Dijo una vez Napoleón Bonaparte que la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. Se refería a las victorias y las derrotas en las batallas, por supuesto, pero la frase es tan aplicable a la política como lo es el texto desarrollado por Sun Tzu en “El Arte de la Guerra” para las campañas electorales.
En las derrotas o en los planes que no funcionaron, con “el diario del lunes” se ven claramente los errores que llevaron a esa conclusión. Hay, como en el tenis, errores forzados y no forzados. Los primeros tienen que ver directamente, entre otras cosas, con el poder del oponente, que en el caso venezolano, sabemos, lo es y mucho. Pero el segundo tiene que ver con las equivocaciones propias.
En la oposición de Venezuela, la real, la que en teoría busca el cambio, que a su vez significa inexorablemente la vuelta de la democracia, todos han cometido equivocaciones y gran parte de estas han sido producto de errores no forzados, de errores internos. Esto ha ocurrido muchas veces antes y lamentablemente siguen ocurriendo ahora, cuando más necesidad de cambio hay en el país; no hay timing, no hay buenas comunicaciones, no hay objetivos concretos, pero sí hay mucho, mucho ego.
Y de esos errores, prácticamente nadie se hace cargo. Si revisamos de manera minuciosa, seguramente encontraremos a algún dirigente que haya dicho “sí, hemos errado”. Aquí mismo en este portal, lo dijo Juan Pablo Guanipa y eso hay que aplaudirlo, pero no hay mucho más. Siempre la culpa es del otro, siempre abundan los “yo no fui”.
Hasta el 2015 existió una coalición donde esa situación que ya he descrito se notaba menos, pues “echaban la basurita debajo de la alfombra”, pero cuando los problemas estructurales no se solucionan de fondo, siempre hay un punto de quiebre. Es inevitable. Y eso fue lo que pasó justo mientras celebrábamos aquella épica victoria de diciembre, hace seis años.
El régimen pasó de una autocracia competitiva a una dictadura que, como dijo el profesor Steven Levitsky, mató la democracia, la estructura que unía cada “x” tiempo a los partidos quedó sin rumbo, pues si bien la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) significó el punto más alto y fuerte del bloque opositor frente al régimen venezolano, esta lo logró solo en torno a elecciones. Tan es así, que apenas unos días después del 6 de diciembre de 2015, en redes sociales los militantes de Primero Justicia y de Voluntad Popular se estaban peleando. ¡Oh, los mismos que hoy se acusan entre ellos!
Años más tarde, surgió el experimento del Gobierno interino liderado por Juan Guaidó. Quedaba atrás el intento de referéndum revocatorio (2016) encabezado por Henrique Capriles (y acompañado débilmente por los otros partidos); las masivas protestas (2017) que dejaron centenares de jóvenes asesinados y dirigentes políticos que estuvieron al frente, mientras otros nunca aparecieron; y aquella campaña presidencial de Henri Falcón (2018) que tenía como objetivo darle un barniz democrático a un proceso que no lo era, y como siempre culpar a la gente; no olvidemos nunca que un día antes de ese simulacro electoral, ya Falcón estaba diciendo que perdería por culpa de los “abstencionistas”.
Este ensayo denominado “Gobierno interino”, si bien tenía como principal objetivo lograr una transición a la democracia, también debía gobernar. Su propio nombre lo indica, negar eso es un sinsentido. Lamentablemente para los venezolanos, lo primero no lo ha logrado y lo segundo no lo han hecho nada bien.
Sin embargo, la realidad es que, en torno a esta estructura casi todas las fuerzas opositoras se alinearon y ocuparon/ocupan cargos, y esos cargos no son gratis así algunos quieran vendernos que todo lo hacen “por amor al arte”. Pero cuando todo comenzó a caer, muchos empezaron a saltar. Ahora casi todos pasaron de ser miembros del interinato a cantantes de Los Amigos Invisibles: “Esas son puras mentiras, esa noche yo no andaba allí”.
Con la creación de esta estructura a finales de enero de 2019, vinieron reconocimientos, más sanciones al régimen y activos (que a su vez tienen pasivos, así los analistas económicos que trabajan para los bonistas del PDVSA 2020 no lo digan) en el exterior. Fue un golpe para Nicolás Maduro, sin duda alguna. De hecho, es la única razón por la cual están en México.
Los casos de corrupción o al menos irregularidades en diferentes empresas que hoy manejan juntas administradoras “ad hoc”, nombradas por Juan Guaidó y la Asamblea Nacional de 2015, han sido evidentes. Exigir transparencia es nuestro derecho y deber. Pero no seamos ingenuos, no es esa la razón por la cual hemos visto esta semana comunicados al respecto. Esto es, tan solo, un vehículo para un deseo mayor.
Lo que queda de Gobierno interino, si es que queda algo, es justamente por el manejo de esas empresas y por la interlocución internacional con los principales aliados. Al quitar lo uno, lo otro también se irá, y hacia allá apuntan muchos. No todos por la misma razón, justo decirlo. Es válido y entendible, pero no pueden maquillarlo como una simple exigencia de rendición de cuentas (que todo funcionario público debe dar). No pueden seguir creyendo que seamos tontos.
Los recursos aprobados para la estructura del Gobierno interino están “asegurados” hasta diciembre de este año. Luego, quién sabe. Por eso para algunos es mejor salir ahora. No funcionó el experimento, el Frankenstein a los que muchos apostaron, y los responsables son varios no uno solo. Han pasado tantas cosas que seguramente dará para escribir un libro entero.
¿Y ahora qué? Pues seguimos con el mismo cuento de siempre. El chavomadurismo juega ajedrez y la oposición, como mucho, Among Us (todavía no dan con el impostor). Maduro puso las piezas, las movió a su antojo y les tiró el rey.
Seguramente, y para pesar de quienes queremos libertad, Maduro terminará recuperando varios activos y otros se terminarán perdiendo. Tal vez algunas sanciones serán aliviadas y, además, el régimen que hoy tiene el poder (de facto, pero poder al fin), volverá a tener reconocimiento pleno en muchos países que habían dado su “bendición” a Juan Guaidó como Presidente encargado. Muchos “genios políticos” están celebrando esta situación mientras gritan que “hemos vuelto a la política”, creyendo que ir a un proceso electoral manejado por una dictadura y prometer cosas que ningún gobernador o alcalde puede hacer hoy en Venezuela, los pone al lado de Rómulo Betancourt, Raúl Alfonsín o Felipe González.
La democracia perdida
Uno de los problemas de fondo, es que muchos (muchísimos) dirigentes venezolanos no saben, no quieren y/o no pueden entender la política si en esta no hay elecciones. Y claro, una campaña electoral siempre trae algo de dinero, algo de música, algo de buenas comidas. El chavismo sabe eso, por ello vació el sentido del voto pero libera algunos pequeños espacios que manejan nóminas y hace sentir a aquellos que nunca tuvieron poder alguno, pequeños señores feudales.
¿Qué pasó entonces? Se ha caído en esa trampa obvia (bueno, obvia para algunos, supongo). Ahora la propaganda hegemónica que ha sido 100% efectiva para dividir a los demócratas, igualará a la oposición real (por ejemplo, Carlos Ocariz en Miranda) con la oposición que ellos mismos -y testaferros como Raúl Gorrín- crearon. La oposición leal al régimen, o la oposición prêt-à-porter bien definida por Naky Soto.
Y con esto no quiero decir que las elecciones no deban ser protagónicas, al contrario. “Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión”, dijo una vez Paul Auster, y me identifico por completo con ello. Creo y lucho por y para la democracia, y las elecciones son parte fundamental de ella. Justamente la lucha por lograr elecciones reales debe ser nuestro norte, pero la realidad es que en Venezuela fuimos perdiendo la democracia de elección en elección y ¿no nos dimos cuenta?
En medio de toda esta vergonzosa situación, se están dando las negociaciones en México. Y es imposible negar que a Gerardo Blyde y al equipo que lo acompaña los hayan dejado desnudos, cuando debían blindarlos por completo, pues se trata de un proceso al que muchos le brindamos (nuevamente) un voto de confianza. De la tierra de Andrés Manuel López Obrador, como mucho -y ojalá así sea, al menos- saldrá algún acuerdo humanitario. Otra oportunidad rota… desde adentro.
El 22 de noviembre se verán muchos tuits y declaraciones buscando culpables, mientras Maduro se erige como el gran vencedor a lo interno de sus filas, dentro de Venezuela y a nivel internacional. Y digo el 22 de noviembre porque es el día después del simulacro electoral; pero ojo, todavía faltan dos meses y ya hay gente del grupo “voto como sea” que está echando culpas a quienes no van a votar.
¿Qué nos queda entonces? Líderes jóvenes que tal vez, quizá, puedan rehacer lo que hoy está roto. No será pronto, pero no hay mucho más. Mientras, toca esperar a ver qué sucede en Cabo Verde y La Haya. Es mentira que la justicia siempre vence, pero la esperanza de que suceda no pueden quitárnosla.
*Politólogo de la Universidad Central de Venezuela