecto Carlos Raúl Villanueva a la realidad, en menos de veinte meses.
El día siguiente amaneció con un sol vigoroso, suspendido en un cielo que hacía alarde del azul que vestía. Es posible que cada uno de los tres militares de la Junta, hayan despertado muy temprano en sus residencias, haciendo honor a la disciplina castrense. Quizás alguno se sentó a desayunar, mientras que otro puede haberse recostado en un sillón rodeado de aroma a café. Los tres tendrían en sus manos la prensa del día con las reseñas de la ceremonia de la jornada anterior. ¡Pero qué vaina es esta! Gritarían al unísono al leer las líneas en el diario El Nacional. El texto guardaba una travesura.
“En sencilla, pero emotiva ceremonia, con asistencia de la Junta Militar se procedió a plantar, a elevar en los terrenos escogidos, el primer pilote de lo que ha de ser gigantesca construcción de tribunas, campos, pistas, vestuarios y demás accesorios del Estadio Olímpico. Presente estaban los tres cochinitos de la Junta…”.
En aquellos años había aparecido en el mercado una manteca basada en vegetales hidrogenados, llamada “Los Tres Cochinitos”. La publicidad del producto se basaba en el cuento infantil del mismo nombre popularizado por Walt Disney en 1933. En ella se mostraban tres cerditos vestidos con camisa y sombrero sonriendo alrededor de un libro con un símbolo musical en la portada. Disculpen si especulo, pero lo más posible que haya sido un maracucho el que empezó con la guachafita de llamar de esa manera al trío de la Junta Militar. “El Hermanito”, seudónimo que utilizó para la reseña el periodista deportivo Napoleón Arráiz -sí, el hermanito del poeta Antonio Arráiz-, echó mano del humor popular y plantó la frase para hacer mofa de los dictadores. O quizás no fue obra del periodista, sino de algún retozón en los talleres del diario que metió la mano en el proceso que en aquella época era manual. No importa cómo haya sucedido aquello, la fechoría resultó graciosa para la gente y causó estupor en Miraflores.
Cuentan que Carlos Soublette, prócer de la Independencia y presidente del país entre 1843 y 1847, mandó a llamar a un joven escritor para pedirle que le leyera una sátira que sobre él había elaborado el propio muchacho. Pueden imaginar lo chorreado como debe haber llegado aquel mortal al despacho de Soublette. El relato parece haber causado gracia al mandatario, ya que este rio alegre en repetidas ocasiones. Cuando el joven terminó la lectura, el general le dijo que no tenía nada de qué preocuparse, que ‘Venezuela no se perdería porque el pueblo se riese de su presidente; por el contrario, el país podría perderse cuando el presidente osara reírse del pueblo’.
Emilio Lovera, el humorista venezolano quizás más completo de la actualidad, contó que en una ocasión hizo en público un chiste sobre Carlos Andrés Pérez cuando este era presidente. Un diario del país publicó una nota que decía que el humorista había llamado burro al primer mandatario, y alguien se lo hizo saber a Pérez. “¿Qué quiere que hagamos?”, preguntó el adulador a Carlos Andrés. “Nada”, dijo este, “un presidente no tiene tiempo para esas pendejadas”. ¿Verdad que lo leyeron con el acento y cadencia de El Gocho? ¿No? Mal hecho, vuélvalo a leer.
“Me los meten presos”, dijo alguien en las esferas del poder aquel 20 de abril de 1950. Los tres cochinitos tenían poco tiempo ocupando los cargos a donde habían llegado por la fuerza de las armas. Además, carecían de buen humor, mientras que les sobraban inseguridades y tiempo para ocuparse de pendejadas. De la gobernación de Caracas se emitió una orden que prohibía al diario circular. “El Hermanito”, junto con el propietario del periódico, Miguel Otero Silva, el jefe de redacción y el jefe de taller gráfico, fueron encarcelados durante tres días. El diario no volvió a circular sino hasta una semana después, claro está, bajo las amenazas correspondientes.
El primer pilote estaba en su lugar y las obras del complejo deportivo marchaban sobre ruedas. Podemos suponer a un Delgado Chalbaud que soñaba con el día en el que estuviese ahí, sentado en primera fila de la obra insignia de los III Juegos Bolivarianos, viendo correr la llama hasta el pebetero y pronunciando las palabras que inauguraran la fiesta deportiva que le pondría en la vitrina ante sus pares de la región. Sin embargo, ese momento jamás llegaría. No para él. Siete meses después de colocar el primer pilote del Estadio Olímpico, Chalbaud fue asesinado. Continuaremos en la próxima entrega.