Víctor Davalillo llegó a los Tigres de Aragua en 1976 repartiendo batazos. El cambio desde Leones era algo que no esperaba y que él hubiese preferido que no sucediera; pero así es la vida y la función debe continuar. Tenía 36 años y con su nuevo equipo pudo demostrar que aún quedaba Vitico para rato.
Pero hablemos de la campaña 1979-1980. Esa resultó una zafra especial no solo para Davalillo sino también para la pelota venezolana. Aquel año el cabimense logró terminar sobre el potro de los .300 por segunda vez vistiendo la camisa de los bengalíes (.339). En una especie de euforia por la gloria el veterano de mil batallas arrancó la 79-80 disparando inatrapables por doquier. Había un objetivo a la vista: la marca de más imparables de por vida que estaba en manos de su paisano y también bateador zurdo, Teolindo Acosta. La meta era 1.289 y Vitico había iniciado esa zafra con 1.220 en su haber. Dos meses después del inicio de la temporada Davalillo había igualado la marca. A Teolindo lo acompañó poco tiempo en la cima del récord antes de dejarlo atrás. El 18 de diciembre de 1979, en un juego contra Tiburones de La Guaira en la ciudad de Maracay, llegó el 1.290. Davalillo conectó el histórico inatrapable al lanzador Juan Berenguer. La Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP) estrenaba entonces un nuevo rey del hit, un monarca que aún reina en el departamento y que posiblemente lo hará por siempre.
Aquella temporada 79-80 no terminó el día del incogible 1.290. Otras emociones aguardaban en el camino. Davalillo, no contento con haber escalado a la cima del rubro hits de por vida, enfiló baterías en procura de otra marca: mayor cantidad de hits conectados en una campaña, la cual desde 1954 estaba en manos del norteamericano Dave Pope con 95 incogibles. Si bien es cierto que Pope impuso la marca en una temporada de 78 juegos (el año del Rotatorio), la cifra era oficial y por lo tanto era el número para vencer. Davalillo había llegado cerca del hito en la 67-68 cuando conectó 90 indiscutibles. ¡Tan cerca y no tocar la gloria! Entonces, sin duda, la espinita estuvo ahí durante varios años.
En los últimos días de la temporada el veterano tenía la meta a la vista. El camino se redujo estacazo tras estacazo hasta que el 9 de enero de 1980, ante los Leones del Caracas, Víctor se encontraba a tan solo un incogible de empatar a Pope. Pues, bien, ese día el zuliano no solo igualó la marca, sino que la dejó atrás para convertirse también en el jugador de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional con más inatrapables en una temporada. Ese año Vitico terminó con 100 hits en una temporada en la que consumió 295 turnos, la cifra más alta en toda su carrera. Los 100 inatrapables del zuliano en la 79-80 se mantienen aún, luego de cuatro décadas, como el mayor registro histórico en el país. ¡Y todo esto lo hizo a sus 40 años!
Como dijimos en la entrega anterior, tarde o temprano el tiempo alcanza hasta al más pintado, y Víctor no fue la excepción. Después de conquistar aquel par de hitos, el rol de Davalillo se fue transformando al de bateador emergente. Eso sí, uno de lujo: el promedio de Víctor en sus restantes cinco años con los Tigres incluyó una campaña con promedio de .306 y otra con .413. El hombre se convirtió en quizás el mejor jugador emergente en la historia de nuestra liga.
Lamento no recordar el año, tampoco las circunstancias exactas del hecho. En realidad, yo era un niño, y a los niños todo se les perdona. Lo que sí recuerdo bien es que estábamos en el Estadio de los Tigres que jugaban contra el Caracas. El juego se encontraba en las últimas entradas y los Leones aventajaban a los de casa por una carrera. ¿O quizás las acciones estaban igualadas? Lo cierto es que el Aragua puso un corredor en segunda y el público comenzó a corear “¡Vi-ti-co, Vi-ti-co!” de manera insistente. Cada segundo los gritos se hacían más fuertes y el jugador que caminaba hacia el plato fue llamado a la cueva. En su lugar salió Víctor Davalillo y el Estadio estalló en algarabía. Al primer lanzamiento, Vitico levantó su pierna derecha de esa manera tan peculiar, tan suya que todos quienes le vimos jugar recordamos, y conectó la pelota a tierra de nadie para traer la carrera al plato. Imaginen aquel estadio. Luego del juego, el mánager, un norteamericano, declaró que preguntó a sus asistentes qué gritaba la gente. Ellos le explicaron y entonces él les dijo que con tal estruendo él prefería ganar o perder con el público, y envió a Davalillo a batear.
Luego de diez años con el Aragua, un Víctor de 46 años recibió noticias de la gerencia bengalí. Al terminar la temporada 85-86, Homero Díaz Osuna comunicó al veterano que seguiría con el equipo como bateador emergente, pero que también lo requerían en el rol de técnico ayudando a los muchachos en el bateo. Hasta ahí todo sonaba bien para Davalillo, pero las noticias continuaron: Díaz Osuna informó a Vitico que su sueldo iba a bajar. El zuliano estalló y luego de decirle lo que pensaba al dirigente (cada quién imagine aquellas palabras), regresó a su casa a jugar dominó con los amigos convencido de que su historia en el terreno de juego había terminado. Entonces llegó la llamada desde Caracas. Prieto Párraga se había enterado de lo sucedido y le dijo que lo quería uniformado de León. No se diga más, otro sueño cumplido para la leyenda viviente: regresar con su equipo amado, tener la oportunidad de alcanzar la marca de los 1.500 imparables, y retirarse con la camiseta del Caracas.
Davalillo partió una vez más hacia la capital. Tenía de por vida 1.484 hits, a 16 de los 1.500. La temporada anterior con los Tigres había bateado tan solo nueve en 44 turnos. El Caracas quería verlo llegar ahí y Davalillo recibió la oportunidad. Los incogibles, uno a uno, iban cayendo. Poco a poco. Hasta que llegó el 5 de diciembre de 1986, cuando en un Caracas-MagallanesVitico conectó el inatrapable 1.500 ante un Estadio Universitario repleto de fanáticos. Al llegar a primera el querido Antonio “Loco” Torres, coach del Caracas en la inicial, levantó en brazos a Davalillo y el Estadio rompió en júbilo.
Ese año Víctor conectó cinco inatrapables más para sumar 21 y 1.505 en su carrera con un promedio al bate vitalicio de .325. El último en la LVBP lo conectó el 11 de enero de 1987 en el mismo parque donde disparó el primero, es decir, donde todo comenzó: el Estadio Universitario de la UCV. Hasta el día de hoy ningún pelotero ha llegado ni cerca de la marca de 1.500 inatrapables en la liga venezolana. La cifra que en el presente escolta a la de Davalillo pertenece a Robert Pérez con 1.369.
La historia en la LVBP había terminado: Víctor anunció que colgaba los ganchos. Pero aún quedaba una página más por escribir. Esa campaña los Leones quedaron campeones de Venezuela y fueron a disputar la Serie del Caribe de 1987 en Hermosillo, México. Y fue ahí, a sus 47 años, que Davalillo pegó el último hit de su carrera de 30 años como pelotero. Y lo hizo en el último turno: el 8 de febrero de 1987 el veterano salió al plato como emergente por Omar Vizquel y disparó un doble. Sí, un doble, ese fue el último inatrapable de Vitico Davalillo como profesional.
En Las Mayores Víctor se mantuvo jugando dieciséis años en los que vistió el uniforme de Cleveland, California, San Luis, Pittsburg, Oakland y Los Ángeles. Ganó dos anillos de Serie Mundial, con Pittsburg en 1971 y con Oakland en 1973. Solo en dos ocasiones regresó a Las Menores, precisamente en los dos últimos años de su carrera en La Gran Carpa.
Víctor Davalillo siempre ha hablado de la buena fortuna que considera lo acompañó durante su carrera, así como del trabajo duro y lleno de disciplina con el que enfrentó sus años como jugador activo. Todo eso combinado con su talento natural no hizo sino llenar su historia de pasajes nada comunes como el siguiente. A principios de la temporada 1974 Oakland dejó libre al venezolano. Tenía 34 años y era lógico pensar que su historia en el Big Show había visto su último capítulo, así que se fue a jugar a México. Pero hablamos de Víctor Davalillo, y con él las reglas eran otras. En 1977 los Dodgers de Los Ángeles estaban en la carrera por el campeonato y mandaron al scout Charlie Metro a la liga mexicana a buscar a un emergente zurdo, porque el derecho lo tenían en la figura de Manny Mota. Metro quedó impresionado por el desempeño de Vitico y se lo llevó a Los Ángeles, lo que significó el regreso del venezolano a La Gran Carpa. El scout no se equivocó. Ese año Vitico ayudó a los Dodgers a alcanzar la Serie Mundial que terminaron perdiendo ante los Yankees; y contaba Davalillo:
“Manny y yo sabíamos que teníamos que rendir, de lo contrario quedábamos afuera”;
“Así que todos los días nos íbamos tempranito al estadio a practicar bateo. Cuando los demás llegaban ya nosotros teníamos horas trabajando”.
Davalillo jugó tres años más con los Dodgers. En 1980, con 40 años, el criollo tomó su último turno en Grandes Ligas, donde conectó 1.122 en 4.017 turnos legales para un promedio de .279, 36 cuadrangulares, 329 empujadas y 125 bases estafadas. Vitico fue el primer venezolano en jugar con 40 años en Las Mayores, hasta que David Concepción lo hiciera en 1988, también en el año de su retiro. Luego siguieron Andrés Galarraga (2004) quien se retiró con 43 años; Omar Vizquel (2012) retirado con 45 años; Henry Blanco (2013) con 41; y Bob Abreu (2014) y Rafael Betancourt (2015), ambos con 40. Ojalá que Miguel Cabrera consiga colarse en ese club.
Escribir sobre Vitico es tan emocionante que no provoca parar. Sus logros y anécdotas son de una extensión tal, que lo único que queda en espacios como este es tratar de resumir tanta historia con la esperanza de transmitir con cierta justicia la dimensión de uno de los más grandes personajes que ha tenido nuestro deporte. Tan excelsa trayectoria puede verse condensada de manera simbólica en el nombre que recibe el premio al jugador más valioso de la LVBP cada temporada: Premio Víctor Davalillo.
Despido esta entrega recordando unas palabras del “Loco” Torres por allá a principios de los años ‘80. Un grupo de niños del que yo formaba parte estábamos recibiendo una práctica en el Estadio Universitario de la mano de Torres. En algún momento el “Loco” nos llama para reunirnos detrás del plato e invitó a Víctor Davalillo, que andaba por ahí, a acercarse a nosotros. Vitico caminó hasta Torres y este le puso la mano en el hombro. El “Loco” nos miró a todos con su cara poblada por un gran bigote blanco, patillas largas y cejas abundantes, y dijo: “Esta estrella que tenemos aquí es el vivo ejemplo de que en la vida no importa tu estatura ni tu contextura, sino la disposición que tengas para trabajar con disciplina y desarrollar todo el talento que Papa Dios les dio”.