Poco después de que el grueso de la oposición retomara la “vía electoral” con su decisión de participar en los comicios regionales y municipales del año pasado, le cayó el primer balde de agua fría para recordarle cuán obstaculizada sigue esa senda: la anulación del triunfo de Freddy Superlano, candidato de la Mesa de la Unidad Democrática, en la contienda para la elección de Barinas, así como su inhabilitación para las elecciones que se repitieron. Sin embargo, el subsiguiente triunfo de su reemplazo Sergio Garrido, el cual el chavismo sí reconoció, dio un nuevo vigor a la aspiración de lograr el cambio político a nivel nacional únicamente mediante el voto.
A esa hazaña de Garrido se le dio un barniz épico de David contra Goliat. De ejemplo de lucha desde el corazón de los Llanos para Venezuela entera, en medio de la adversidad, como si de una nueva victoria en las Queseras del Medio, luego del severo revés en la Campaña del Centro, se tratara. En fin, el “caso Barinas” fue elevado como paradigma y modelo para una dirigencia opositora que desistió de sus planes antisistema. El objetivo, ahora, sería replicar esta fórmula ganadora en las elecciones presidenciales de 2024.
Pero un examen más atento a lo que ocurrió en los Llanos occidentales, incluyendo hechos posteriores a la toma de posesión de Garrido, arrojan resultados no tan color de rosa y marcan límites al carácter de la elección repetida como ejemplo para seguir. Ciertamente, la campaña de Garrido tuvo méritos y logros, pero también se debe señalar matices no tan positivos. Es lo que haremos a continuación.
Empecemos por lo bueno. Sin duda, Sergio Garrido emergió como un personaje de una película de Steven Spielberg. Es decir, un hombre corriente puesto de pronto en circunstancias extraordinarias. Antes, era un político relativamente poco conocido, quizá incluso en su propio estado. La alianza opositora solo lo eligió como candidato luego de que Superlano y otras opciones fueran inhabilitadas. Esto es un estado donde el chavismo ha contado históricamente con amplio apoyo popular genuino (aunque ha sido derrotado antes ahí), a lo que hay que agregar los vicios característicos del sistema electoral venezolano. Para colmo, Garrido tenía que motivar a una base opositora que acababa de ver cómo su voto era desechado por un Tribunal Supremo de Justicia comprometido explícitamente con el gobierno de Nicolás Maduro, lo que naturalmente podía desmoralizarla.
Y a pesar de todo esto, Garrido no solo ganó la elección, sino que además lo hizo con un margen considerablemente mayor al que tuvo Superlano ante su contrincante chavista. ¿Cómo lo hizo?, ¿puede la oposición aprender lecciones de su campaña? Sí puede, en materia de entusiasmar a las masas y motivar la participación en medio de circunstancias que han restado valor al voto. Para hacerlo, la comunicación de campaña de Garrido se apoyó en dos mensajes fundamentales. El primero consistió en enmarcar el esfuerzo por arrebatar al chavismo la Gobernación de Barinas dentro de una causa mucho mayor. A saber, el cambio político a nivel nacional. En tal sentido, la invocación de abstracciones axiológicas perdidas, como la democracia y la libertad, fue común.
El otro mensaje era mucho más concreto: denunciar la precariedad de servicios básicos (agua, infraestructura escolar, vialidad, etc.) y prometer mejoras. A primera vista, estos asuntos pudieran sonar demasiado puntuales y locales como para poder ser empleados en una elección nacional. Pero no es así, porque la centralización exacerbada de la política venezolana hace que el Gobierno nacional incida considerablemente en ellos, bien sea porque Miraflores asumió su control total o parcial, o porque las deja en manos de entes descentralizados a los que condiciona mediante el acceso a recursos. De hecho, estas cuestiones están entre las principales catalizadoras de movilización ciudadana en demanda de cambios. Los informes del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social dan fe de que en Venezuela sigue habiendo protestas a diario o casi diario, la mayoría de las cuales es por servicios públicos defectuosos. Un candidato que quiera usar eso a su favor tendría que articular el reclamo social con la posibilidad de un cambio político.
Hasta aquí lo bueno que deja el “caso Barinas”. Veamos ahora las limitaciones. Me parece que los juicios que tratan de establecer un paralelismo entre lo que hizo Garrido en su estado y lo que debería hacer un candidato presidencial opositor no tienen en cuenta la reacción diferente que cabe esperar del chavismo. Me explico. El chavismo puede prescindir de un gobierno regional. Puede incluso prescindir de la mayoría de los gobiernos regionales. Pero no puede prescindir del Gobierno nacional.
Como con casi todas las instituciones, la elite gobernante venezolana ha vaciado a las gobernaciones de poder real. No pueden tomar decisiones que contravengan los intereses de la elite. Y si caen en manos de la oposición, pues aplica la regla tácita descrita en la emisión pasada de esta columna. Queda claro ahora que el propio Garrido siempre lo supo. Tan pronto como tomó posesión de su cargo, su discurso de desafío a Miraflores dio un giro total para hablar de entendimiento y cooperación con el Ejecutivo Nacional (esta es por cierto la razón por la que, creo, el chavismo no permitió el triunfo de Superlano, pero sí el de Garrido; mientras que Superlano milita en Voluntad Popular, partido “cabeza caliente”, Garrido milita en Acción Democrática, cuyos gobernadores en Anzoátegui, Mérida, etc. ya habían demostrado compromiso a seguir la regla tácita).
Pero para aplicar todos estos mecanismos de control, el chavismo necesita una base. Esa base ha sido el Poder Público Nacional, y sobre todo su rama ejecutiva (Miraflores), de la que en teoría depende el elemento militar que es el principal pilar del régimen. Claro, estas son instituciones que el chavismo igualmente pudiera vaciar de autonomía en caso de perderlas electoralmente, pero sería una situación sin precedentes en nuestra era, reminiscente de la dictadura de Juan Vicente Gómez ejercida varias veces sin la presidencia. Pero es improbable que el chavismo quiera llegar a ese nivel de experimentación.
Por lo tanto, cabe esperar que la elite chavista no será tan flexible, como lo fue en Barinas, cuando el poder real esté en juego en unas elecciones presidenciales. Aunque ganar la elección y esperar que el chavismo lo reconozca sería lo menos costoso, la probabilidad de que tal cosa suceda es muy poca. De manera que un candidato presidencial opositor no debería llegar al día de la votación sin una estrategia para la defensa del voto en caso de desconocimiento de un resultado adverso por el poder. Ese plan requerirá de movilización ciudadana, lo cual muy probablemente implique riesgos. Pero tal es la dura realidad que le tocó a este país. Si no fuera así, estaríamos en democracia, y usted, estimado lector, no estaría leyendo esto.