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25 abril 2024

La maqueta del Plan Voisin para la reconstrucción de París expuesta en el
Pabellón del Espirit Nouveau.

La vivienda: ethos venezolano

“La esencia inmanente de lo que somos al estar soslayada por el colapso material venezolano, se sitúa entre las ruinas de un país disfuncional y fallido y la posibilidad de un nuevo ethos con características diferentes”.

Coordinador: Ernesto Borges
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Edson Cáceres | 20 noviembre 2022

Cada tiempo convulso, local o global, exige a los pensamientos que lo vivencian unas respuestas concretas, historiográficas, para arrojar luces sobre el conflicto y llegar a una tentativa de solución. Vemos así que en el hiato entre las guerras que sufrió la antigua Atenas, fueron construidos como respuesta a las cuestiones bélicas los monumentos arquitectónicos que hoy señalamos como universales: el escultor Fidias y el general Pericles constituyeron el ethos plástico griego, el espíritu dórico.

Podríamos plantear el problema venezolano como el problema de la vivienda, el cual, al ser situado como cuestión filosófica y estética, responde al porqué de nuestro ethos(carácter) específico y particular, en virtud de la máxima materialista de que ciertas condiciones materiales generan un tipo definido de subjetividad, o lo denominado Gegenstand (lo objetivo).

La arquitectura, a decir de Charles Batteux, ocupa un lugar intermedio entre lo útil y las artes bellas, entre las artes serviles y las artes liberales; se debe esperar de la arquitectura lo que sirve: “es la necesidad la que la hizo nacer y el gusto lo que la ha perfeccionado” (Batteux, p. 3). “Las normas de la vivienda”, tal y como las perfila Le Corbusier (1998), entienden la función principal de la casa sujeta a las necesidades, i.e., una casa es “un abrigo contra el frío, la lluvia, los ladrones, los indiscretos. Un receptáculo de luz y de sol. Un cierto número de habitaciones dedicadas a la cocina, el trabajo, la vida íntima” (p. 89). Plantear el problema de la vivienda supone, fundamentalmente, responder con su función.

“Así como la construcción de una casa precisa de un plano, de la misma forma lo que somos exige un cierto telos, cuya realización depende, pues, de cada uno de nosotros”

Siendo allí entonces en donde Miguel Otero Silva desarrolla la visión del venezolano a través del (des)arraigo que confiere la casa. En Casas Muertas el tipo de carácter que produce la ruralidad de un pueblo olvidado por todos, que fenece paulatinamente entre enfermedades corporales y espirituales, es interpelado y constreñido por preguntas -muy familiares a nuestros contemporáneos, con nuestra experiencia de desgarro y los sentimientos orbitales de ser expatriados- límites y de origen: ¿Qué somos?, ¿adónde vamos?, ¿reconstruimos o reiniciamos? Ante la súbita verdad de “una casa muerta, entre mil casas muertas, mascullando el mensaje desesperado de una época desaparecida” (Otero Silva, 1995, p. 8) la respuesta, posterior a la vivencia de una violencia sostenida y de sentimientos de angustia, es irse: desarraigo.

Por otra parte, en Oficina N°1 nuestro autor plantea la vivienda en su nacimiento, ficción que hace de diagnosis a un tiempo real de la primera mitad del siglo XX venezolano; la formación de un caserío pujante instalado en torno a un yacimiento de petróleo “así fuese miserable y oscura la vida que se estaba defendiendo, [preferible] a la mansa espera de la muerte entre los caserones derrumbados de un pueblo palúdico” (Otero Silva, 1975). Naciendo un carácter vernáculo en el caserío con sueños de esperanza y mejoría, en el espíritu común de personas maltratadas en su deambular nómada: arraigo.

En el mismo tenor, la idea de un mundo mejor, edénico, está presente en los fundamentos aspiracionales europeos, en la teleología de la colonización. La tierra nueva descubierta indica un modus vivendi diferente bajo riquezas naturales inconmensurables. Tomás Moro en Utopía confiere a la vivienda un élan de felicidad suprema: “lo cierto es que no he hallado en ninguna ciudad nada que esté mejor acomodado, tanto para el provecho como para el deleite de los hombres” (Moro, 1971, p. 20) y también Voltaire, para quien El Dorado suponía la fuente material de todas las riquezas: “el país se veía cultivado tanto para el placer como para el sustento. Por todas partes lo útil era agradable” (Voltaire, 2019, p. 47).

La vivienda, como condición de posibilidad, ocupa el lugar centrífugo a partir del cual se reflexiona. La modalidad del habitáculo hace nacer el ethos particular de los habitantes; cierto tipo de casa genera un tipo específico de persona, una objetividad que construye una subjetividad. Por ello el llamado de Le Corbusier (1998) es a la transformación, cual impulso moderno, de “[ese] plano de la casa [que] rechaza al hombre y se concibe como guardamuebles” (p. 95).

El hombre moderno se aburre mortalmente en su casa y va al club. La mujer moderna se aburre fuera de su tocador y va a tomar el té. El hombre y la mujer se aburren en su casa, y van a bailar. Pero los humildes que no tienen club se amontonan por la noche debajo de la araña, temiendo circular bajo el dédalo de sus muebles que ocupan todo el lugar… (Le Corbusier, 1998, pp. 94-95).

Sin embargo, la “máquina de habitar”, aunque fiel a su función de herramienta, está atravesada por el barroquismo1 latinoamericano, a decir de José Rafael Herrera, bazar que posibilita todos los lugares y todos los tiempos. Es contra esta visión de solapamiento caleidoscópico, partes extra partes incoherentes, por la cual Le Corbusier plantea una uniformidad de sentido moderno arquitectónico; para él la casa así expuesta “mata el espíritu de familia, de hogar; no hay hogar, ni familia, ni hijos, porque es demasiado incómodo vivir” (Le Corbusier, 1998, p. 95).

Empero, esta necesidad de una modernidad arquitectónica pujante es un deseo inconcluso, atestiguado cual colosal ejemplo en El Helicoide, máxima expresión de nuestro qué somos y hacia dónde pudimos haber ido.

Erik Del Bufalo (2016) plasma lo anterior al decir que “El Helicoide fue una obra condenada a ser ruina anticipada” (p. 409) ya que “encarna la modernidad a la cual ningún presente respondió, quedando congelado en la eternidad de lo puramente posible” (p. 410). Esta imposibilidad está ligada a las proyecciones políticas irrealizadas por parte de la sucesión de gobiernos en un despliegue económico siempre diferente a sí mismo. El Helicoide es signo de “nuestra propia civilización que nunca conocimos y solo ese desconocimiento es nuestro fracaso moderno” (Del Bufalo, 2016, p. 411).

El fracaso de esta unión entre política y arquitectura, entre la forma vacua y desenfadada en que el populismo promete lo que sabe de antemano no va a llevar a su término, mediante los intentos de “redistribución económica esencialmente alcanzados con la renta petrolera” (Tell Aveledo, 2022), también tiene ejemplos contemporáneos con los proyectos de vivienda auspiciados por el gobierno de Hugo Chávez -Gran Misión Vivienda Venezuela- y su programa de comuna.

En el Aló Presidente Teórico N°2 Chávez presenta la realización de un proyecto de comuna asegurando que solo una “vivienda digna” lograría concretar la libertad de la familia y sus individuos, frente al “trato desigual, avivada de las élites que son indiferentes al cambio de vida que experimenta el ‘pueblo verdadero’” (Tell Aveledo, 2022). Este ethos socialista creado ex nihilo sujetaba a los habitantes beneficiados de ese proyecto a una fidelidad con el chavismo, en la tentativa de autonomía comunal o microgobierno –toparquía-. Para Chávez la comuna era base de lo político, social, moral, territorial y económico, por eso su insistencia populista en los últimos años de su gobierno a la instauración de tal proyecto. Asimismo, esta forma de hacer política cuenta con la posibilidad de que en el fondo nos haga cambiar la visión que se tiene de los actores políticos y sobre lo que se espera de lo público, sin falsas esperanza ni voluntades usurpatrices; que sea la oportunidad de desencantarnos frente a los sofismas y las ilusiones, tal como lo augura el profesor Tell Aveledo (2022): “acaso este shock populista sea el correctivo necesario para levantarnos de nuestra complacencia, y volver a calibrar la razón democrática con el sentimiento elitista”.

Si bien la propiedad entendida como ius utendi, fruendi et abutendi es enrarecida bajo los códigos y las dinámicas del capitalismo, la política expropiadora del chavismo más que otorgar su justa medida a la vivienda, la desmejoró usándola como parte de transacciones de fidelidad, sobre lo cual hoy vemos y se padecen sus previsibles consecuencias.

La esencia inmanente de lo que somos al estar soslayada por el colapso material venezolano, se sitúa entre las ruinas de un país disfuncional y fallido y la posibilidad de un nuevo ethos con características diferentes. Aunque el discurso público recurra a palabras como “renacer”, “despertar”, “reactivar”, lo cierto es que es una forma superficial, decorativa, de presentar y situar las características fundamentales del devenir del espíritu venezolano. Así como la construcción de una casa precisa de un plano, de la misma forma lo que somos exige un cierto telos, cuya realización depende, pues, de cada uno de nosotros.

(1)“El barroco, en efecto, es uno de los pilares esenciales y determinantes del desarrollo espiritual que le es inmanente al continente americano, dado que es el concreto armado, integral, con el cual aún se sigue fraguando la ancha base que sustenta el mestizaje de su cultura”, véase http://jrherreraucv2000.blogspot.com/2007/07/la-mirada-de-minerva.html

Referencias:
-Batteux, C. (s.f.). Las bellas artes reducidas a un mismo principio.
-Del Bufalo, E. (Enero-Junio de 2016). Proyecto Helicoide y los misterios de la modernidad venezolana.Cuadernos de Literatura, 20(39), 408-411.
-Le Corbusier. (1998). Hacia una arquitectura. Barcelona: Apóstrofe.
-Moro, T. (1971). Utopía. Madrid: Zero.
-Otero Silva, M. (1975). Casas Muertas. Seix Barral.
-Otero Silva, M. (1975). Oficina N°1. Seix Barral.
-Tell Aveledo, G. (13 de Noviembre de 2022). Populismo y democracia. La Gran Aldea.
-Voltaire. (2019). Cándido. Montevideo: Banda Oriental.

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