La propaganda está hecha para extender, difundir una idea o acción que conduzca a la captación de adeptos, militantes, creyentes. Para que sea efectiva debe tener un componente: la verdad. Aunque juegue con esta como lo hacen los populismos, o fenómenos como el nazismo, ¿qué les ocurrió a los alemanes que creyeron a Hitler? Una molesta pregunta que sigue vigente, porque la historia de los totalitarismos, lamentablemente, no se ha detenido.
El socialismo vive de la propaganda, el problema, para ellos, es que está hecha de mentiras, de verdades peligrosamente distorsionadas, crean abismos entre la realidad y los datos falsos sobre esta. En el artículo pasado, he llamado la atención sobre un hecho: la educación. Lo abordé desde dos tópicos fundamentalmente: el ingreso económico de los maestros o profesores y la crisis del gran proyecto educativo asociado a la democracia.
Digo crisis, para jugar con el lenguaje, pero en realidad es diseño. Diseñaron hacer de la educación un aparato de ideologización bajo la premisa pragmática dicha por los cuadros milicianos; registro que llevamos en uno de nuestros proyectos centrales sobre el chavismo, el Estado comunal y la posdemocracia, ellos lo plantean del siguiente modo: “no somos todos, no somos muchos, pero estamos donde tenemos que estar…”. Y es así, realmente lo es.
Desde nuestro reciente informe anual del Observatorio Convivium, me gustaría destacar unos hallazgos que se cruzan y que nos presentan la realidad de “la revolución bolivariana”, las tres estructuras comunales pragmáticas: Clap, consejos comunales y los jefes de calle, están presente en el 89, 81, 82% de la población estudiada, respectivamente, pero las RAAS se reconoce que tienen presencia en solo 14% de los lugares. Las RAAS, como lo indican sus siglas: Red de Articulación y Acción Sociopolítica, es una red fundamental para la ideologización.
Me pregunto, ¿qué sentido tiene tener un Clap que llega a un 89% de la población y, al mismo tiempo, tiene un rechazo porcentual de 93%? Llegan, reparten, pero no generan ni empatía ni adhesión. Entendemos desde aquí la conciencia de ser minoría, pero, al mismo tiempo, el hecho de haber penetrado el territorio.
Desde aquí vemos en la práctica la afirmación miliciana según la cual no son ni muchos ni todos, pero son suficientes para mantener el sistema. La vanguardia, los cuadros, los comprometidos constituyen el mejor modo de actuar. La lógica que sostiene el sistema es el de las minorías organizadas. La propaganda hace que la minoría se vea como mayoría, el problema, para ellos, es que no lo es, pero la ventaja es que se saben poder y se proyectan, con independencia de la adhesión. Un gran monstruo con pies de barro.
Esta lógica de difusión, de dispersión, de minoría diseminada por el país, es la que está marcando la desintegración del sistema educativo venezolano, el gran proyecto de la democracia.
En los tiempos de la democracia hubo un crecimiento excepcional de escuelas a lo largo del país, en el lugar menos pensado había una escuela nacional, en las zonas rurales con grandes distancias a recorrer para poder llegar a algún poblado, ahí te conseguías con una escuela pública; a pesar del bajo salario de los docentes (un defecto que hemos arrastrado siempre) aunque los maestros rurales gozaban de una bonificación mayor y algunos beneficios laborales que estimulaban su adhesión al sistema. Se ganaba poco, pero se respetaba la estratificación, el mérito, el trabajo por mejorar.
El valor de la escala, del escalafón, del trabajo que implicaba ganarse una ubicación mayor, sin regalo, sin homogeneidad, heterogénea por naturaleza, hacían que la educación fuera un ejercicio profesional estimulante, gratificante. Quisiera que esto se leyera sin idealización, sin perfección, en el marco de las grandes luchas gremiales.
Para llenar el país de escuelas se necesitaba de personal para hacerlo y se hizo, se logró, significa que teníamos el factor humano del lado de la educación, de la democracia. La educación ayudó a la convivencia social, abrió oportunidades, todos podían estudiar, la escuela se acercó a la comunidad.
“La educación es el aparato ideológico del Estado”, dicho así por Louis Althusser, está al servicio de cualquier ideología, ahora bien, sin educación se abona un buen terreno para la dominación. Controlar la educación como mecanismo de ideologización es una vía, pero eliminarla es otra posibilidad, o, por lo menos, reducirla, contraerla, ponerla al servicio de unos pocos, y que los muchos no sepan leer ni escribir, pero que tampoco tengan qué comer, que dependan de unos bonos que no rinden, pero que ante la pobreza no quede otro remedio que esperarlo dado que no hay trabajo. Se trata de un sistema que se ha propuesto la eliminación de la autonomía y la libertad de la persona, ambos asociados a la educación y al trabajo.
En las escuelas y liceos vemos deserción de estudiantes y docentes, mucho de los primeros se lanzan a la calle sin protección alguna, ni de la familia ni del Estado; pero es el Estado quien obliga la deserción, el “horario mosaico” y el sálvese quien pueda, obliga al docente a tomar la decisión de renunciar. Renuncia forzada por el sistema.
La vulnerabilidad del niño-adolescente-joven es un llamado de atención, al estar en la calle queda bajo el mando arbitrario de la banda de turno, son los observadores y, luego, aprendices de los que tienen el gobierno malandro.
Crece en la desolada periferia, en los cinturones de miseria, una nueva especie: el hombre nuevo de esta revolución. Lamentablemente, la descripción más cercana a esta novedad la hace “Marcola”, jefe de la banda carcelaria de San Pablo, Brasil, denominada Primer Comando de la Capital (similar al Tren de Aragua, megabanda internacional que nació en la cárcel de Tocorón). Leamos detenidamente este fragmento de la entrevista hecha a este sujeto:
“Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera… Estamos en el centro de lo insoluble mismo… Ya somos una nueva ‘especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. ¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja…! … mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. ¿Ustedes no escuchan las grabaciones hechas ‘con autorización’ de la justicia? Es eso. Es otra lengua. Está delante de una especie de post miseria”.
Sin trabajo no hay progreso, el régimen ha favorecido la miseria, y hoy lanza a los niños y jóvenes a la calle. Sin estudiantes ni maestros o profesores se produce lo inevitable: el cierre de las escuelas públicas. ¿Qué futuro podemos prever? El Estado tiene que garantizar la educación, por mucho esfuerzo que haga la ciudadanía, que hagan las comunidades por salvar este desastre, no podremos deshacer el mal. La Educación es un problema de Estado.
No hay propaganda que tape esta realidad: cierre de escuelas por falta de docentes. Sin embargo, como todos los desastres que deja a su paso este régimen de dominación, nos tocará enfrentarlo, encontraremos como pueblo, como comunidad, como ciudadanos, las vías para contener los terribles efectos que esto traerá a las futuras generaciones.
Continuamos en el próximo artículo, ¿de qué echaremos mano?
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*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita