¿Cómo nos vivimos comunidad en este momento? Es una pregunta que se abre y toma importancia inusitada en un contexto tan conflictivo como el venezolano. Lo primero a responder es qué entendemos por diálogo y cuáles son las condiciones de fondo que deben cumplirse para poder pensarlo y practicarlo.
En el ámbito político, social, comunitario, el diálogo es un intercambio de ideas que, al ser planteadas en grupo, busca producir una acción concertada que implique ceder intereses y poder en función de crear en común un camino hacia el entendimiento. Implica, en primer término, reconocimiento de las partes, respeto, escucha activa y disposición a cambiar y capitular.
En un diálogo todas las partes involucradas tienen las mismas exigencias y deben cumplirlas. ¿Por qué cumplirlas?, ¿qué pasa si una parte se ciñe a la norma y otra u otras no? Pasa que el encuentro que se pueda producir no es diálogo, puede ser una conversación o un chisme o un canal de información o una imposición, pero no un diálogo; para que lo sea tiene que haber pérdida de poder de las partes para concertar, para llegar a un acuerdo que siempre implica ceder.
¿Se puede producir un diálogo entre quienes no se reconocen como interlocutores o, por lo menos, una de las partes no reconoce la valía del otro? Este es el centro del argumento, aquí necesariamente tenemos que pensar en los sujetos y de qué modo estos dialogan. Continuamos con las preguntas, ¿somos una comunidad que dialoga? Entre nosotros y fuera de las determinaciones del poder del sistema que domina, sí lo hacemos, ¿qué implica?
Implica que estamos en un país que hay que pensarlo por capas, por grupos de personas con vivencias compartidas que ha venido recuperando de a poco los puntos de encuentro que fueron eliminados. Las comunidades populares, ocupadas por la fuerza del poder comunal se han venido recuperando, lentamente, de ese dominio y ha vuelto a reconstruirse en la externalidad de la dominación y en la intimidad de sus prácticas originarias.
Haciendo un poco de historia, el proceso de ocupación sistemático empezó con el establecimiento de los Consejos Comunales hacia el año 2006. Ese año fue significativo porque implicó la continuación de un proceso que inició en el año 2004 con el referéndum revocatorio a Hugo Chávez, primer momento en el que se vio en peligro la revolución y el poder.
El sistema tenía que radicalizarse y Chávez lo hizo a partir de dos prácticas muy útiles para el momento: desmantelamiento del Estado de Derecho y bienestar e implementación del Estado Comunal como una instancia jurídico-política paralela al Estado democrático-republicano.
El contexto fueron los años 2004 al 2007. Lo primero fue el diseño de las Misiones sociales que sustituyeron la noción y organización del Estado pensado desde el bienestar y el derecho, ya no se piensa ni actúa ni proyecta bajo las orientaciones de las políticas sociales ajustadas a derecho, sino desde programas inconexos con fines propagandísticos.
No es una novedad que este tipo de sistemas se sostengan en la propaganda, necesitan dispositivos que alimenten el discurso y esas fueron las Misiones. En este sentido, las Misiones se alimentaron del desmantelamiento del Estado, nada casual que dos años después, en el 2006, se aprueba la primera ley de los Consejos Comunales y, seguidamente, el año 2007 se propuso la reforma constitucional no aprobada por el país en el referéndum, pero implementada por Chávez a través de leyes habilitantes.
¿Qué implicaron todos estos cambios? Una penetración y ocupación de las comunidades, al punto que fueron sacando de ellas todas las organizaciones naturales, tradicionales, imponiendo las comunales. Quisieron romper desde dentro la noción de vecindad y así lo hicieron.
El chavismo y la noción comunal avanzaron durante una década 2004-2014, implicó vaciar a las comunidades de sus organizaciones propias e históricas, sin que implicara un éxito total. Se instalaron organizaciones paralelas. Nunca ha habido diálogo ni integración entre los dos mundos: el comunal y el comunitario. La imposición comunal ha venido fortaleciendo la práctica comunitaria de vivirse en la externalidad. Dos mundos sin reconciliación, dos mundos externos uno al otro ha venido conformando las comunidades que conocemos hoy.
Tuvimos años de mucha conflictividad y pobreza extrema, desde el 2014 al 2017. Grandes protestas, tomas de los espacios públicos en las principales ciudades del país, pero en paralelo la ocupación comunal avanzaba. Reacciones masivas ante la dominación y el sometimiento. Las comunidades se reorganizaron, a partir del año 2018, las protestas en las calles de la ciudad se ubicaron en las calles de las comunidades, en las calles de los barrios.
La base comunitaria y sus organizaciones propias fueron recuperándose tímidamente, al punto que lo comunal se mantiene por el poder de las armas y la coacción y no por el poder de la gente. Dado que el sistema de dominación no tiene a la gente, carece del verdadero poder.
Destaco algunos datos de nuestro informe semestral del Observatorio Convivium, que llevamos adelante desde el Centro de Investigaciones Populares, un adelanto antes de su publicación: hay dos signos importante en este semestre, las organizaciones comunales están perdiendo terreno y hay un leve aumento en las organizaciones de corte ideológico, de control y vigilancia comunales como las UBCH y las RAAS y, al mismo tiempo, disminuye significativamente la participación comunitaria en ellas; de un 31% registrado el año 2022, pasan a tener una cooperación del 18% que implica una caída de más del 58% de la participación.
En las preferencias por el CLAP ocurre el mismo fenómeno, el año 2022 tiene un rechazo del 92,7% y el primer semestre del año 2023 tiene un rechazo del 97,5%. Encontramos una comunidad que lucha por la autodeterminación y rechaza la dependencia. Hay mucha pobreza, pero también indignación y deseo de actuar desde el propio esfuerzo.
Las comunidades populares se sostienen en el diálogo, su diálogo, en la solidaridad, en un sistema de apoyo que funciona al margen del poder del Estado, se trata del poder de la vecindad. El poder de los sin poder.
Dialogamos en lo que nos identifica, en la vida que vivimos y en la historia real que compartimos, dialogamos en el reconocimiento mutuo, ahí no está el chavismo. En este sentido, el verdadero poder está fuera de los dispositivos, en las redes que los sostienen o que los destruyen. El poder que domina tiene los dispositivos, y las comunidades populares las redes. Estas redes ya no los sostienen.
¿Es un signo de estos tiempos que corren la transformación y la esperanza? En 15 días (cuando me toca escribir nuevamente) estaremos más cerca de uno de los hitos más importantes del momento: las elecciones primarias del 22 de octubre, en esa oportunidad hablaremos de lo que se vive y se siente en las comunidades, ¡hasta entonces!
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*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita