El 9 de diciembre de 1902 la armada alemana e inglesa bloquean el Puerto de La Guaira; el 13 bombardean Puerto Cabello; el 17 se apostan frente a la fortaleza de San Carlos en la barra del Lago de Maracaibo; un buque italiano fondea en la desembocadura del Orinoco. La reacción inmediata de Cipriano Castro fue contundente. Le pidió al historiador Eloy González que redactara una proclama repeliendo el bloqueo, en ella puede leerse, el 9 de diciembre de 1902, la famosa frase: “¡La planta insolente del Extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria!”. Romanticismo puro, pero eficiente.
El efecto inmediato del bloqueo fue la galvanización de las diversas fuerzas nacionales alrededor de Castro, incluso las de quienes lo adversaban. No obstante el apoyo recibido, el conflicto no va a resolverlo el presidente de Venezuela, sino el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, presidido por Teodoro Roosevelt, ya que el episodio era un tema perfecto del derecho internacional público, y el gobierno norteamericano invocó la Doctrina Monroe, concebida por el presidente de los Estados Unidos en 1823, James Monroe, según la cual “América para los americanos”; también suponía que Europa era para los europeos. En otras palabras: si alguna potencia europea intentaba invadir territorio americano, los Estados Unidos la enfrentaría y, por otra parte, los Estados Unidos jamás intentarían invadir algún territorio europeo o de su zona de influencia.
Sobre la base de esta doctrina, Castro aceptó o invocó la intervención de los Estados Unidos para la solución del conflicto, y así fue. El 13 de febrero de 1903 se firmó el Protocolo de Washington por parte de Herbert W. Bowen, autorizado por el gobierno de Venezuela, y Michael H. Herbert, embajador del Reino Unido en los Estados Unidos de Norteamérica. En el Protocolo se establece literalmente que Venezuela se obliga a: “Ceder con este objeto en favor del Gobierno Británico, principiando desde el 1º de marzo de 1903, el treinta por ciento en pagos mensuales de los ingresos aduaneros de La Guaira y Puerto Cabello, que no podrán ser destinados a otros objetos”. Firmado el documento las naves europeas abandonaron nuestras costas y cesó el episodio del bloqueo. Investigaciones recientes revelan que Alemania había proyectado una situación más permanente de sus tropas en Venezuela, llegando incluso a concebirse una suerte de dominio permanente. Sin embargo, el tema era internacional, y Roosevelt, que al parecer conocía estos planes, no podía permitir que potencias europeas intervinieran en territorio del continente americano.
El episodio del bloqueo afianzó a Cipriano Castro en el poder, e incluso le permitió incorporar al Mocho Hernández a su gobierno de nuevo. Lo designó embajador de Venezuela en Washington. Los hechos le allanaron el camino a Castro y, por ello, se empeñó en la reforma de la Constitución, aprovechando el viento a favor.
“Como presidente de la República para el sexenio de 1905 a 1911 (…) viene a consolidar lo que antes era una tendencia: que el presidente de la República de turno se mandaba a confeccionar una Constitución Nacional como si fuera un traje a la medida, para perpetuarse en el poder”
Castro se ocupa entonces del hipotético tema petrolero y comienza por el Código de Minas de 1904 y, particularmente, la Ley de Minas de 1905 y su Reglamento de 1906, con los que se otorgaron nuevas concesiones, dado el poder absoluto del Ejecutivo Nacional, que podía otorgarlas sin mediar la autorización del Congreso Nacional. Esta Ley de 1905 le dio altísima discrecionalidad al Poder Ejecutivo en el otorgamiento de las concesiones. Entonces, se firman las siguientes: a José Antonio Bueno en Delta Amacuro (1906); Manuel Revenga en Zulia (1906); a Andrés Jorge Vigas en el Distrito Colón de Zulia por dos millones de hectáreas (1907); a Antonio Aranguren por un millón de hectáreas en los Distritos Bolívar y Maracaibo en Zulia (1907); a Francisco Jiménez Arráiz por medio millón de hectáreas en los Distritos Zamora y Acosta de Falcón y Silva de Zulia (1907); a Bernabé Planas medio millón de hectáreas en el Distrito Buchivacoa de Falcón (1907). Estas serán, como vemos, las principales concesiones castristas, las gomecistas comienzan a otorgarse a partir de 1909.
Constitución Nacional de 1904
Sobre la base de la Constitución Nacional de 1901, Castro había sido electo para gobernar por seis años, entre 1902 y 1908, sin reelección. No obstante, la Constitución Nacional promulgada el 27 de abril de 1904 suspende el período vigente y modifica el sistema de elección; ya no será a través de los Concejos Municipales sino de un grupo de catorce electores, similar al de Antonio Guzmán Blanco, y así se elige a Castro como presidente de la República para el sexenio de 1905 a 1911. Este episodio, ya descarado, viene a consolidar lo que antes era una tendencia: que el presidente de la República de turno se mandaba a confeccionar una Constitución Nacional como si fuera un traje a la medida, para perpetuarse en el poder. No han pasado tres años de la Constitución de 1901 y Castro ya modifica el período a su favor con la de 1904. Además, sobre la base del nuevo texto constitucional, designa a dos vicepresidentes de la República: Juan Vicente Gómez y José Antonio Velutini.
El principio del fin
Consolidado en el poder, Castro se entrega con mayor fruición a la alegría de vivir. Entonces en la prensa comenzaron a llamarlo “el bailarín eléctrico”, por sus dotes para la danza desenfrenada. Su actitud festiva contrastaba con la del vicepresidente Gómez, quien llevaba una vida rutinaria y alejada de ruidos. De pronto, Castro comenzó a desconfiar de su compadre Gómez y le tendió una trampa, pero Gómez la advirtió con tiempo y no cayó en ella. La trampa consistió en que Castro de manera imprevista le cedió el poder al vicepresidente Gómez, con la secreta aspiración de que este intentara quedarse con él y no devolvérselo; pero Gómez se lo devolvió una vez que los seguidores de Castro, a través del Congreso Nacional, organizaron un regreso apoteósico que llamaron “La Aclamación”. Gómez permaneció fiel a su jefe y, en esta oportunidad, no se quedó con el mando, logrando deshacer las sospechas que pesaban sobre su persona, sin caer en la celada que su jefe le había tendido. La estratagema de Castro recuerda a la de otro Castro, Julián, quien hizo algo parecido, como vimos en anterior oportunidad.
Muy pronto Cipriano Castro enferma de los riñones y es operado de emergencia en Macuto, en febrero de 1907. La enfermedad despierta apetencias en distintos actores, y se activan varias conspiraciones: una en contra de Gómez por parte del círculo castrista que lo adversa; otra por parte de los exiliados, que ven en el general Antonio Paredes la persona indicada para invadir a Venezuela y derrotar a las fuerzas de Castro, cosa que intenta, pero al fracasar es apresado y fusilado, en abierta violación del marco constitucional; y otra, lenta y más segura, que adelanta el propio Gómez en secreto. Lo primero que hace Gómez es pulsar al gobierno de los Estados Unidos, a quien por interpuesta persona le consulta sobre la aceptación de un golpe de Estado que él le daría al presidente en funciones. La respuesta fue positiva: era cuestión de tiempo.
“El 19 de diciembre de 1908 el general Gómez, vicepresidente de la República, le da un golpe de Estado a su compadre. No encuentra resistencia a sus pretensiones en el Ejército, ya que lo controlaba desde hacía años”
La oportunidad llegó a partir del 24 de noviembre de 1908 cuando Castro se embarca en La Guaira rumbo a Alemania, donde será intervenido quirúrgicamente por un gran especialista en el sistema renal. El 19 de diciembre de 1908 el general Gómez, vicepresidente de la República, le da un golpe de Estado a su compadre. No encuentra resistencia a sus pretensiones en el Ejército, ya que lo controlaba desde hacía años, y recibe el inmediato apoyo de los Estados Unidos, desde donde envían un comisionado que llega muy pronto a Caracas a reconocer al gobierno naciente de Gómez.
Por su parte, el calvario de años que sufriría Castro está por comenzar. Murió en el exilio, en Puerto Rico, en 1924, después de haber pasado todo tipo de vicisitudes que comienzan en Berlín, donde es operado, y continúan en Trinidad, Martinica, París, Tenerife, siempre buscando aglutinar una fuerza armada que intentara penetrar en el territorio nacional y le devolviera el poder.
En los mismos intentos viaja de nuevo a Berlín en 1912, de allí pasa a Nueva York en 1913, después a Cuba, Washington y vuelta a Trinidad, donde estará entre 1913 y 1916. Este año regresa a Nueva York, siempre con la tarea infructuosa de buscar apoyos diplomáticos para la recuperación del mando. En 1917 está de vuelta en Trinidad. Al año siguiente se muda a Puerto Rico, donde fallece en 1924, sin haber logrado sacarse la espina de haber perdido el poder y recuperarlo de las manos de quien le había dado un golpe de Estado en 1908: su compadre, Juan Vicente Gómez Chacón.
Durante dieciséis años deambuló por Europa, los Estados Unidos y el Caribe aquel hombre pequeño, a quien apodaban “el bailarín eléctrico”, intentando regresar al poder en su país, de donde se había ido de viaje por razones médicas a los 50 años, y jamás pudo regresar; falleciendo a los 76, minado por el desencanto de abrigar sueños imposibles. Un personaje de una tragedia griega, y a ratos de una opereta. Corajudo era, y empecinado también, pero su gobierno fue un catálogo de arbitrariedades y de escasa sindéresis.
Bibliografía:
-Harwich Vallenilla, Nikita (1991). Asfalto y revolución. La New York and Bermúdez Company. Caracas, Monte Ávila Editores.
-García Ponce, Antonio (2006). Cipriano Castro. Caracas, BBV N°30, El Nacional y Banco del Caribe.
-Picón Salas, Mariano (1953). Los días de Cipriano Castro. Caracas, Biblioteca Básica de Cultura Popular.
-Polanco Alcántara, Tomás (1990). Juan Vicente Gómez, aproximación a una biografía. Caracas, editorial Grijalbo.
-Sullivan, William M (2013). El despotismo de Cipriano Castro. Caracas, Trilobita y Academia Nacional de la Historia.