Sobre la tarea de Antonio José de Sucre en Ayacucho, afirma Arturo Uslar Pietri: “La capitulación de Ayacucho, que es una capitulación que concede todos los honores, lleva estampada la firma de Sucre. Esa es, en realidad, la que pudiéramos llamar el acta final y definitiva de la emancipación del mundo americano del dominio de los grandes imperios coloniales, que lo han sujetado durante más de tres siglos, y esa gloria recaía primordialmente en un joven de veintinueve años, que era la edad que Sucre tenía en Ayacucho” (Uslar Pietri, 1972: 169).
La creación de Bolivia y su primer presidente (1825-1828)
Después de la victoria de Ayacucho Bolívar le ordena a Sucre seguir hacia el Alto Perú: región aislada con características propias de tal significación que resultó lógica la creación de una República. Además, la jurisdicción de la zona la ejercía tanto Argentina como Perú sin que se avizorara una solución negociada y, como añadido, era un reducto realista a vencer definitivamente. En medio de este contexto, al mariscal Sucre le pareció viable la conformación de una asamblea en Chuquisaca y esta se reunió y optó por declararse independiente el 6 de agosto de 1825.
El primer nombre que escogieron fue el de Bolívar, pero el diputado y presbítero Manuel Martín Cruz dijo que “si de Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia” y a todos les pareció convincente, incluido al propio Libertador, a la distancia, quien a partir de ese momento se sintió comprometido hondamente con aquella contribución definitiva a la eternidad de su gloria. De hecho, desaparecida Rodesia (Cecil Rhodes), dividida en Zambia y Zimbabue, los tres únicos Estados del mundo que llevan por denominación un apellido son Arabia Saudita, Colombia y Bolivia y, que sepamos, el único Estado cuyo nombre alude a otro es Venezuela.

“La precocidad de Sucre es proverbial. Hemos recorrido 35 años de un hombre que muere cuando ni siquiera se acerca a la madurez y tiene una hoja de servicios asombrosa”
De tal modo que la República de Bolivia dio sus primeros pasos y la Asamblea Constituyente le encargó a Bolívar la redacción de la primera Constitución. Entonces, el centralismo del Libertador y su horror a la anarquía le llevaron de la mano a redactar una carta magna que establecía la Presidencia Vitalicia del designado y la posibilidad de que este escogiera a su sucesor. Como era de esperarse, los neogranadinos formados en el pensamiento liberal se opusieron por la impronta monárquica de la propuesta, ya que era un contrasentido haber hecho la guerra a la monarquía española para venir a instaurar una propia. Esto ocurrió cuando Bolívar propuso implantarla en Colombia, cosa que no logró, obviamente.
No obstante la oposición que fue hallando en el camino, Bolívar hizo aprobar su Constitución y designó a Sucre Presidente Vitalicio, pero este caballero aceptó ejercerla por dos años, siempre en consonancia con la extraña relación que tuvo el cumanés con el ejercicio del poder. Por cierto, basta leer las cartas de Sucre a Bolívar en estos dos años para comprobar cómo sufrió con los incesantes disparates de Simón Rodríguez, a quien Bolívar le había enviado a Bolivia a poner en práctica sus teorías educativas. Pero este fue uno de los problemas que tuvo que enfrentar Sucre, abundaron otros.
Su presidencia desde Chuquisaca, entonces denominada Sucre en su honor, estuvo signada por no pocos acontecimientos. Entre ellos, un intento de asesinato de Sucre en el Motín de Chuquisaca, el 18 de abril de 1828, junto con sus esfuerzos en distintas áreas: caminos, educación, correos, policías, hacienda pública, hospitales, escuelas, justicia, minería, agricultura, entre muchos otros temas urgentes para un Estado en formación. Además, en 1827 tuvo que enfrentar el intento de peruanos y bolivianos por volver a la situación anterior a la creación de Bolivia.

En medio de toda esta circunstancia apremiante al mariscal Sucre le quedó tiempo para engendrar dos hijos. Uno con Rosalía Cortés llamado José María (1826) y otro con María Manuela Rojas llamado Pedro César (1828). Con motivo de la invasión de los peruanos, Sucre estuvo temporalmente separado de la presidencia hasta que regresó a Chuquisaca a entregarla ante el Congreso reunido el 2 de agosto de 1828. Entonces, le había cumplido a Bolívar y ansiaba irse a Quito, donde lo esperaba su mujer, Mariana Carcelén, marquesa de Solanda, con quien se había casado por poder el 25 de enero de 1828.
Las cartas entre Sucre y Bolívar en estos años dan cuenta de su espíritu e intereses. El 27 de marzo de 1826 le dice a Bolívar: “Después de meditar mucho sobre lo que debo hacer me parece que lo mejor es que Ud. me permita ir a Europa a viajar e instruirme por dos o tres años, en que estudiaré mucho y volveré el año 29 (en que Ud. será reelegido Presidente de Colombia) para trabajar mucho, mucho por nuestro país al lado de Ud. Ahora estoy cierto que mi inexperiencia va a desacreditarme aquí. Yo no haría ni este viaje a Europa que proyecto si no fuera por el deseo de volver a servir al lado de Ud., pues de otro modo desde ahora mismo me iría a mi vida privada que es el objeto de mi vehemente deseo” (Sucre, 1981:293).
El 6 de junio de 1826, Sucre vuelve a escribirle a Bolívar desde Chuquisaca. Afirma: “Confieso que tiemblo con la idea de mandar ningún pueblo, y mucho más si Ud. se aleja; pero aunque tenga que forzar mis inclinaciones y mi carácter, aunque tenga que comprometerme, aunque esté aburrido con el mando, si Ud. quiere o me exige que me quede, ¿qué hacer? Me estaré en Bolivia como Ud. desea; pero le suplico que mi permanencia aquí no pase de este año y el que viene: en ese tiempo no perderé un momento para plantear la Constitución y las leyes” (Sucre, 1981: 305).

“Suscribo palabras de Uslar Pietri sobre su personalidad: ‘Tenía un valor sereno, una inteligencia sumamente lúcida, un desprendimiento en grado heroico”
Asombrosa confesión, sobre todo si consideramos que Simón Bolívar previó en su Constitución de Bolivia de 1826 la presidencia vitalicia y hereditaria. ¡Qué ironía! Era obvio que Antonio José de Sucre no quería estar allí, y así se lo repite a Bolívar en carta del 4 de septiembre de 1826. Afirma: “Hablando de la Presidencia Ud. me aconseja que admita la de Bolivia si me la dan; y yo creo que desde que la acepte vitalicia, pierdo mucho de la opinión de que yo gozo, y que esto redundaría contra el país en su arreglo; además yo no la quiero. Pensaré qué partido tome; por ahora sólo se me ocurre, si me la confieren, decir que la aceptaré con tal de que se permita renunciarla el año 28 en el Vicepresidente que apruebe el primer Congreso constitucional. Así creo que saldré bien de todo” (Sucre, 1981: 314).
Y, en efecto, así lo hizo. Renunció en 1828 y se fue a Quito a experimentar la vida privada con su esposa y una niña que estaba por nacer. Todo un caso de estudio el mariscal Sucre: le entregaban el poder en bandeja de plata y estaba soñando con el momento de entregarlo de vuelta. Rara avis.
El 30 de septiembre de 1828 Sucre llega a Quito a su casa con Mariana Carcelén, y sale de nuevo a pedimento de Bolívar en enero de 1829. Tres meses apenas estuvo en su soñada vida doméstica. Las exigencias de la guerra tocan la puerta. Es necesario enfrentar a los anti-bolivarianos en el sur de Colombia.
Entre Quito y Bogotá (1828-1830)

José María Obando se alzó en Popayán y se le sumó José Hilario López y ambos estimularon a José de La Mar, al frente de Perú, para que la emprendiera en contra de Bolívar. Este, por su parte, se mueve de Bogotá hacia el sur a parlamentar con Obando y lo convence de que deponga las armas. Llegan a un acuerdo. Mientras tanto, el 27 de febrero de 1829 el mariscal Sucre y Juan José Flores derrotan a José de La Mar y Agustín Gamarra en el Portete de Tarqui, cerca de Cuenca, hoy Ecuador.
Los peruanos habían invadido a Colombia en oposición a Bolívar. Como vemos, se había abierto la Caja de Pandora y los demonios oposicionistas al centralismo bolivariano estaban sueltos. De hecho, ya Gamarra había obligado a Sucre a renunciar a la Presidencia de Bolivia en 1828, por más que Sucre no pensaba estar al frente de ella más allá de este año. La descomposición del mapa bolivariano se generalizaba.
Antes de partir hacia el sur, el Libertador Presidente dispuso que las elecciones para un Congreso Constituyente se celebraran en julio de 1829 y la instalación en enero de 1830. Así, le ponía fecha de caducidad a su dictadura, desdiciendo a los que creían que pretendía perpetuarse con poderes extraordinarios. Bolívar no perdía el sentido de la realidad y era evidente que su gobierno fuerte, lejos de poner orden y acabar con la anarquía que tanto temía, estaba haciendo aguas por todas partes. A la rebelión anti-bolivariana se va a sumar el general Córdova.

“El 6 de junio de 1826, Sucre vuelve a escribirle a Bolívar desde Chuquisaca: ‘Le suplico que mi permanencia aquí no pase de este año y el que viene: en ese tiempo no perderé un momento para plantear la Constitución y las leyes’”
El Congreso Constituyente convocado por Bolívar se reúne a partir del 2 de enero de 1830 en Bogotá. El Libertador Presidente se presenta el 15 de enero seriamente resentido de salud, así lo confirman diversos testimonios directos. Impone al mariscal Sucre como Presidente del Congreso y al Obispo de Santa Marta, José María Estévez, como Vicepresidente. Curiosamente llamó “Congreso admirable” a la asamblea que tuvo poco de ello, sobre todo para él, que acudió en medio de la mayor amargura. Así se reflejó en su discurso de renuncia de la Presidencia y de abandono de la vida pública. Designa a Domingo Caicedo como Presidente interino y se va. Concluye el discurso, afirmando: “¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la Independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás” (Bolívar, 1990: 106-110).
La muerte en Berruecos (1830)
El mariscal Sucre comprende que su trabajo al lado de Bolívar pasa por un cono de sombra y decide regresar a Quito con su esposa. Parte de Bogotá hacia Quito sin tomar el camino de Buenaventura, que lo llevaría por el océano Pacífico a Guayaquil, si no por el terrestre, que forzosamente lo lleva por Popayán y Pasto, zona históricamente anti-bolivariana y pro-realista. Fue asesinado de cuatro balazos muy cerca del bosque de Berruecos la mañana del 4 de junio de 1830, cuando iba por la espesura con una comitiva reducida, menos de 10 acompañantes.
Sobre los autores materiales no hay duda: Apolinar Morillo, José Erazo, Juan Gregorio Sarría, Juan Cuzco, Andrés Rodríguez y Juan Gregorio Rodríguez, una combinatoria de guerrilleros, mercenarios y gente de mal vivir. Sobre los autores intelectuales, en 1839 se hizo preso a Erazo por otros motivos y se interrogó a Morillo, quien confesó que actuaban por instrucciones del general José María Obando, que formaba parte del grupo de enemigos políticos del Libertador. También, se cuenta con cartas que incriminan como sospechoso al general Juan José Flores, quien tenía interés particular en que Sucre no regresara a Ecuador a disputarle su liderazgo, pero no está entre los sentenciados en el juicio. Además, todo indica que el general José Hilario López integró la conjura. En cualquier caso, es evidente que se trató de un asesinato de móviles políticos, perpetrado por los enemigos de Bolívar, que veían en Sucre su legítimo sucesor.

Sobre este hecho han corrido ríos de tinta. Algunos buscan inclinar la balanza hacia Flores, otros hacia Obando. De acuerdo con lo investigado, el contratista directo de los autores materiales fue Obando, pero tanto Flores como López estaban de acuerdo, según se desprende de misivas que los comprometen. Morillo fue ejecutado en la Plaza Mayor de Bogotá en 1842, mientras los otros autores materiales e intelectuales corrieron con mejor suerte o murieron antes del juicio. Si el bolivarianismo contaba con un sucesor de altos quilates, esa perspectiva quedó en un camino boscoso entre Colombia y Ecuador, con apenas 35 años de existencia. Fue la puntilla para los quebrantos de Bolívar, entonces en la costa buscando un destino europeo, pero envejecido y batallando con una severa afección pulmonar.
El concepto que Bolívar tenía de Sucre, como es sabido, era altísimo. En carta del 9 de febrero de 1825 a Francisco de Paula Santander, afirmaba: “Cuanto más considero al gobierno de Ud. tanto más me confirmo en la idea de que Ud. es el héroe de la administración americana… La gloria de Ud. y la de Sucre son inmensas. Si yo conociese la envidia los envidiaría. Yo soy el hombre de las dificultades; Ud. es el hombre de las leyes y Sucre el hombre de la guerra” (Bolívar, 1950: 79-80)
Ciertamente, las victorias militares de Sucre fueron redondas y Bolívar tenía en alta estima su magnanimidad con los vencidos y su don de gente, así como su notable modestia. En verdad, Sucre es un personaje excepcional en muchos sentidos: sus virtudes destacaban particularmente por su civilidad. La precocidad de Sucre es proverbial. Hemos recorrido 35 años de un hombre que muere cuando ni siquiera se acerca a la madurez y tiene una hoja de servicios asombrosa.

“Sobre Sucre en Ayacucho, afirma Arturo Uslar Pietri: ‘La capitulación de Ayacucho (…) lleva estampada la firma de Sucre. Esa es, en realidad, la que pudiéramos llamar el acta final y definitiva de la emancipación del mundo americano del dominio de los grandes imperios coloniales’”
Ningún otro prócer de su tiempo tuvo el respeto de Bolívar en las magnitudes en que lo detentó Sucre. En carta del 21 de febrero de 1825 se lo dice expresamente: “Ud. créame general, nadie ama la gloria de Ud. tanto como yo. Jamás un jefe ha tributado más gloria a un subalterno” (Sucre, 1974: 138). Además de que la merecía, sin la menor duda, uno puede advertir una identidad de origen entre ambos. Así comienza la micro-biografía que El Libertador escribió del mariscal Sucre, aludida antes: “El General Antonio José de Sucre nació en la ciudad de Cumaná, en las provincias de Venezuela, el 3 de febrero de 1795, de padres ricos y distinguidos” (Bolívar, 1974: 41). Era su sucesor, por eso lo asesinaron.
Suscribo palabras de Uslar Pietri sobre su personalidad: “Tenía un valor sereno, una inteligencia sumamente lúcida, un desprendimiento en grado heroico, que más tarde pudo manifestarse en plenitud, y una formación de ingeniero y de técnico que le daba una superioridad sobre la mayor parte de sus conmilitones en la lucha de la Independencia” (Uslar Pietri, 1974: 168). Tan solo añado que su magnanimidad con los vencidos es singular en nuestra historia, y que su desapego por el poder es un caso extrañísimo entre nosotros. Ambas conductas, magnanimidad y desapego, hacen de Sucre el prócer más raro de todo nuestro proceso independentista.
Dejemos que sus palabras hablen en el Mensaje en que entrega la Presidencia de Bolivia, el 2 de agosto de 1828, una pieza digna de aplausos prolongados. Afirma: “Para alcanzar aquellos bienes en medio de los partidos que se agitaron quince años y de la desolación del país, no he hecho gemir a ningún boliviano; ninguna viuda, ningún huérfano solloza por mi causa; he levantado del suplicio porción de infelices condenados por la ley, y he señalado mi gobierno por la clemencia, la tolerancia y la bondad” (Sucre, 1974: 205). Aquí está Sucre. De pies a cabeza.

Bibliografía:
-Arraiz, Antonio (1948). Vida ejemplar del Gran Mariscal de Ayacucho. Caracas, Librerías Las Novedades.
-Bolívar, Simón (1974). “Resumen sucinto de la vida del general Sucre” en Sucre a través de sus escritos. Caracas, Fundación Eugenio Mendoza.
–Obras Completas (1950). La Habana, editorial Lex.
-Butrón Gómez, Milagros y PALOMINO SALGUERO, Francisca (1998). Antonio José de Sucre. El delfín de Bolívar. España, Anaya, Biblioteca Iberoamericana.
-Lara, Jorge Salvador (1994). Breve historia contemporánea del Ecuador. México, Fondo de Cultura Económica.
-Silva Aristeguieta, Alberto (2005). Antonio José de Sucre. Caracas, BBV N°19, El Nacional-Banco del Caribe.
-Quintero, Inés (1998). Antonio José de Sucre. Biografía política. Caracas, Academia Nacional de la Historia.
-Rumazo González, Alfonso (1963). Sucre. Gran Mariscal de Ayacucho. Biografía. Madrid, Editorial Aguilar.
-Sucre, Antonio José de (1981). De mi propia mano. Caracas, Biblioteca Ayacucho N°90.
–Sucre a través de sus escritos (1974). Caracas, Fundación Eugenio Mendoza.
-Uslar Pietri, Arturo (1972). Valores humanos. Madrid-Caracas, editorial Edime.