¿Qué tienen en común Danilo Anderson, Robert Serra, Eliécer Otaiza y Carlos Lanz? Probablemente nada en realidad, aun cuando los cuatro deliraron por Hugo Chávez, abrazaron la Revolución Bonita y terminaron sus vidas de una manera dramática, truculenta, incluso macabra. Lo otro que los une es su ascensión automática al empíreo chavista al hacerse acreedores de un pasaporte expedido por la autoridad correspondiente: les ha abierto un sitio a la vera del comandante eterno. Al referir sus hagiografías no habrá pecado alguno sino puro sentimiento patriótico: nadie mencionará extorsión ni perversión sexual ni drogadicción ni asociación para delinquir alguna. Nada de eso.
De los cuatro, el más viejo era Carlos Lanz, el secuestrador principal del industrial norteamericano William F. Niehous en 1976. De ese hecho riesgoso y a la postre fracasado vivió su leyenda o lo más parecido a una leyenda que pueda caracterizar a un individuo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN).
En este caso de Lanz debe tomarse en cuenta:
- La cultura de la violencia.
- La puesta en escena de la viuda negra.
- El teatro o la teatralidad en general.
Sobre el primer punto: desde los comienzos de su mandato todo el mundo vio que al comandante Chávez le tenía sin cuidado el delito; lo justificaba, incluso. En cierto momento, sociólogos y criminólogos hablaban de las múltiples formas del secuestro exprés, una verdadera industria criminal que afectaba más a las clases pobres que a las pudientes; pero no se llevaban estadísticas, más bien se cerraban las puertas de la Policía a los medios de comunicación. Se sabía o se calculaba que podía haber 16 veces más delitos que lo que registraban las estadísticas oficiales; no había ningún control de armas ni de municiones y en los tiroteos podían detectarse, una vez calmado el sector, hasta 300 casquillos de diferentes calibres: todos fabricados por Cavim. ¿Cómo era posible que una entidad estatal permitiese que sus municiones llegaran tan fácilmente a los grupos delictivos?
Desde los comienzos de Chávez se hablaba de policías que toman la ley por su propia mano, actitud que más tarde sería avalada por los propios miembros de las comunidades. Eliminar delincuentes, o supuestos delincuentes, a mansalva, se convertiría poco después en política de Estado, con los operativos de las OLP. Venezuela se iba convirtiendo en el país de los linchamientos y de los asesinatos en los que el occiso presentaba 40 o 50 orificios de bala. El país del retardo judicial y de las cárceles dominadas por pranes, en vías de privatización total o parcial. Iris Varela sería nombrada ministra del sector. Las mujeres representantes de la Confraternidad Carcelaria, una ONG reconocida internacionalmente que atiende a reos y los alimenta y educa en lo posible, denunciaron en 2009 que por parte del sector oficial ni una sola entidad se ocupaba de la atención al expresidiario: quienes cumplen su condena y salen a la calle deben arreglárselas por sí mismos, sin asistencia para su reinserción en la sociedad.
Iris Varela le hizo la vida imposible a la Confraternidad Carcelaria. Mientras tanto, Chávez no hablaba de estas cosas en sus maratónicas peroratas. Chávez comparaba a Iris Varela con la Madre Teresa de Calcuta.
Entre 1997 y 2007 fueron asesinados en Venezuela 72 activistas de los Derechos Humanos. Esa sola cifra hubiese ameritado un debate público nacional, pero no sucedió nada en Venezuela.
La cultura de la violencia se fortaleció con Chávez, fuese por la razón que fuese al máximo líder le venía bien un clima de incertidumbre, cierto temor del ciudadano frente al otro, fuera el vecino de enfrente o el motorizado que reparte pizzas o el representante de algún colectivo en su barrio. De allí a las territorialización de los espacios para otorgar autoridad a la delincuencia. De allí a la exportación de los megaclanes a países vecinos. En un país que se va construyendo de ese modo, conseguir a un Glenn Castellanos debe ser pan comido.
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El 10 de julio del 2022 compareció en televisión la señora Mayi Cumare, exdirectora o presidenta del Ince del estado Aragua. Al Ince, por no dejar, el gobierno chavista le agregó una “s” de socialista. La señora Cumare al parecer acumuló, paradójicamente, un buen capital en ese lugar socialista, parte del cual lo utilizó para contratar a unos sicarios que la rondaban o que tenía cerca, por decirlo de una manera pudorosa. Uno de esos sicarios, o el líder que subcontrató a otros, fue Glenn Castellanos.
La performance de la señora Cumare en el vídeo que presenta el poeta Tarek William Saab, fiscal general de la República, es de antología: es la desnuda amoralidad de un personaje de la novela negra más negra -podría haber inspirado a James Ellroy- que transita desde su confesión como autora intelectual de un crimen espantoso al reconocimiento del propio fiscal que la inculpa y de la dependencia pública que determinará su destino. Es algo impúdico por ambas partes: para esta mujer por su actuación pero, sobre todo, resulta impúdica su vil utilización por parte del fiscal Saab, tan remilgado y diligente en este lance.
El episodio del vídeo evoca al general cubano Arnaldo Ochoa, de quien se dijo que, cuando lo llevaban camino del pelotón de fusilamiento, todavía lanzaba loas y vivas a la revolución y a Fidel Castro, precisamente el hombre que había ordenado su fusilamiento. Cumare dice que sí, que le propuso «una acción» a Glenn Castellanos (aunque no explica quién es exactamente el sujeto, ni siquiera lo explica inexactamente) y que tal acción consistía en desaparecer a Carlos Lanz. Ese es el verbo que utiliza la señora Cumare, desaparecer.
Agrega: «Castellanos me pide un dinero el cual le entregué y posteriormente el 8 de agosto del 2020 nos vimos aproximadamente a las diez y media de la mañana. Me notificó que ya había desarrollado la acción, utilizando como coartada la entrega de un libro». Hay que ser fiel al original y anotar que la señora Cumare no utiliza comas al hablar. Es de tener en cuenta que al escribir tampoco. Sí utiliza el punto y seguido de vez en cuando. Prosigue: «Paralelamente nosotros creamos el comité de búsqueda y liberación de Carlos Lanz (…) hasta que el Ministerio Público reactiva un conjunto de acciones que van depurando… un conjunto de hipótesis y se perfila una nueva investigación… lo cual nos arroja una línea telefónica (…)».
La línea telefónica que ha sido arrojada es de presumir que sea simplemente un pinchazo a su móvil, y la han debido pescar hablando con Castellanos o con algún otro sicario. Todo esto se lo da usted a James Ellroy y comienza a salivar en abundancia. Para quien desee la versión completa del vídeo, el fiscal venezolano ha puesto buen cuidado en difundirla por las redes.
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Todo lo que rodea este caso lleva manchas de teatro, pero lo teatral no empieza con Tarek W. Saab y sus ambiciones de aparecerse ante la Corte Penal Internacional como el garante de la pulcritud cívica y moral de un régimen presto a ventilar los crímenes aun cuando estos hayan sido cometidos en el propio seno de la armazón gubernamental. El teatro está, desde luego, en la señora Cumare velando hasta el final por sus hijas. Está en su campaña exigiendo la reaparición del marido ausente y acusando de plagio a la CIA o al Mossad. Lo teatral envuelve todo el caso y resulta muy patético. El venezolano de a pie nunca sabrá la verdad y nada más que la verdad, sino pedazos sueltos y atisbos de amañamientos. En todo caso, como dice el periodista Gregorio Salazar, es fácil imaginarse (resulta cosa factible dados los personajes involucrados) al excombatiente secuestrador amarrado de manos y pies, con un bozal de tela en la boca, sentado sobre un ladrillo, mirando desesperadamente cómo dos o tres tipos socavan el terreno de una finca para hacer un hueco donde echarán, finalmente, su cadáver.
Tal vez haya pensado que en algo se parecería al Che en su hora final, al Che tumbado en una chabola que hacía las veces de escuela en medio de un paraje rural, solitario, alejado de la grandeza de cualquier revolución. El Che, fusilado por un sargento en La Higuera, tiroteado por un don nadie, alguien que de tan joven o ignorante no sería capaz de discernir la grandeza de aquel a quien le quitaba la vida. ¿Acaso al Che no le cercenaron sus manos?
@sdelanuez
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