En la aldea
17 mayo 2024

El Béisbol en Venezuela: Oro Panamericano

El 27 de agosto de 1959, en el Soldier Field de Chicago, se celebró la ceremonia de inauguración de los III Juegos Panamericanos en la ciudad de Chicago, Estados Unidos. El 28 de agosto los muchachos de la selección de Venezuela llegaron al Comiskey Park para el primer juego del torneo. Los criollos salieron decididos y con trabajo, suerte y astucia lograron llegar a la final. Luis Antonio Peñalver, fue el “ángel” que desde la lomita encaminó el triunfo del equipo en el juego final para conquistar el campeonato frente a Puerto Rico. José Antonio Casanova como mánager visionario y el resto de los jugadores no pudieron contener las lágrimas.

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Que veinte años no es nada, escribió Alfredo Le Pera y nos cantó Carlos Gardel. Los fanáticos de La Guaira están de acuerdo con esto, e incluso aseguran que el doble tampoco es tanto. El primero de enero de 1959 Fidel Castro entraba triunfante a La Habana, lo que marcó el inicio de ya más de cinco décadas de oscuridad, y eso sí que ha sido algo. En Venezuela estrenábamos democracia. Si para entonces alguien decía que aquello se prolongaría de manera ininterrumpida por cuarenta años, es posible que se le viera con incredulidad. Pero si veinte años después alguien decía que la democracia desaparecería en cosa de dos décadas, entonces pocos le hubiesen creído. Así que veinte años sí son algo. Y es que Le Pera y Gardel en realidad incluyen la frase en su canción en clave de derrota.

Para el béisbol venezolano 1959 marcaba dieciocho años desde la primera corona conquistada por una selección criolla en un torneo internacional. Aquellos fueron los “Héroes del ‘41”, que conmocionaron al país al imponerse en la IV Serie Mundial de Beisbol Amateur en un juego de desempate ante la novena anfitriona, Cuba. Otros dos títulos llegaron en 1944 y 1945. Entonces empezó una sequía incómoda que solo encontraba consuelo en la medalla de oro en los Centroamericanos y del Caribe de 1954, y las medallas de oro de los Juegos Bolivarianos de 1938 y 1951. En los juegos de 1954, Cuba, el dictador de la disciplina del torneo, no llevó equipo, lo que quizás le restó un poco el carácter épico de la medalla. Con respecto a los Bolivarianos, el reto no se consideraba de alto calibre al no participar potencias peloteriles como Cuba, Estados Unidos, México, República Dominicana y Puerto Rico.

Sin embargo, ese año 1959 vería dos nuevas oportunidades. Una eran los VIII Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrados en Caracas entre el 6 y el 20 de enero de ese año. Estos juegos estaban programados para noviembre del año anterior, sin embargo, debido al derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y a la celebración de un evento delicado como lo eran las elecciones presidenciales del 7 de diciembre de 1958, el evento deportivo fue reprogramado para enero próximo. En esta cita la selección nacional de béisbol terminó igualada con Puerto Rico en el primer puesto, cada uno con siete victorias y un revés. En el juego de desempate Puerto Rico derrotó a Venezuela y se tituló campeón en el estadio universitario.

“El béisbol criollo no guarda una larga lista de triunfos de primer nivel. Esto hace que logros como el conseguido en los Panamericanos de 1959 sean atesorados de manera especial”

La segunda oportunidad era de mayor envergadura: los III Juegos Panamericanos a celebrarse en la ciudad de Chicago en los Estados Unidos de América entre octubre y septiembre. Estos juegos son el torneo de mayor rango para el béisbol aficionado, ya que esta disciplina, lamentablemente, no forma parte de la agenda olímpica. Los primeros Panamericanos se habían celebrado en 1951 en Buenos Aires, Argentina y los segundos en 1955 en Ciudad de México. La corona de béisbol se la habían llevado los cubanos en la primera edición y los dominicanos en la segunda.

Para el compromiso de 1959 la Federación Venezolana de Béisbol designó a José Antonio Casanova para llevar las riendas de la selección. Si bien Casanova llevaba tres años alejado de la LVBP, como dirigente exhibía una dilatada y exitosa trayectoria tanto en la pelota rentada como en la aficionada. Con Cervecería Caracas había conquistado cinco títulos y siete subcampeonatos, además de ocho gallardetes en la categoría doble AA nivel de selecciones, Casanova fue el mánager campeón de los mundiales amateur del ‘44 y ‘45 y subcampeón en la de 1953, además de llevarse los máximos honores en la Pequeña Serie Mundial celebrada en Aruba también en 1953, y en los Centroamericanos y del Caribe de 1954. Así que el nombre de José Antonio, que además formó parte como jugador de la selección de los «Héroes del ’41», era sin duda un buen primer paso para el reto de Chicago.

El proceso de selección de los jugadores fue minucioso. Luego de un largo camino por todos los rincones del país Casanova decidió incorporar a una serie de muchachos sin experiencia internacional. Entre ellos estaban los nombres del lanzador Luis Peñalver, quien luego brillaría durante 23 temporadas en la LVBP, y Dámaso Blanco, “el guante embrujao”, destinado a deleitar al público venezolano durante 16 años en nuestra Liga, además de convertirse en el criollo número 21 en debutar en Las Grandes Ligas. A estos muchachos se le unieron algunos veteranos cuya edad levantó cejas en los críticos, pero que Casanova consideraba un complemento necesario que daría estabilidad a la selección. A estas decisiones críticas se le unió la de la selección del coach del equipo. La Federación había designado a Emiro Álvarez para el puesto, pero José Antonio impuso al experimentado Andrés Quintero. Los argumentos eran sólidos. Según las reglas del torneo, ningún hombre que hubiese participado en una instancia profesional podía ingresar al terreno durante los juegos. Esto significaba que Casanova debía dirigir desde la cueva sin poder siquiera entrar a conversar con el lanzador, mucho menos pararse en el cajón de coach de la tercera, como era normal en la pelota aficionada. Así que el mánager consideró vital contar en el terreno con una pieza experimentada y de su completa confianza, y Quintero sin duda era la figura ideal. El paso de José Antonio Casanova por nuestra pelota estuvo siempre rodeado de episodios controversiales, y este no iba a ser la excepción. Sin embargo, en un buen número de ocasiones, como lo fue en los Panamericanos de ‘59, la historia terminaría dándole la razón.

“La celebración del campeonato fue emotiva. Casanova y el resto de los jugadores no pudieron contener las lágrimas. Luis Aparicio celebró con ellos, aunque esa misma noche enfrentaría a los Indios de Cleveland”

El 27 de agosto, en el Soldier Field de Chicago, se celebró la ceremonia de inauguración de los Juegos. El béisbol se jugaría en el Comiskey Park, hogar de los Medias Blancas de Chicago, con capacidad para 46 mil aficionados. No es difícil imaginar el asombro que aquello debe haber causado a nuestros muchachos, en especial a los más jovencitos que salían por primera vez del país y que quizá jamás habían jugado en ningún estadio con capacidad para más de una centena de asistentes. Como si eso fuese poco, al frente tendrían a selecciones cuyos nombres debían ser intimidantes, en especial Cuba y los Estados Unidos, estos últimos, además, en carácter de anfitriones.

Nueve países llevaron equipos de béisbol al certamen. Estos fueron divididos en dos grupos: Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Nicaragua en el grupo A, y Venezuela, Estados Unidos, México, Costa Rica y Brasil en el grupo B. El formato era un todo contra todos de una ronda en cada grupo, y los primeros dos puestos de cada uno jugarían un todos contra todos final.

El 28 de agosto los muchachos de la selección llegaron al Comiskey Park para su juego inaugural, y para estrenar uniforme. Sí, a estrenarlos porque estos se habían mandado a hacer en la misma ciudad de Chicago y el propio Casanova los fue a retirar un día antes del debut. Una especie de “te quede o no, te lo pones”. ¡Qué más da! Mayor nervio debe haber dado estar en aquel templo del béisbol cuyo campo corto había pertenecido durante años primero a Alfonso “Chico” Carrasquel y luego, para el momento, a Luis Aparicio. Para completar el cuadro diabólico, el rival aquel día era el dueño de casa, los Estados Unidos de América y su estrella, el futuro Salón de la Fama de Cooperstown, Lou Brock. Pero, ¿quién dijo miedo? Los criollos salieron decididos y montaron un verdadero espectáculo para vapulear al favorito del torneo once rayitas por seis. Imposible mejor arranque.

Cuatro días después la selección se enfrentó a México. En esta oportunidad las cosas no salieron bien. Los manitos anotaron dos carreras en la propia primera entrada y otra más en la séptima, aprovechando tres errores de nuestros muchachos. Sin embargo, la clave del juego estuvo en la labor del lanzador mexicano, Luis García, que dominó los bates criollos colgando nueve ceros. ¿Quizás la presencia de Luis Aparicio en la cueva los habrá puesto algo nerviosos?, ¿quién sabe? Yo solo especulo. Y es que ese día los Medias Blancas habían regresado a la ciudad luego de una gira fuera de casa y Aparicio, que enfrentaría a Detroit esa noche en el mismo parque, fue temprano a acompañar a sus paisanos. Esta fue una feliz coincidencia ya que en un principio estos juegos estaban programados para llevarse a cabo en Cleveland, Ohio, y un recorte presupuestario por el congreso norteamericano hizo que esta ciudad declinara la sede y entonces Chicago salió al rescate. Esa misma noche, al finalizar el juego de los Medias Blancas, Aparicio fue a la villa donde se alojaba la selección y les llevó varios bates que resultaron importantes en el desempeño de los muchachos. ¡Imaginen cómo habrá sido el estado de los maderos que tenía el equipo!

“Luis Peñalver es y será recordado por siempre como un auténtico León, mientras que Dámaso Blanco lo será como un auténtico Magallanero”

El tercer juego de Venezuela se resolvió sin mayores contratiempos. La selección enfrentó a Brasil a quien maniató 14 por 1. De manera similar resultó el cuarto compromiso, esta vez contra la selección de Costa Rica. En día la pizarra finalizó 14 por 2. Con esto Venezuela aseguraba un empate en el segundo lugar, pero los Estados Unidos vencieron a la selección mexicana lo que produjo un triple empate en la punta. Por disposiciones del torneo se debía lanzar al azar un equipo que pasaría de manera directa a la ronda final, mientras que los otros dos disputarían un juego de desempate. Bueno, la fortuna iluminó a los nuestros y Venezuela salieron favorecidos en el sorteo, mientras que los de casa y México se enfrentaron en el juego extra que ganó Estados Unidos.

Por el grupo A pasaron a la final Cuba y Puerto Rico. Y fue precisamente a los cubanos a quienes enfrentaron los criollos en el primer juego de la ronda final. Fue un encuentro cerrado. Venezuela, en rol de visitante, anotó dos carreras en la primera entrada y Cuba igualó las acciones en la segunda. Entonces la selección nacional anotó una más en el tercer episodio y los cubanos volvieron a empatar la pizarra en el cuarto. Abriendo la quinta entrada Venezuela produjo tres rayitas y Cuba ripostó de inmediato anotando dos, pero ya no pudo dar alcance a los venezolanos. El resto de las entradas se fueron en blanco para ambos equipos y los nuestros se alzaron con la victoria 6 por 5.

El siguiente compromiso de Venezuela fue contra los locales. Otro juego cerrado que desde la primera entrada transcurrió igualado a una anotación hasta el séptimo episodio cuando los de casa, que ese día fungían de visitantes, anotaron una rayita para tomar la delantera. Los criollos atacaron al picheo gringo en la octava entrada y anotaron dos, poniendo cifras finales a su favor de 3 por 2. Por cierto, ya aquello de los nervios, si es que en realidad los hubo, se habían esfumado para entonces. Algunas decisiones del conjunto arbitral enardecieron a los criollos que, incluso, en la octava entrada, ameritó la intervención de los cuerpos de seguridad para contener la sangre joven y latina de nuestros muchachos.

El juego final, el 6 de septiembre de 1959, tenía como rival a Puerto Rico. Venezuela solo debía ganar para titularse campeón y colgarse la dorada. Casanova, Casanova… El dirigente venezolano sorprendió todos al designar al muchacho de 17 años sin ninguna experiencia internacional, Luis Peñalver como abridor del compromiso. Vaya decisión. ¿Imaginan lo que hubiese pasado si aquello salía mal? Pero salió bien, para fortuna de todo un país. Peñalver limitó al rival a seis imparables y les colgó siete ceros consecutivos hasta que los boricuas lograron anotar una en el octavo y una en el noveno. Luis Antonio Peñalver transitó el recorrido completo y Venezuela conquisto la medalla de oro ganando ese encuentro 6 por 2. ¿Es que acaso Casanova era una especie de brujo? No, solo tenía un excelente ojo para detectar talentos y también, hay que decirlo, un hada buena sentada en su hombro. Por cierto, el mismo Peñalver impulsó una carrera para la causa. “De Peñalver me gustaron sus condiciones y el coraje que había demostrado”, declaró José Antonio luego del encuentro.

La celebración del campeonato fue emotiva. Casanova y el resto de los jugadores no pudieron contener las lágrimas. Luis Aparicio celebró con ellos, aunque esa misma noche enfrentaría a los Indios de Cleveland. El recibimiento en Maiquetía fue discreto, no porque no se valorase la hazaña, que sí había causado algarabía en el país, sino por un retraso en el vuelo en el que viajaron los muchachos que, en vez de llegar a las ocho de la noche, terminó aterrizando a las cinco de la mañana. Solo los familiares se quedaron en tan larga espera.

La selección regresó al país con la única presea dorada conquistada por Venezuela en esos Panamericanos, y la única que hasta el presente ha ganado el béisbol en esa justa. Ese también sería el último título internacional de Casanova como dirigente, y el penúltimo de envergadura en su carrera. El último fue el campeonato que conquistó dirigiendo a Tiburones de La Guaira en la campaña 64-65.

De la selección dorada de 1959 solo saltaron al profesional Manuel Pérez Bolaños, Dámaso Blanco y Luis Peñalver. Pérez lo hizo ese mismo año con Licoreros de Pampero y se mantuvo solo tres años en la Liga. Por su parte, Dámaso y Peñalver son ya leyendas de nuestra pelota. Ambos debutaron en la LVBP un año después, en 1960, y tuvieron carreras extensas y exitosas. Si bien ambos pasaron por varios equipos en la Liga, Peñalver es y será recordado por siempre como un auténtico León, mientras que Dámaso lo será como un auténtico Magallanero.

El béisbol criollo no guarda una larga lista de triunfos de primer nivel. Esto hace que logros como el conseguido en los Panamericanos de 1959 sean atesorados de manera especial. No hay duda de que la sapiencia y la autoridad de un dirigente como José Antonio Casanova fue un pilar fundamental en esa conquista. La ascendencia de él sobre este conjunto de muchachos era indiscutible. Las victorias comienzan a hilvanarse mucho antes de viajar a un torneo, y en esto Casanova era un maestro. Liguemos porque en el futuro lleguen más historias así, para que llenemos cientos de páginas narrando hazañas.

A continuación, presentamos el roster criollo en los III Juegos Panamericanos de 1959:

Infielders: Dámaso Blanco, José Flores, Luís Hernández, Domingo Martín y Rubén Millán.

Jardineros: Eduardo “Tata” Amaya, Miguel Girón y Francisco López.

Receptores: William Troconis, Raúl “Cigarrón” Landaeta.

Lanzadores: Enrique Capechi, Lucas Ferreira, Tadeo Flores, Francisco Oliveros, Luis Peñalver, José Pérez y Manuel Pérez Bolaños.

Mánager: José Antonio Casanova.

Coach: Andrés Quintero.

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